Yosmel Barrios es uno de los miles de cubanos que salieron de la Isla rumbo a Suramérica con la esperanza de alcanzar el sueño de llegar a Estados Unidos. Para ello ha tenido que hacer la conocida como “Ruta de la Muerte” a través de la selva del Darién.
En diversos testimonios compartidos a través de su muro de Facebook, Barrios insiste en ofrecer detalles de la travesía a quienes vengan detrás, con el propósito de ayudarlos a comprender lo que tendrán que enfrentar. Pero lo que ha vivido, y que accedió contar a DIARIO DE CUBA, parece salido de una pesadilla.
El viaje del joven cubano comenzó en agosto de 2019, cuando salió de Cuba rumbo a Guyana. “De ahí me recogieron y llevaron a la frontera de Brasil (…) De ahí empecé mi viaje hacia Uruguay, un país en el cual trabajé como repartidor hasta que se puso malo el trabajo”, recuerda.
Barrios confiesa que en Uruguay vivió “buenos y malos momentos, pero tuve que acostumbrarme a las circunstancias de ese país, ya que a nosotros los migrantes no nos tratan bien. Y un día nos sentamos un grupo de cubanos y nos propusimos hacer una caravana de 200 motos desde Uruguay hasta los Estados Unidos, pero no nos dieron el permiso, ya que estábamos en medio de la pandemia del Covid”.
No obstante, diez personas salieron rumbo norte el pasado 18 de diciembre.
“De mi grupo, que somos diez, estamos todos completos, pero en Turbo cuando salimos éramos un total de 34 cubanos. Todos los días llegan a este campamento, que es el primero después que sales de la selva en Bajo Chiquito, de 20 a 30 haitianos, venezolanos, árabes y cubanos. Hoy estamos en espera de que el otro grupo que se aventuró conmigo llegue. Llevan más de 15 días de atraso”.
Cruzar el llamado Tapón del Darién, considerada la región más intransitable y peligrosa de América Latina, es, según Barrios, cosa de ir “a poquitico”. Pero el testimonio de este cubano reafirma que la selva compacta, los ríos crecidos, los ascensos exigentes, no son lo peor de la zona.
“Tuvimos cuatro asaltos a mano armada. Nos quitaron el dinero, la comida, los móviles, sin importarles los niños que viajaban con nosotros. Estuve seis días y cinco noches en la selva, cuatro de ellos sin comida, alimentándome con agua de río y comiendo plátano verde hervido. Fue muy dura la travesía. También me encontré cuatro cadáveres de personas, dos de ellos cubanos, una haitiana y uno de los asaltantes. Para mí fue muy duro, pero como le prometí a mi hijo que quiero una mejor vida para él, si tengo que volver a nacer y volver a pasar por la selva del Darién, no lo pensaría dos veces”.
Barrios no describe lo que ha vivido como una aventura. Pero tampoco tiene palabras que califiquen lo que presenció. Aunque la manera en que lo refiere es más que suficiente.
“En ocasiones los asaltantes violan a las mujeres. No les basta con quitarnos el dinero y la comida y tener que ver cómo ellos violan a las mujeres y uno no poder hacer nada, porque te ponen un arma en la cabeza para que mires cómo lo hacen. Eso es duro, porque si nos resistimos podemos perder la vida. Ya lo viví en carne propia: uno se resistió a que le violaran la mujer y le dieron cuatro machetazos… y le introdujeron un palo por el ano. Yo pensé que nos iban a matar a todos… es muy duro ver una 9 milímetros apuntando en tu cabeza. A mí, por decirles que no tenía dinero, me cayeron a patadas en el suelo, mientras el otro me apuntaba a la cabeza…”
“Eso fue triste, ver la pérdida de tres seres humanos y no poder hacer nada…”
En Bajo Chiquito, Barrios conoció a otra cubana que había llegado a ese punto junto a su familia días antes que él. Yesenia Meliza es su nombre y aceptó contar su historia.
“Salí de Turbo el día 29 de diciembre. Jamás pensé ver tanto trafico de personas: mujeres, hombres, niños, ancianos, chinos, rusos, embarazadas… Salimos rumbo al Darién a las 7:30PM en una lancha. Para mí eso es lo peor de toda la travesía: pasar horas en el mar sin tener una protección de salvavidas”.
