April 23, 2024

ALMA, CUERPO Y CORAZÓN EN LA MISMA TIERRA YOANDY IZQUIERDO TOLEDO | 29 OCTUBRE, 2020

JUEVES DE YOANDY

ALMA, CUERPO Y CORAZÓN EN LA MISMA TIERRA

YOANDY IZQUIERDO TOLEDO | 29 OCTUBRE, 2020

Jueves de Yoandy

Por estos días cercanos a elecciones en Estados Unidos, inmersos en la pandemia del Coronavirus que ha marcado el año 2020, seguimos con el análisis de la encíclica Fratelli tutti, en esta ocasión de su capítulo cuarto “Un corazón abierto al mundo entero”. He mencionado a los Estados Unidos porque está indisolublemente ligado a Cuba, y el tema central de esta parte de la carta es el proceso de migraciones.

Resulta muy necesaria la aclaración inicial, o el punto de partida esclarecedor, que pone como premisa algo que debemos tomar como obvio a la hora de analizar las bases de la migración: “lo ideal sería evitar las migraciones innecesarias y para ello el camino es crear en los países de origen la posibilidad efectiva de vivir y de crecer con dignidad, de manera que se puedan encontrar allí mismo las condiciones para el propio desarrollo integral” (F.T. No. 129).

Aquí estaría la raíz de todos los males, la causa primera de la terrible decisión de abandonar la tierra que te vio nacer en busca de un nuevo horizonte, a veces incierto, a veces peligroso y difícil. Es notable cómo abundan algunos argumentos contradictorios para justificar las causas de la migración, al menos en la realidad cubana. Con frecuencia se escucha que ha sido por motivos económicos, en busca de una mejora de la calidad de vida, por reunificación familiar, entre otras, pero nunca por razones políticas. ¿Acaso la política no tiene que ver con todas estas causas? ¿Podemos desligar fácilmente política de economía en una sociedad marcada por la centralización y la subordinación del todo a una parte? Pareciera como si el precio de la libertad, la fuga hacia otras dimensiones donde abunda el oxígeno, y algunas riquezas un poco más tangibles, es la amnesia que provoca olvido, la confusión o la justificación de lo injustificable.

El concepto de ciudadanía, en su variante de plena ciudadanía, podría ser el garante del asentamiento en la tierra propia, que evitaría la necesidad, porque a veces es entendido de esta forma, de emigrar hacia una tierra prometida. El aquí y el ahora no son relativos, apuntan a una mejor valoración de lo propio, pero con el empuje de los tiempos modernos para asegurar el ejercicio de los deberes y derechos, de las libertades y los compormisos. Considero que debemos valorar más lo que tenemos y abogar más por lo que no tenemos, partiendo de la savia acumulada de los pueblos y el valor que aporta cada ciudadano al todo que es la nación. Al respecto el Papa nos dice que “Un país que progresa desde su original sustrato cultural es un tesoro para toda la humanidad. Necesitamos desarrollar esta consciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie. La pobreza, la decadencia, los sufrimientos de un lugar de la tierra son un silencioso caldo de cultivo de problemas que finalmente afectarán a todo el planeta” (F.T. No. 137).

Ante los constantes procesos migratorios que ha sufrido la humanidad, de los cuales Cuba no está exenta, urge una valoración más profunda sobre el aporte de la pluralidad, la riqueza de la inclusión, el producto de haber mezclado todos los ingredientes y bebido de todas las fuentes. Pero, sobre todo, cuando el éxodo es considerable, o las intenciones migratorias alcanzan elevado número, si no mayoría, la reflexión debe estar encaminada a la erradicación de las causas y no al lamento de las consecuencias.

El problema migratorio se entiende como un problema de países, y debe hacerse también un problema de las familias, de la persona humana implicada en ese tránsito y desarraigo de un sitio a otro por móviles diversos. La apertura de los pueblos, que comienza por la apertura de las mentes de sus ciudadanos y de sus gobernantes, otros ciudadanos con la repsonsabilidad de conducir y la vocación de servir, puede funcionar como un indicador de la salud de las sociedades. “La verdadera calidad de los distintos países del mundo se mide por esta capacidad de pensar no sólo como país, sino también como familia humana, y esto se prueba especialmente en las épocas críticas. Los nacionalismos cerrados expresan en definitiva esta incapacidad de gratuidad, el error de creer que pueden desarrollarse al margen de la ruina de los demás y que cerrándose al resto estarán más protegidos” (F.T. No. 141).

Aunque suene repetitivo, lo debemos decir alto y claro: la era de la trinchera ha terminado. Así como no se logra hacer más con menos, ni se puede ser diferente haciendo lo mismo, tampoco se puede vivir de espaldas a la realidad, que en el caso de las migraciones implica reconocer las faltas propias para trabajarlas y lograr que los ciudadanos tengan deseos de regresar a la Patria, no de la estampida hacia otras tierras del mundo a probar suerte y fortuna.

¿Por qué Cuba es lugar receptor de turismo internacional y a la vez gran emisor de migrantes hacia numerosos destinos del mundo? ¿Por qué se abordan fácilmente las vicisitudes de los migrantes de Lampedusa y no los casos del Maleconazo, Camarioca, Mariel y la más reciente ruta centroamericana de muchos cubanos para llegar a tierras norteamericanas?

Creo, sobre todas las cosas, y sin ninguna duda, que la causa más profunda de la emigración cubana está en lo político. “Cuando la casa ya no es hogar, sino que es encierro, calabozo, lo global nos va rescatando porque es como la causa final que nos atrae hacia la plenitud” (F.T. No. 142); pero esa plenitud también deberíamos encontrarla dentro de nuestras fronteras. Es la conjugación, de lo que también nos habla Francisco, cuando pondera el “sabor local” y a la par nos habla de “horizonte universal”, esa universalidad entendida como una sana apertura que nunca atenta contra la identidad porque no diluye las particularidades.

La emigración también es un derecho humano universalmente reconocido, y ha servido para que las personas que no se sienten plenas en su lugar de origen experimenten el sabor de otras realidades y construyan sus proyectos de vida allí donde sientan que sus libertades son respetadas. Eso sí, si la emigración es capaz de traer esos beneficios, también debería de contemplar ciertas responsabilidades, entre ellas “la integración cultural, económica y política… acompañada por un proceso educativo que promueva el valor del amor al vecino, primer ejercicio indispensable para lograr una sana integración universal” (F.T. No. 151).

No más odio, ni rencor, ni consignas contra aquellos hermanos que en busca de la añorada libertad han decidido echar raíces en tierras extranjeras. Que cada pueblo trabaje para que sus ciudadanos vivan felices, y no vean la necesidad de emigrar como la única vía para alcanzar un verdadero desarrollo humano integral. Aún cuando hayan emigrado, todos conformamos el alma de la misma nación. Ojalá que alma, cuerpo y corazón tuvieran una misma morada en la tierra que nos vio nacer.

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.

 

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