September 21, 2024

OPINIÓN Cuba: filosofía económica de la pizza FRANCISCO ALMAGRO DOMÍNGUEZ | Miami

OPINIÓN

Cuba: filosofía económica de la pizza

FRANCISCO ALMAGRO DOMÍNGUEZ | Miami

En Cuba la pizza podría ser la unidad de referencia.  Antes fue la caja de cigarros Populares. Pero mucha gente ha dejado de fumar. Cuánto cuesta una pizza cubana, de queso y salsa de tomate, mal llamada napolitana —napolitana de verdad: hierbas aromáticas y ajos— indica cómo se mueve el mercado real, el de la calle. Llegan de Cuba las primeras crónicas del hambre con el costo de la pizza de referencia: 60 pesos cubanos.

Las quejas no dejan de aparecer, y con toda lógica: el cálculo hecho por las autoridades para la Tarea Ordenamiento ha provocado una desorganización mayor. No se puede ordenar lo que por naturaleza siempre ha sido un desorden. Con un salario medio entre 2.000 y 2.500 pesos al mes, alcanzaría para comer 40 pizzas dizque napolitanas, o 23 de jamón, de entre 100 y 105 pesos cada una. Como no solo de pizzas vive el cubano, la factura eléctrica estaría en el rango bajo de los 500 pesos mensuales, o sea, la tercera parte del salario.

Pero dejemos esas matemáticas siempre engañosas y politizadas a quienes si tienen la extraordinaria tarea de reflotar una economía que si no hizo agua antes fue gracias a las subvenciones externas y el esquilme de quienes en el exterior envían a Cuba remesas millonarias, viajan llevando hasta lo más imprescindible y veranean en los mismos sitios que les fueron prohibidos antes, vaya paradoja, por ser cubanos.

Centrémonos en la crisis sociológica que se avecina, y el papel de EEUU como casi la única opción de salvamento. El modelo que mejor ilustra lo que sucede en la Isla hace seis décadas es un secuestro. Un grupo de personas han tomado por la fuerza un avión, un banco, un hotel.

Al principio los secuestrados, porque los precios eran abusivos u otra razón plausible, apoyaron a los victimarios. Con el tiempo, no hubo resultados esperados, y comenzaron a desencantarse de lo que al inicio parecía un justo reclamo. Entonces los secuestradores tuvieron la única elección que le queda a cualquier mentiroso: recurrir a la violencia indirecta, esa que viste de paisano al torturador contumaz.

La sobrevivencia del sistema obedece por lo menos a dos factores básicos:

Uno: es un sistema cuyo funcionamiento se basa en una estable inestabilidad. En tales condiciones, los sistemas hacen cambios sin modificar su estructura. En su inestabilidad radica la flexibilidad de enfrentar cualquier desafío y volver al inicio, lo que pudiéramos llamar un alto grado de resiliencia. Una vez tornada la anormalidad en la norma, todo es posible.  Así, el día que haya pan por la libre y bueno, y los ómnibus funcionen uno detrás del otro, en hora, el sistema se desintegra. Es sencillo: el problema —sobrevivir— ha creado su propio sistema. Cero problema, cero sistema.

Dos: sometido desde el inicio a presiones externas, léase embargo —en neolengua: bloqueo—, el sistema ha ganado en cohesión interna y apoyo externo. A mayor presión de afuera, las fuerzas del no cambio se organizan y ejercen coerción sobre las fuerzas que tienden al cambio. Por esa razón Barack Obama, inteligente e innovador, intentó lo contrario. Pero olvidó un detalle. Inverso al precepto marxista, los líderes sí definen la historia. El artículo “El Hermano Obama”, escrito por Fidel Castro, bastó para darle una lección en ese sentido.

El momento actual se presenta singular por la ausencia de un liderazgo legítimo y carismático en la Isla. A pesar de toda la maquinaria propagandística para hacer presidenciable, simpático y elocuente al presidente designado, no lo logran. Se nace líder, no se hace un líder. Todos saben quién en verdad corta el bacalao. Ese mayoral  conoce su legitimidad histórica, pero también sabe que no nació para ser presidenciable ni carismático: hizo un perspicaz enroque político con el designado.

Ante un sistema como este, un secuestro donde las víctimas se han acostumbrado a un nivel de subsistencia, solo hay tres opciones para quienes desean un cambio. Uno es el peligroso uso de la fuerza. A los secuestradores solo queda la maldad y el daño que puedan ocasionar hasta el último momento. Sacrificar rehenes forma parte del ADN terrorista.

La otra forma es la negociación. También lo ensayaron Obama y compañía. El poder es el mayor afrodisíaco, dijo Henry Kissinger. Los secuestradores, parapetados en un falso patriotismo, y con la seguridad de la colonia venezolana, tuvieron la insolencia de negarse a cualquier arreglo que mejorara la vida de los retenidos, su propio pueblo. Hoy ni siquiera los chavistas saben qué pasará con ellos mismos, en camino al cambio de una sociedad autoritaria a totalitaria.

El sistema, sin su habitual flexibilidad, capacidad de maniobra, ha alcanzado la estabilidad máxima. Eso significa que es frágil, y se presenta tal cual es: implacable. La represión será directamente proporcional a la falta de resiliencia, de volver a la forma inicial de dictablanda. Y para mayor conflictividad, el discurso es el mismo: el imperialismo y el “bloqueo” son los culpables de todo. Narrativa discordante y neurótica, que ya casi nadie compra: yanqui te odio, pero te necesito; norteamericanos explotadores, envíen muchos dólares; tía canalla, acuérdate de mi talla…

Si la Administración Biden encara el fenómeno Cuba con realismo, debe entender, en primer lugar, que el cambio no se producirá por más o menos sanciones. No hacer nada será la mejor manera de hacer algo. El cambio, en la Isla, se dará desde adentro, y probablemente desde las altas esferas del régimen, desencadenado por una singularidad: la madre desesperada, un accidente industrial, los excesos de la policía.

En segundo lugar, el deterioro del ser humano es tan grande y prolongado —incluyendo el de la jerarquía—, que el régimen sigue apostando porque la Tarea Ordenamiento será asimilada como otras tantas, sin chistar. Y ese es un error casi filosófico. Ni los secuestradores son los mismos, ni los secuestrados tampoco. Parafraseando a Heráclito, no el de Éfeso, sino el de Centro Habana: nunca volverás a comer la misma pizza dos veces.