April 26, 2024

OPINIÓN ¿Una sorpresa para el señor Biden? FRANCISCO ALMAGRO DOMÍNGUEZ | Miami

OPINIÓN

¿Una sorpresa para el señor Biden?

FRANCISCO ALMAGRO DOMÍNGUEZ | Miami

Dentro de las sorpresas extraterritoriales que podrían esperar al señor Biden está la de una nueva caravana de migrantes cubanos. Por el momento, sus miembros tratan de salir de Guyana hacia Surinam y de allí atravesar Mesoamérica hasta llegar a la frontera sur norteamericana. De continuar agregándose compatriotas a la caravana, esta podría superar la estampida, huida, emigración masiva de la llamada “crisis de los balseros” de Guantánamo, en 1996.

Varias circunstancias así lo indican. La primera es histórica: Camarioca, Mariel, Guantánamo y las oleadas terrestres de 2015, 2016 y 2017 sucedieron con gobiernos demócratas en la Casa Blanca. Estos gobiernos manifestaron, de forma directa o velada, estar dispuestos a acoger a los cubanos perseguidos y vapuleados por el régimen. El régimen respondió siempre: si los quieren, aquí se los envío.

Obama, mejor asesorado, decidió poner fin a la conocida ley de “pies secos, pies mojados” días antes de irse. Era una peligrosa herencia clintoniana para evitar una escalada militar con La Habana. Ahora, con la llegada de Biden a la Casa Blanca, otra temporada de pies secos-pies mojados podría devolverles a los demócratas los votos perdidos en el sur de la Florida.

Las condiciones al interior de la Isla están dadas. Con altas y bajas, la Cuba comunista está en una crisis cronificada, si cabe el oxímoron. La historia demuestra que al facilitar el intercambio con la Isla, y aprobar leyes para la emigración legal, la respuesta del régimen es quitar la válvula para que escape la presión del caldero donde, según Don Fernando, se cocina el ajiaco insular —ahora, aguachenta caldosa.

A Camarioca antecedieron las intenciones de diálogo de Kennedy, y las declaraciones posteriores de Lyndon B. Johnson de recibir a los escapados, salidas “ilegales”, dirían las autoridades cubanas. Carter cometió el mismo error, aunque con una frase cuasi poética y suicida —”seguiremos teniendo el corazón y los brazos abiertos (a los cubanos)”. Hay información suficiente para creer que la administración Clinton y el castrismo estuvieron a punto de un acercamiento antes del fatídico 13 de julio de 1994, con el hundimiento del remolcador 13 de Marzo y las consecuencias políticas de semejante acto.

Clinton derivó las balsas a Guantánamo, pero no por mucho tiempo. Al dejarle a otras administraciones la orden ejecutiva pies secos-pies mojados, salvó su historia y condenó la de los demás: aceptar por las fronteras terrestres cualquier migrante cubano, por delincuente, espía o ex militar que fuera.

Barack Obama fue quien más hizo por amansar a las fieras del Palacio de la Revolución. Él solito se metió en la jaula con un paraguas en la mano y con su familia, para que vieran que el león no era tan fiero como lo pintaban. Fue una suerte de promotor turístico: comió en una paladar, jugó dominó con Pánfilo, presenció un juego de pelota con profesionales —prohibidos en Cuba desde 1960—, y caminó con su tumbao jacarandoso por la Habana Vieja, como diciendo “aquí no hay tema, señores”.

No pasó mucho tiempo para que una nueva modalidad balserística, terrestre, tratara de alcanzar la frontera norteamericana. Entre 2016 y 2017 miles de cubanos arriesgaron sus vidas a través de las selvas y las montañas centro y suramericanas: esta vez no se quedarían atrás como sus abuelos y padres de las épocas de Camarioca, Mariel y Guantánamo.

La situación actual, con un gobierno demócrata, no está muy alejada de los precedentes. El Gobierno cubano, como sucedió en esas ocasiones, hace creer a la población que el motivo del descontento y la miseria es el “bloqueo” de los Estados Unidos; que quienes se oponen el régimen —aun por vías pacíficas— son terroristas, mercenarios pagados por una potencia extranjera. Por lo tanto, argumentan, EEUU tiene una responsabilidad ética con quienes no quieren vivir en la Isla: deben recibirlos con los brazos y el corazón abiertos.

Quedan algunas variables por conocer. ¿México abrirá la frontera sur al paso de una nueva, enorme caravana de cubanos? ¿Pararán las deportaciones, favoreciendo a los cubanos que llevan meses en cárceles norteamericanas? ¿Favorecerá eso una nueva ola de balseros terrestres? ¿Cuántos nuevos países, bajo presión cubana, permitirán la exención de visado haciendo fácil el tránsito hacia territorio norteamericano?

Es muy feo estar en tierra de libertad y prosperidad y no desear que nuestros hermanos en Cuba se nos unan. Pero también es preocupante cuando quienes llegan no pasan filtro alguno, y no escapan, ni son consecuentes con la filosofía del cimarrón: a la Hacienda y al cepo no hay regreso, a no ser que algo muy grande, hijos o padres, queden secuestrados y mal alimentados por el mayoral.

En tanto sucede que tengamos una Patria con todos y para el bien de todos, el próximo gobierno de Estados Unidos seguirá teniendo un dilema sin resolver a pocas millas de su frontera: un país que los amenaza con un éxodo masivo, por mar o por tierra, y para el cual, en seis décadas, no han encontrado una solución definitiva.