Con la excepción de su hijo natural chavista en Venezuela, ningún otro gobierno en la historia de América ha estado tan divorciado de su pueblo, y por tantísimo tiempo, como el castrista. Y vale aquí recordarle a la izquierda fanática esta gran ironía. ¿No proclama la doctrina marxista que en el socialismo el poder está en manos de los trabajadores y no hay desigualdades sociales ni económicas? ¡Por favor!
Si bien el castrismo se ha caracterizado siempre por un divorcio entre los gobernantes y la necesidades más elementales de los gobernados, lo nuevo es que ese abismo nunca antes fue tan grotesco como en la actualidad.
La explicación es simple. Cuando Raúl Castro heredó por derecho dinástico el poder de su hermano Fidel, en realidad lo que hizo fue dar un golpe de Estado militar silencioso a toda la institucionalidad oficial civil cubana, incluyendo al mismísimo Partido Comunista de Cuba (PCC).
El general y sus “muchachos” de uniforme convirtieron a los poderes públicos socialistas y al PCC en cascarones formales muy venidos a menos en cuanto a poder de decisión y de gobierno real, sobre todo en materia económica, comercial y financiera. Esa institucionalidad civil quedó en pie como burocracia administrativa y para seguir dándole apariencia de régimen socialista ortodoxo a una dictadura militarista químicamente pura a la que le importa aún menos si los cubanos comen o pasan hambre, o son asfixiados por la más lacerante pobreza.
Un Estado militar y otro civil en la indigencia
De hecho, con el raulismo hay en Cuba dos Estados. Uno que funciona como un gran conglomerado corporativo militar capitalista de Occidente, y que opera como una mafia sin escrúpulos. Los militares a cargo disponen de las divisas del país y se ocupan de las actividades económicas rentables, como el turismo, los hoteles, restaurantes, las “shopping”, comunicaciones, telefonía, acceso a internet, comercio minorista, aviación, construcción, etc. Y por supuesto, dirigen la represión, que crece por día, y que realizan estupendamente los esbirros del MININT, que ahora ya disparan a matar.
El otro es el Estado civil, verdadero mendigo sin recursos financieros, pero que es el que da la cara a la población, se encarga del quehacer burocrático gubernamental y de las empresas estatales irrentables, desvencijadas y obsoletas, herederas de las “empresas consolidadas” que una vez inventó el estalinista argentino “Che” Guevara.
Ese Estado militar-empresarial tiene tintes fascistas por su abrumador protagonismo castrense y su agresividad represiva, pero es al mismo tiempo burgués. No rechaza al capitalismo, sino lo adora.
Obtiene ingresos por miles de millones de dólares y goza de total independencia. Sus jerarcas no rinden cuentas al Gobierno, ni al PCC, ni a nadie, y disponen de cuentas bancarias millonarias y lucrativos negocios en el extranjero. Ni un centavo de las ganancias de este Estado militarizado va a las arcas vacías del Gobierno formal, que ya ni alimentos, ni medicinas puede importar por falta de divisas.
Sin ideología ni discurso político
Todos esos generales, coroneles y comandantes históricos son ricos y poderosos, y de hecho, son burgueses. Tanto lo son que, junto con sus hijos, nietos y otros familiares, poseen empresas privadas en diversos países capitalistas, cuyas ganancias son para ellos.
Esos militares no tienen discurso político. No les interesa, no lo necesitan. Ni organizan arengas públicas para vender imagen “revolucionaria”. Al contrario, odian los desfiles y las multitudes porque les temen. Desprecian a los sans culottes (pobres y desamparados) cubanos, como hace 250 años eran despreciados los de Europa por los déspotas monarcas absolutos. No les importa que los cubanos pasen hambre, o se mueran de inanición llegado el caso, siempre que la casta militar siga comiendo a todo dar.
En tanto, el Estado civil, integrado por la burocracia dirigida por el “presidente” Miguel Díaz-Canel y el PCC, sirve para mantener viva la propaganda político-ideológica “revolucionaria”, esa que la izquierda se traga tan a gusto en todo el mundo.
