“Estamos aislados pero no protegidos”: la realidad de un centro de aislamiento en Cuba

“Ellos creen que lo que nos dan es más que suficiente y se molestan cuando una pregunta o reclama sobre algo. Y si protestas te dicen que es gusanería”

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Dormitorio en el centro de aislamiento (foto del autor)

LA HABANA, Cuba. – El pasado 23 de marzo, en su presentación en Mesa Redonda transmitida en cadena por todos los canales de la televisión cubana, el Primer Ministro cubano, Manuel Marrero Cruz, informó sobre nuevas medidas oficiales que profundizarían los controles para combatir la expansión de la pandemia COVID-19 en la Isla. Entre ellas, se estableció que todos los cubanos residentes en el país que arribaran desde el exterior serían confinados en régimen de aislamiento para cumplir una cuarentena obligatoria de dos semanas, antes de regresar a sus respectivos hogares.

Para cumplir con dicha medida, dijo Marrero Cruz, se habían creado todas las condiciones necesarias en centros especialmente destinados a tales fines, a los cuales serían conducidos los viajeros directamente desde el aeropuerto, bajo estricto control policial, y debidamente transportados por ómnibus estatales. Adicionalmente se estableció que los familiares de los viajeros no tendrían acceso al aeropuerto para evitar cualquier posible contagio y difusión de la enfermedad.

A diferencia de otras disposiciones cuyo cumplimiento aún no se ha verificado en la práctica, el aislamiento y traslado a centros de aislamiento de los viajeros cubanos tuvo efecto inmediato.

Magela fue una de esos cubanos que llegaron de regreso a Cuba el pasado martes 24 de marzo y se sorprendió por lo que le pareció un verdadero estado de sitio en el aeropuerto José Martí, de La Habana. El despliegue de policías, personal sanitario y autoridades de fronteras controlando a cada viajero, impartiendo órdenes e impidiendo la salida evocaban el ambiente propio de una película de Hollywood.

“Había un ambiente de incertidumbre y temor entre nosotros”, cuenta Magela. “Sé que es necesario tomar medidas para evitar que se propague la enfermedad en Cuba, pero es una situación tan impresionante encontrar todo ese personal con sus trajes protectores, y resulta tan extraño sentirse tratado como un apestado que el miedo se apoderó de mí. En el fondo yo sentía unas ganas tremendas de llorar”.

No obstante, Magela se dispuso a asumir lo inevitable. Al final, consideró que someterse ella a la cuarentena era lo más seguro para ella e incluso para su propia familia. Era razonable y necesario, se dijo. Y subió sin protestar al ómnibus que, junto a sus compañeros de viaje, cubanos como ella, los conduciría al centro de aislamiento.

“Así, entramos en el centro el martes por la tarde. Nos dijeron que estamos en el Cotorro, pero no conozco este lugar. Es un centro rural, apartado de todo. Si miras por las ventanas todo lo que ves es campo”.

Lo primero que sorprendió a Magela del centro de aislamiento es la forzosa cercanía con el resto de los recluidos. En un mismo local fueron colocadas varias literas que no guardan suficiente distancia entre sí y fuerzan a una promiscuidad tan peligrosa como innecesaria, especialmente en una instalación que, según les explicaron los encargados del lugar, tiene capacidad para 600 personas.

“Ahora somos solo alrededor de 200, además del personal que nos asiste, pero igual la gente se aglomera en la cola del comedor porque todos tenemos hambre y a veces los horarios de comida se dilatan. Incluso, aunque nos dan nasobucos que debemos usar obligatoriamente, no hay suficiente control sobre la distancia entre nosotros. Además, siempre hay gente indisciplinada o que no tienen conciencia del riesgo”.

Para mayores males, hombres y mujeres comparten los baños en cada piso, lo que afecta más aún la privacidad. Magela cree que esto es resultado de que “ellos (los encargados) fueron llenando los pisos con los viajeros que iban llegando. Parece que no tuvieron en cuenta ese detalle de separar los baños que usan las mujeres de los de los hombres. Es terrible”.

Otro punto que preocupa a Magela es el de la limpieza. “Somos muchos y la higiene no es como debería ser. Se ha hablado hasta la saciedad de que la higiene es la medida más eficaz para combatir el coronavirus, ¿verdad?. Bueno, pues no es el caso aquí. En general, todo se ve limpio, pero cuando te fijas en los detalles te das cuenta que falta la higiene que se requiere. Los espejos están manchados del jabón y de las salpicaduras de todos, en el lavamanos se vierten los fluidos normales del aseo personal -lavado de manos, cara, aseo bucal- y no reciben una limpieza a fondo. Tampoco se hace limpieza en las habitaciones y pasillos”.

Le pregunto si no han planteado esas preocupaciones a la dirección del centro. “Nos dicen que nadie quiere venir a limpiar porque la gente tiene miedo a contagiarse”. Ellos, los allí confinados, tampoco pueden limpiar puesto que no disponen de los recursos y medios de protección para hacerlo.

Cierto que les entregan nasobucos a diario y solución clorada, también les dieron jabón y papel higiénico al llegar, pero Magela asegura que “no se crearon las condiciones como se debía. Te digo que no es culpa del personal que nos asiste pero sí creo que era deber del Estado protegernos con todo lo necesario si se iba a aplicar este confinamiento”.

