Ministros energúmenos y diplomáticos gamberros
En el castrismo siempre han abundado los energúmenos. Aun entre los ministros. Incluso en el Ministerio de Relaciones Exteriores, donde se supone que debieran primar la diplomacia, el tacto y la cordura.
LA HABANA, Cuba. – Los zocotrocos abundan en el régimen continuista. No se cansan de decir disparates y hacer papelazos. Lo mismo hablan de limones y avestruces que de tripas y gallinas decrépitas. Pero el espectáculo del manotazo que el pasado 27 de enero dio Alpidio Alonso, quien, paradójicamente, es el ministro de Cultura y hasta escribe poesía, no tiene nombre. Mejor dicho: sí tiene nombre, tiene varios, pero todos demasiado feos.
Tan repulsivo fue el comportamiento de Alpidio Alonso que hizo parecer policía bueno a su viceministro Fernando Rojas, quien, esta vez, en lugar de amenazar con trompones, invitó a los manifestantes a entrar a la ratonera para dialogar, o escucharles el monólogo a él, el ministro y sus segundones, que lo mismo dan un teque que un gaznatón.
Pero no debemos asombrarnos. En el castrismo siempre han abundado los energúmenos. Aun entre los ministros. Incluso en el Ministerio de Relaciones Exteriores, donde se supone que debieran primar la diplomacia, el tacto y la cordura.
No han sido precisamente esas las características de los cancilleres –llamémosles así- de la diplomacia castrista. Ni siquiera las tuvo Raúl Roa García, único funcionario de ese rango digno de titularse así.
A Roa, a quien llamaban “el canciller de la dignidad”, le tocó un tiempo muy difícil: el de la invasión de Bahía de Cochinos y la Crisis de los Misiles. En aquellas circunstancias, defendió al régimen de Fidel Castro como un gato patas arriba. A menudo, incurrió en exabruptos, como cuando en memorable ocasión, en la ONU, calificó a los diplomáticos que representaban al gobierno norteamericano ante el organismo internacional con el muy castizo “hideputas”.
Eran cosas de la Guerra Fría. Nikita Khrushchev, en el mismo escenario y en la misma época, exasperado, se quitó un zapato y aporreó la mesa.
Ni remotamente Roberto Robaina tenía la cultura de Roa. Pero Robertico, como lo llamaba cariñosamente el Máximo Líder, fue cualquier cosa menos aburrido. Con su bigote y su blazer ajustado, parecía un cantante de salsa. Cuando dirigía la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), en medio del hambre y los apagones del Período Especial, trató de potabilizar el envejecido discurso oficial para la juventud. Lo tradujo en populacheras consignas que llenaron muros, camisetas y pancartas. Organizó multitudinarios conciertos de trovadores y timberos en la Plaza de la Revolución.
Pero como ministro de relaciones exteriores, Robaina se quedó corto. Dicen que se involucró en episodios de corrupción. Acabó tronado, en pijama, como pintor, vendiendo sus cuadros en dólares.
A Robaina lo sustituyó en el MINREX el monótono Felipe Pérez Roque. Lo escogió el Máximo Líder, que lo llamaba Felipito, por ser quien mejor interpretaba su pensamiento. Al menos eso dijo Fidel al momento de designarlo. Años después, cuando lo tronaron, le reprochó haberse dejado empalagar por “las mieles del poder”. Pero, en su tiempo como canciller, parece que interpretaba fielmente los designios fidelistas, porque, como un robot parlante, no se apartaba una línea del guión original que le escribía el Jefe.
Pérez Roque, aunque vestía trajes caros, recordaba a uno de los cerditos de Rebelión en la Granja. A falta de argumentos, hacía muecas y prodigaba epítetos e insultos. Una vez bufó y se agarró la bragueta porque lo interpelaron en la capital francesa acerca de los 75 presos de la ola represiva de la primavera del año 2003, a él que no se cansaba de repetir que eran “mercenarios que conspiraban al servicio del gobierno norteamericano”.
El mayor disparate de Pérez Roque fue cuando anunció estar dispuesto a que Cuba renunciara a su bandera y se integrara a Venezuela, como si fuera la isla Margarita, en una Confederación Bolivariana.
No obstante, pese a sus dislates, Pérez Roque cosechó más triunfos para el régimen castrista que Raúl Roa. Los tiempos de Roa fueron los del aislamiento de Cuba de la arena internacional. Bajo Pérez Roque, se produjeron las primeras votaciones mayoritarias en la ONU contra el embargo norteamericano, la admisión de Cuba en el Consejo de Derechos Humanos y el levantamiento de la Posición Común de la Unión Europea a cambio de promesas que solo se creyó -o se hizo el que las creía- Miguel Ángel Moratinos, el entonces canciller español.
Si Pérez Roque y su sucesor Bruno Rodríguez Parrilla, otro ventrílocuo, han tenido éxito con su diplomacia gamberra y los escándalos solariegos en la ONU y primero en el Consejo y luego en la Comisión de Derechos Humanos, se debe a que han contado con la complicidad de políticos, empresarios, inversionistas e intelectuales de izquierda de Europa y Latinoamérica, e incluso de los Estados Unidos. Algunos fueron oportunamente sobornados, chantajeados o “convencidos” por los agentes de influencia del régimen castrista. A ellos se suma la complicidad pasiva de ingenuos e indiferentes, sus interlocutores idóneos.
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Luis Cino Álvarez (La Habana, 1956).
Trabajó como profesor de inglés, en la construcción y la agricultura.
Se inició en la prensa independiente en 1998. Entre 2002 y la primavera de 2003 perteneció al consejo de redacción de la revista De Cuba. Fue subdirector de Primavera Digital. Colaborador habitual de CubaNet desde 2003. Reside en Arroyo Naranjo. Sueña con poder dedicarse por entero y libre a escribir narrativa. Le apasionan los buenos libros, el mar, el jazz y los blues.
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