Se acerca el 28 de enero, cuando se cumplen 168 años del natalicio de nuestro Héroe Nacional, José Martí, y los gobernantes cubanos se aprestan a intensificar su campaña con vistas a atraer hacía sí la figura del mártir de Dos Ríos.
Con independencia de la mañosa interpretación histórica que el castrismo hace de la obra martiana, si solo fuéramos a mirar las tantas instituciones que actualmente existen en Cuba para estudiar y divulgar el pensamiento de Martí, cualquiera podría pensar que, en efecto, el legado del Apóstol conserva plena vigencia en la Isla.
La Oficina Nacional del Programa Martiano, el Centro de Estudios Martianos, la Sociedad Cultural José Martí, la Fragua Martiana y el Movimiento Juvenil Martiano —estas dos últimas dirigidas por Yusuam Palacios Ortega, ese joven de fina oratoria, al que preparan con esmero tal vez con el propósito de convertirlo en una especie de Eusebio Leal del futuro— son instituciones que con frecuencia entrecruzan sus funciones, y su desenvolvimiento burocrático torna difícil determinar dónde culmina el trabajo de una y comienza el de las otras.
Pero el castrismo cuenta también con sus tanques de pensamiento que mucho laboran en pro de colocar a Martí en una posición que legitime el actual estado de cosas en la Isla. Nombres como los de Luis Toledo Sande, Eduardo Torres Cuevas, Pedro Pablo Rodríguez, y Enrique Ubieta, entre otros, se destacan en esos menesteres.
Acerca del último mencionado conviene traer a colación que en su texto Cuba:¿revolución o reforma?, publicado por la Casa Editora Abril en el 2012, presenciamos un ejemplo de lo anterior. Aquí Ubieta contrapone las que estima tendencia revolucionaria y reformista en la historia de Cuba, y al ubicar a Martí en la primera, lo coloca oportunistamente en el mismo bando de los comunistas en la República, y de las huestes de Fidel Castro.
Por supuesto, no podía faltar en esta relación esa falacia echada a rodar por la propaganda oficialista cubana, en el sentido de que el Partido Revolucionario Cubano fundado por Martí en 1892 es el “legítimo antecesor” del actual Partido Comunista de Cuba. Una tesis que el castrismo utiliza —basándose en que el Apóstol creó un solo partido— para justificar el unipartidismo existente en la Isla.
No más bastaría con recurrir a las bases del partido martiano para refutar la artimaña castrista. Porque en ese documento se habla de hacer la independencia de Cuba mediante una guerra de espíritu y método republicanos; que elimine el autoritarismo y la composición burocrática de la Colonia; que propicie un equilibrio de las fuerzas sociales en la futura República; y que en el ámbito económico abra el país a la actividad diversa de sus habitantes. Evidentemente, se trata de características ausentes en la Cuba de hoy.
Por si fuera poco, aquí tenemos el quinto artículo de esas bases: “El Partido Revolucionario Cubano no tiene por objeto llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la Isla como su presa y dominio, sino preparar, con cuantos medios eficaces le permita la libertad del extranjero, la guerra que se ha de hacer para el decoro y bien de todos los cubanos, y entregar a todo el país la patria libre”.
Concluyente. Nada de entronizar un partido político que se erija en rector de la sociedad, como el que hoy sojuzga a la patria cubana. Y muy importante: entregar a todo el país, y no solo a una determinada clase social, la patria libre.
Por mucho que se lo propongan los actuales gobernantes cubanos, incluso aunque lo hayan establecido en el famoso artículo cinco de la Constitución de la República, su Partido Comunista podrá ser fidelista y marxista-leninista, pero jamás será martiano.
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