La reventa de gas licuado es un negocio lucrativo en la ciudad de Santiago de Cuba en estos días previos a la fuerte subida de precios fijada por el Estado como parte de la Tarea Ordenamiento.
“Aquí el trapicheo cubre todas las opciones, desde un cilindro lleno, hasta el alquiler de las balitas vacías y la compra del derecho a la venta del gas racionado”, aseguró Luisito, uno de los mensajeros que, a nombre de sus clientes, paga los 100, 200 o 500 pesos que cuesta el “servicio” en el mercado negro.
A partir del 2 de enero próximo, el cilindro de gas licuado de 10kg se “despachará” a 213 pesos, 30 veces más que lo que cuesta actualmente a los clientes con contratos “normados”.
“Según pasan los días cunden el pánico y el desasosiego. Por muchas vueltas que le des al asunto, el hambre y la falta de dinero son los males vitalicios de los santiagueros”, señaló la estomatóloga Rosario al comprar por la izquierda una balita de diez kilogramos en Vista Alegre.
Desde su taller “Soluciones”, Oscar aseguró que muchos vecinos comienzan a sacar los anafres, los Nonó y otros tiliches donde cocinaron hasta con aserrín.
Verónica, del reparto Versalles, tenía poco más de 26 años cuando el Período Especial llegó a su vida y la estresan no solo los recuerdos de aquellos tiempos, “sino las decisiones que obliguen al pueblo a retornar a los fogones de leña, los calderos llenos de hollín y el humo dentro de los edificios”.
Lourdes, Graciela y un grupo de amas de casa reunidas en Cuabitas y Santa Rosa consideran que el fuerte incremento del precio del gas licuado “es una ofensa a los trabajadores; al igual que establecer la tarifa eléctrica entre 40 y 117.267 pesos, una cifra diez veces superior al salario máximo”, exclusivo para los dirigentes cubanos.
“La ‘Revolución Energética’ acabó con todo”, opinó Aralicia. “En las casas no se habla de otra cosa. Los talleres no tienen piezas. Las ollas reinas y arroceras están rotas. Salimos de un desastre y entramos en otro. No acabo de entender en qué parte de la tarea está el ordenamiento”.
“Las cocinas de inducción y las hornillas eléctricas no pueden ser las sustitutas del gas licuado. Económicamente no podremos sostener ese gasto. Además, los núcleos beneficiados con la gasificación los excluyeron de la compra de equipos eléctricos”, apuntó Roxana al recordar los tormentos que agobian a los santiagueros de cara a la Navidad y el fin de año.
“Compré diez balitas de gas para comenzar el 2021, pues a partir de enero pagaré como promedio mensual cerca de 24.000 pesos de electricidad”, dijo Elizandra, dueña del restaurante Gourmet, uno de los más emblemáticos del territorio.
“Sin comida, sin pasta dental y sin gas licuado ¿a dónde llegaremos? Lo que nos espera es un suplicio. El precio del carbón es un atraco, 150 pesos el saco”, dijo Rolando, quien lleva varias madrugadas haciendo la cola en uno de los puntos de venta de La Maya.
“Ayer pasé toda la tarde y el camión no llegó. Me fui con las manos vacías. Volveré por la noche y haré la cola. Ojalá alcance. Hace días traigo en la carretilla 20 balitas de los vecinos del Manguito”, respondió Chucho, el mensajero de un centenar de familias que le pagan para que esté al tanto de los productos que se venden por la libreta de racionamiento.
DIADIO DE CUBA confirmó que en la ciudad de Santiago de Cuba la distribución de gas es escasa, pero diaria. En la periferia, los poblados y el resto de los municipios la situación es crítica y reina la incertidumbre, porque el combustible llega y se agota al instante.
Los precios fluctúan por zonas de residencia. Los más caros se localizan en el casco histórico y los barrios de familias con más recursos, donde una bala de gas de diez kilogramos se cotiza a entre 600 y 700 pesos. Sin embargo, desde que escucharon la noticia de la subida del gas a partir del 2 de enero, los clientes están en ascuas, porque a la hora de cocer los alimentos hasta ahora ha sido lo más barato.
Un problema complicado enfrentan los núcleos radicados en zonas de bajo voltaje o en asentamientos ilegales, que reciben el fluido eléctrico a través de tendederas. En esas demarcaciones las protestas son intensas. A partir de enero cocinar allí será un desafío de impredecibles consecuencias.
A principios de 2015 se vendieron en Cuba las primeras 80.000 cocinas de inducción y sus menajes a las familias atendidas por la asistencia social. En octubre de ese año se comercializaron otros 284.000 módulos fabricados por las tres plantas cubanas, dos en Ciudad de la Habana y una en Pinar del Río.
Entonces la prensa oficial aseguró que la eficiencia energética de esas cocinas superaba en un 30% a las hornillas de resistencia eléctrica, pero su vida útil era de cinco años, justamente la fecha en que el Gobierno emprende la reforma salarial y sube radicalmente los precios.
En medio de ese contexto —y con altos índices de roturas— unas 200.000 familias de Las Tunas, Holguín, Granma, Guantánamo y Santiago de Cuba encaran la Tarea Ordenamiento como sinónimo de desabastecimiento, carestía y oportunidad para lucrar con la escasez de recursos y alimentos.
400.000 núcleos del oriente cubano reciben el suministro de Empresa Mixta ELF Gas S.A, ubicada en el territorio santiaguero, con una marcada inestabilidad en su producción y sometida a un proceso inversionista con tecnología China para incorporar los cilindros de 45 kilogramos.
Según el Anuario Estadístico de Cuba, Santiago produce 38,3 millones de metros cúbicos de leña y 1,7 millones de toneladas de carbón, cifras insuficientes para utilizar ambos renglones como alternativa ante la debacle energética. Su uso masivo atentaría además contra la reserva forestal del territorio.
En agosto de 2019 el Estado reguló la venta del gas licuado. Ahora le aumenta hasta 30 veces el precio, cuando esa forma de energía es la de más rápido crecimiento en los hogares de Cuba y representa cerca del 60% de la variante que se emplea para cocinar los alimentos.
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