Y después de una breve pausa, añade: “Ellos (el gobierno y las autoridades encargadas) creen que lo que nos dan es más que suficiente y se molestan cuando una pregunta o reclama sobre algo. Y si protestas te dicen que es gusanería. No es así, reclamamos sobre una realidad que estamos viviendo aquí y no sobre infundios. Resulta que al final estamos aislados pero no protegidos. Todos tenemos mucho miedo de contagiarnos porque nadie sabe quién puede ser o no portador asintomático del virus”.

Por supuesto, a nadie se le ha realizado el test para descartar el contagio. Para eso es necesario presentar síntomas, aunque ese umbral de espera suponga la posibilidad de contagiar a otros.

Magela dice entender la situación del país y la importancia de esta cuarentena, pero se siente frustrada porque esperaba mejores condiciones. “Creo que los recursos que se han invertido, a pesar de las carencias del país, no sirven de nada pues lo fundamental en estos momentos es un verdadero aislamiento y la higiene y no los tenemos”.

“Por ejemplo, todos los días nos cambian los nasobucos, pero no así las sábanas y toallas. Se dice que éstas deben venir de una corporación, no sabemos cuál y tampoco cuándo. Yo creo que si nadie puede venir a hacer la limpieza ni hay respuestas a lo que nos preocupa tienen que buscar alguna solución. Que respondan las FAR u otra organización”.

Aquí me siento obligada a recordarle a Magela que también entre las fortalezas de la revolución que tanto gustan mencionar las altas autoridades de Cuba están las organizaciones de masas -CDR, FMC, DC- y también esa vanguardia de la sociedad, el PCC. Quizás deberían establecer como tarea de choque de la militancia comunista la atención a la higiene en los centros de aislamiento. A fin de cuentas, ¿no son ellos los combatientes de la primera trinchera? He aquí un buen momento para demostrar su valor y espíritu de sacrificio cuando la Patria llama.

A pesar de todo, Magela no quiere pecar de injusta. “Déjame decirte que la comida no está mal, teniendo en cuenta las carencias que hay en Cuba. En el comedor nos dan pollo, arroz, frijoles, ensalada, jamonada, yogurt… La verdad es que por esa parte no nos quejamos”.

También hay una cafetería en el centro, aunque no todos pueden comprar. “Es que nos venden en chavitos pero la mayoría de los que estamos aquí lo que tenemos son dólares. Recuerda que existe una prohibición a sacar moneda cubana del país y nosotros estamos regresando con divisas extranjeras”.

Es otro detalle que las autoridades no han tenido en cuenta. En consecuencia, los pocos que poseen CUC o moneda nacional -que quizás llevaron en su viaje al extranjero trasgrediendo lo establecido por Ley- ahora tienen ventaja sobre el resto. Se cumple así el axioma nacional de que el tramposo gana, muchas veces amparado por el propio Estado.

Pero ahí no termina el calvario. “Otro problema son los mosquitos. A pesar de que fumigan todos los días, por la noche no podemos dormir.  Hay muchísimos mosquitos”. Sin embargo, estos aislados dentro de la Isla grande no tienen asignados mosquiteros, lo que introduce el riesgo adicional de un brote de dengue, otro flagelo a la salud que ya es endémico en Cuba y que nos azota con mayor o menor intensidad cada año. Crucemos los dedos.

A Magela le quedan pocos datos en el teléfono, casi no tiene saldo y todavía me quiere enviar algunas fotografías. No podrá comprar un nuevo paquete para conectarse a Internet ni tendrá comunicaciones, salvo que sus familiares o amigos se encarguen de ponerle una recarga porque no hay libre acceso a la compra de tarjetas telefónicas en el centro. “Al llegar, nos dijeron que Etecsa nos daría una tarjeta de 5 CUC gratis para cada uno, pero todavía no la hemos recibido. Ya nos dijeron que están aquí los de Etecsa, espero que nos entreguen hoy las tarjetas”.

Yo, en cambio, espero más. Espero que las disposiciones oficiales esta vez no sean solo letras amontonadas sobre papel y se creen todas las condiciones necesarias para la seguridad de nuestros connacionales en cuarentena, en especial las relacionadas con las más estrictas normas de higiene, el mayor respeto posible a la privacidad y la debida distancia entre los confinados en cuarentena. Son las garantías mínimas que debemos exigir a un Poder que posa de humanista y solidario, y que se autoproclama potencia médica de talla mundial. Nunca hubo un mejor momento para demostrarlo.

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ACERCA DEL AUTOR

Miriam Celaya

Miriam Celaya

Miriam Celaya (La Habana, Cuba 9 de octubre de 1959). Graduada de Historia del Arte, trabajó durante casi dos décadas en el Departamento de Arqueología de la Academia de Ciencias de Cuba. Además, ha sido profesora de literatura y español. Miriam Celaya, seudónimo: Eva, es una habanera de la Isla, perteneciente a una generación que ha vivido debatiéndose entre la desilusión y la esperanza y cuyos miembros alcanzaron la mayoría de edad en el controvertido año 1980. Ha publicado colaboraciones en el espacio Encuentro en la Red, para el cual creó el seudónimo. En julio de 2008, Eva asumió públicamente su verdadera identidad. Es autora del Blog Sin Evasión