November 14, 2024

OPINIÓN El manotazo de la esperanza FRANCISCO ALMAGRO DOMÍNGUEZ | Miami

OPINIÓN

El manotazo de la esperanza

FRANCISCO ALMAGRO DOMÍNGUEZ | Miami

Nunca imaginamos ver a un ministro de Cultura cubano fajado, como un vulgar asere, con un grupo de jóvenes. Puede decir lo que quiera: que los que protestaban eran provocadores, contrarrevolucionarios, mercenarios pagados por el imperialismo. Nosotros sabemos, y sobre todo ellos saben que estamos ante lo inevitable: los funcionarios dando manotazos de ahogado. El general Resoplez le hubiera dicho a Alpidio y su tropa: ¡no os dejéis provocar! Pero era tarde. Y la tarde lloraba, y no era por él.

Los que tenemos memoria recordamos la anterior Cuba dictatorial, donde los ministros eran personas mayores, en el sentido amplio de la palabra. Podía acusárseles de casi todo, pero en gran mayoría, eran hombres instruidos que conocían su negocio a pesar de ciertas excepciones que confirmaban la regla. Había comunistas de vieja data, y otros no, como Raúl Roa, anticomunista en la época que había que serlo; había rebeldes sin causa hasta que apareció el Movimiento 26 de julio y rebeldes con la Sierra como causa, y a golpes de viajes y secretos de oficina aprendieron a engañar al Comandante.

Una buena cantidad de esos ministros y viceministros venían del área técnica de su competencia. El ministro de Salud no tenía que ser el gran profesor que fue Martínez Páez, un fracaso como funcionario, dicho por él mismo. Pero un Carlos Dotres, pediatra y director de hospitales, parecía ajustado al cargo. El “Gallego” Fernández fue un desastre. Lo salvaba contar con suficientes recursos y autoridad para rodearse de verdaderos pedagogos y antiguos maestros, quienes a veces lograban que no metiera más la pata.

Y si hablamos de Cultura, Armando Hart fue un producto de la burguesía intelectual cubana. Tenía “clase”. Para Hart, la fidelidad a toda prueba hizo que la mayoría de sus escritos y libros trataran de eslabonar históricamente la figura del Máximo Líder con la de José Martí. Al final es una obra prescindible, no tanto por su pobre originalidad sino porque otros lo hicieron a la sombra, mejor, y sin obtener réditos políticos. Armando Hart tenía, al menos, una obra para mostrar.

Lo que está sucediendo con el canelismo es algo singular, y merece una consideración especial. A la crisis final de socialismo cubano en el plano económico y social, se le ha unido la incapacidad, congénita, aprendida o inducida de quienes deben tomar decisiones para evitar un hundimiento apocalíptico. Quienes ocupan hoy casi todas las responsabilidades civiles nacieron poco antes o después de 1959. Esto quiere decir becas, círculos de estudio, lemas, NTV y, sobre todo, el aprendizaje de algo tan telúrico y suicida como la frase de “Socialismo o Muerte”. Sus horizontes parecen morir junto al muro del malecón, por cierto, destruido.

El desfile de compañeros ministros que apenas sabe expresar sus ideas en un castellano comprensible no tiene para cuando acabar, y uno se pregunta si los escogen para esos puestos para hacerle todavía más daño a los cubanos, o por el simple hecho de que la historia se repite como tragedia: en los primeros años de la involución el administrador de un central azucarero podía ser un arquitecto, y el jefe de un proyecto vial un campesino que veía el asfalto por primera vez.

El manotazo de Alpidio: bravucón, forzudo y ventrudo, rodeado de matones, le arrebata el celular al flaquito de un guantazo. Y se trata, no faltara más, del ministro de Cultura, de quien, además, no se conoce una estrofa, un ensayo, una nota musical o un cuadro que merezca ser citado. Así quedará para la historia de la infamia. Una conducta que resume toda la prepotencia de la fragilidad y el fraude ministerial.

Ministro, que quiere decir servidor, es una palabra que en la neolengua involucionaria puede ser traducida como secuaz. En la Isla no es, no fue y no será deberse a quienes supuestamente los han elegido como parte del parlamento y el ejecutivo, es decir, el poder civil. Su función es acallar, con promesas y lemas —y también con la fuerza física— a una juventud que se niega repetir la historia de sus padres y abuelos.

De ahora en adelante debemos esperar acciones como esta, o peores. Las autoridades cubanas no están leyendo correctamente la historia. Siguen diciendo, como publicara el órgano oficial, que las calles son de los revolucionarios. Una apropiación indebida y de corte facistoide. Justifican actos tan poco elegantes, por decir lo menos, como que un ministro se lie a golpes con un chico, quizás insolente, quizás necesitado de ser oído, ante decenas de cámaras de celulares. Y no les importa.

Viene a mi mente ahora el otro Elpidio, no el de Padrón, sino el más serio, el del Padre Félix Varela, y que la mayoría de la juventud cubana desconoce, incluso puede que hasta el ministro de Cultura, a quién, casualmente, cambiaron la E por la A como para no confundirnos en el presente. Elpos quiere decir esperanza, y simboliza la juventud que luchaba por una patria libre y democrática. En las Cartas a Elpidio, del Padre Varela escribió esto hace dos siglos:

“Las doctrinas más destructoras de la libertad humana, examina su origen, y verás que solo tuvieron por autores y solo tienen por partidarios a los impíos, que no pudiendo superar sus pasiones, se declararon esclavos de ellas”.