La crisis se agrava. Escasean críticamente el arroz, los frijoles, aceite, pan, leche, viandas, carne de puerco y de res, pollo, huevos, pescado, frutas, vegetales, sal, café, medicamentos básicos, gasolina, transporte, agua potable, jabón, pasta dental y demás productos de higiene. Los edificios se derrumban y aplastan niñas escolares. Hay enormes y nauseabundos basureros contaminantes en las calles. Los cubanos son más pobres que nunca en toda su historia.
Pero Castro II, lejos de dar más libertad y espacio a los cuentapropistas para aliviar la escasez, les impone más prohibiciones. No quiere que surja un sector privado que compita económicamente con los militares, cuya cabeza es el imperio corporativo GAESA.
Propietarios privados en la Isla podrían abastecer al país si les permitiesen importar alimentos, medicamentos, combustibles, materias primas y artículos de consumo en general, incluso desde EEUU mediante créditos comerciales o préstamos bancarios, pues la Ley Helms-Burton solo prohíbe el comercio con el Estado, no con el sector privado.
Un litro de aceite cuesta el 25% del salario mínimo
Si bien la pandemia del Covid-19 ha agudizado la escasez de todo, la crisis socioeconómica ya venía avanzando desde años antes debido a la devastación chavista en Venezuela.
El drama cubano empeora diariamente. “Tengo tres niños ahora en vacaciones por cuarentena, y todo el tiempo piden meriendas y no hay nada que darles. Este país no sirve para nada, aquí no hay vida para nadie: no hay nada de nada, se gana una miseria (…) nadie habla del salario; todo se pone cada vez más caro y no se sabe cómo vamos a sobrevivir”, comenta iracundo Ismael, un joven soldador y padre de familia de Mayarí.
Otro mayarisense llamado Janner dice indignado: “un litro de aceite, si aparece en la calle, es en 100 pesos o más, al doble o al triple (…) hay gente que ha pagado la carne y el arroz a 50 pesos la libra, ¿pero yo de dónde? Lo que gano es una miseria, no llega a 500 pesos…”
Testimonios como estos que el periodista independiente Osmel Ramírez captó recientemente en Mayarí, Holguín, habría millones si a cada cubano le preguntan cómo le va en su vida diaria “revolucionaria”.
Bueno, un litro de aceite comprado en la bolsa negra, porque el Estado no lo ofrece, a Janner le cuesta el 20% de su ingreso mensual (20.80 dólares). Y a quienes devengan el salario mínimo de 400 pesos (16.60 dólares) ese litro de aceite les cuesta el 25% de lo que le pagan en un mes. Eso debiera figurar en el Libro Guinness de Récords Mundiales.
Oficialmente hoy el salario promedio en la Isla es de 1.067 pesos (44 dólares). Es decir, que un litro de aceite devora el 9,4% del ingreso mensual promedio. Es como si en EEUU (ingreso per cápita de 5.440 dólares mensuales en 2020), un litro de aceite costara 511 dólares. No es broma, sino pura matemática y también debiera ser registrado por el Guinness.
Ante el agravamiento de la crisis cabe una pregunta: ¿Hasta qué grado se agravará la desgracia de los cubanos de a pie? Todo indica que hasta tanto no afecte a esa elite político-militar que ostenta el poder y que “vive como Carmelina”, para usar esa popular frase criolla que significa darse la gran vida.
Sin embargo, Castro II, sus generales e históricos, en sus planes para legar a sus sucesores un capitalismo militar de Estado debieran tener en cuenta que ya a la crisis socioeconómica cubana no hay cómo ponerle fin si no se liberan las fuerzas productivas. Y de no haber más participación del sector privado en la economía, la crisis tocará también a las puertas de ese estamento militar-empresarial.
¿Hará el general cambios económicos o seguirá apostando a una victoria de Joe Biden en noviembre y el regreso a la política de acercamiento y graciosas concesiones de Washington a su dictadura? |
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