En la lancha de Yesenia Meliza iba una mujer venezolana de alrededor de 34 años con sus dos hijas, de entre 12 y nueve años. “A raíz de los saltos de la lancha, las niñas cayeron al mar y no pararon para rescatarlas. Al llegar a tierra, nos tiraron como a 30 metros de la arena y la madre de las dos niñas se quitó la vida con un machete que traía con ella. Eso fue triste, ver la pérdida de tres seres humanos y no poder hacer nada…”
A pesar de esperar varias horas en el lugar a que llegaran los coyotes que debían conducirlos, estos nunca aparecieron. “La desesperación de salir nos mataba, y mi familia, mi esposo, mi madre, mi tía, su esposo, mi hija de un año de edad y yo decidimos salir. Después de siete días caminando ya se había acabado la comida y no habíamos llegado ni al supuesto río que dicen que va directo hasta el primer campamento panameño”.
“Al siguiente día de camino, ya sin fuerzas, nos encontramos a los primeros atracadores. Esos sí daban miedo: andaban con pistolas, machetes, escopetas. Eran tres, dos hombres y una mujer enmascarados. Nos revisaron todo, hasta la ropa nos la quitaron, pero no encontraron nada, porque no traíamos nada de dinero ni cosas de valor y nos dejaron pasar”.
“Te encuentras muertos por todos lados, personas deshidratadas, ya sin poder hablar por falta de comida, sin contar que todos los días llueve y ya mi hija estaba respondiendo poco. Dejamos atrás a mi madre y a su esposo, porque por su edad perdieron la velocidad y tenía que seguir por mi hija. Estuvimos dos días después que los dejamos para llegar al Platanal de los Indios, que está a cuatro horas del primer campamento. Ahí adentro violaban a las mujeres y nosotros nos escabullimos con una persona que nos ayudó a pasar ese gran peligro y nos trajo hasta el campamento. Desde aquí pudimos mandar a rescatar a mi madre y su esposo, y gracias a Dios nos encontramos con vida todos. Es una gran valentía poder pasar el Darién y salir con vida”.
“Lo volvería a hacer por una mejor vida”
Yosmel Barrios tiene aún mucho que cruzar para llegar a su destino soñado. En los campamentos de migrantes las autoridades al menos los asisten con alimentos y documentación provisional.
“Nos dan una bolsa con comida y nos ayudan, porque casi todos llegamos sin dinero y hay que pagar las embarcaciones, que tienen un costo de 25 dólares, hasta el segundo campamento. Allí pasamos por otro proceso, en espera de traslado, y en el cuarto campamento es donde nos dan el salvoconducto y nos ponen un ómnibus, que tiene un costo de 40 dólares, con destino a la frontera de Costa Rica. Desde ahí hay que empezar la travesía una vez más, hasta llegar a México, para poder cruzar la frontera hacia los EEUU”.
No obstante, también aquí el migrante sufre vejaciones. En el campamento ubicado en la aldea de Bajo Chiquito, el Servicio Nacional de Fronteras (SENAFRONT) se ocupa de los sobrevivientes de la travesía por la selva.
“Aquí el trato con SENAFRONT no es muy bueno. Ellos son los policías de la aldea, están supuestamente para ayudarnos, pero son algo corruptos. Lo he vivido en carne propia, porque aquí las atenciones de ellos son diferentes a los de Emigración. Yo mismo soy un paciente VIH y les pedí ayuda. Los de Emigración me dijeron que apenas tenían medicamentos, que fuese a donde estaban los de SENAFRONT y les explicara mi situación. Pero me trataron mal, me discriminaron por mi patología. Ya llevo un mes sin medicamentos. Gracias a Dios solo me dio una crisis y la pude rebasar. Hay más personas, entre ellas varios niños, que están con descomposición de estómago. También hay mujeres embarazadas, dos diabéticos que están sin tratamiento en espera a ser trasladados para el próximo campamento…”
A pesar de todo, Barrios y sus acompañantes no dudan en asegurar que, de tener que volver a verse en la necesidad de jugarse la vida por un futuro mejor, lo harían.
“Yo, al igual que mi grupo, estamos de acuerdo con volver a hacer esta travesía. Ojalá que esos miles de cubanos que vienen en camino, a los cuales estoy apoyando desde aquí indicándoles cómo es la travesía y diciéndoles todo lo que tienen que hacer para llegar al primer campamento, logren llegar y cumplir con sus metas”.
“Espero que nuestros sueños se hagan realidad, que después de todo lo que hemos vivido en la selva podamos tener un mejor futuro tanto para nosotros como para nuestras familias en Cuba. Ellos están pasando por situaciones más malas que nosotros. Por eso a todos aquellos migrantes que se aventuran en la selva cada día les deseo una mejor y excelente travesía”, terminó.
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