Los derechos humanos son universales e indivisibles
El pueblo cubano precisa de todos los derechos, tanto los socioeconómicos como las libertades individuales, y la experiencia histórica indica que la falta de algún tipo de derechos puede llevar a la implosión de las sociedades
LA HABANA, Cuba.- Este 10 de diciembre se cumplen 72 años de que la Asamblea General de las Naciones Unidas emitiera la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Por tal motivo la jornada oficia como el Día Mundial de tales Derechos.
A partir de 1959 los gobernantes cubanos adoptaron una visión torcida de los derechos humanos, y la propaganda oficialista de la isla comenzó a cuestionar es universalidad. Es decir, que algunos pueblos podían contentarse solo con algunos, teniendo en cuenta sus costumbres e idiosincrasia.
Así, por ejemplo, a las naciones del tercer mundo les convendría respetar únicamente los derechos socioeconómicos (al trabajo, a la seguridad social etc.), al tiempo que desdeñarían los cívicos, relacionados en lo fundamental con las libertades individuales.
Semejante punto de vista rompe además con el carácter indivisible de los derechos humanos. Porque los gobernantes de cada país deben esforzarse por dotar a sus naciones del goce de todos los derechos. El mismo derecho al trabajo necesita un árabe que un europeo; e igualmente, tanto uno como el otro son merecedores del derecho a la libertad de opinión, de reunión y de asociación.
La experiencia histórica indica que la falta de algún tipo de derechos puede llevar a la implosión de las sociedades. Tal sería el caso, por ejemplo, de las naciones que construían el denominado socialismo real. Se esforzaron por garantizar los socioeconómicos, pero descuidaron los cívicos de sus ciudadanos.
Hasta el año 2006 existía la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Era un órgano que velaba por el estricto cumplimiento de esos derechos. En ese sentido el régimen cubano fue condenado en varias ocasiones por los integrantes de esa Comisión, en especial por no reconocer los derechos cívicos de la población. Vale destacar la presencia en algunas sesiones de la Comisión de activistas cubanos —residentes en la isla y en el exterior— con el objetivo de denunciar las violaciones que se cometían en la isla.
La respuesta de los gobernantes cubanos siempre fue la ignorancia total de tales condenas. Se burlaban de la comunidad internacional. Expresaban que todo no eran más que maniobras del imperialismo y sus lacayos para agredir a la revolución.
Mas, a partir del 2006 cambió la situación en las Naciones Unidas con respecto a los derechos humanos. Y cambió para mal. Desapareció la Comisión de Derechos Humanos y se creó el Consejo de Derechos Humanos, una instancia que cada vez muestra más su inoperancia. Es verdad que existe una Alta Comisionada para los Derechos Humanos —la ex presidenta de Chile, Michelle Bachelet—, y que en ocasiones se aprueban condenas a violaciones flagrantes de esos derechos, como ha sucedido con el régimen chavista de Venezuela, pero naciones violadoras de tales derechos forman parte del citado Consejo. Cuba, por ejemplo, ocupa una de las ocho plazas del Consejo reservadas para la región de América Latina y el Caribe. Es como si enviaran a un totí a cuidar un campo de arroz.
Sin embargo, no todas son noticias desalentadoras. Porque aquí en nuestra patria se incrementan las voces que exigen el cumplimiento de todos los derechos humanos. Son, entre otras, las voces de esos jóvenes artistas que llegaron a la sede del Ministerio de Cultura en la tarde-noche del 27 de noviembre, con el objetivo inicial de solidarizarse con los activistas atrincherados en San Isidro, y que terminaron exigiendo las libertades de expresión y creación.
En lo adelante no le resultará fácil al castrismo negar la universalidad e indivisibilidad de los derechos humanos.
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Orlando Freire. Matanzas, 1959. Licenciado en Economía. Ha publicado el libro de ensayos La evidencia de nuestro tiempo, Premio Vitral 2005, y la novela La sangre de la libertad, Premio Novelas de Gaveta Franz Kafka, 2008. También ganó los premios de Ensayo y Cuento de la revista El Disidente Universal, y el Premio de Ensayo de la revista Palabra Nueva.
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