En una economía “libre” los salarios surgen de la negociación voluntaria entre oferentes (trabajadores) y demandantes (empresarios y Estado), aun cuando esta negociación habitualmente esté circunscrita a límites legalmente establecidos —salario mínimo, vacaciones, horas extras— hay un margen más o menos suficiente para que el proceso acerque el valor obtenido en las negociaciones al valor de la contribución marginal del trabajo a la productividad.
Ello implica que el mercado laboral es indicador —o debería serlo— de qué productos o servicios están siendo más demandados, a la vez, mientras más margen de negociación quede libre de interferencias normativas, discriminarán mejor las empresas y el sector público qué cantidad de personal necesita para cada puesto y cuánto puede pagar a cada cual, que dependerá de su aporte relativo al valor del producto final.
En el caso cubano, donde el Estado tiene absolutamente intervenido el mercado laboral en el sector público que es dominante, y se espera que su peso comparativo crezca con respecto al sector privado después de la reordenación, ¿cómo surgen los salarios?
Pues la fórmula que Marino Murillo explicó en su comparecencia televisiva del 11 de diciembre se basa en calcular inicialmente una canasta de bienes y servicios de referencia, que es un estimado de los gastos mensuales que necesita una persona para vivir, y a partir de ahí establecer un salario mínimo, que definen por la multiplicación de esta canasta por 1,3. El resto de los salarios los establecen según categorías normadas.
La libertad de negociación dentro de un mercado más o menos libre permite que las remuneraciones reflejen realmente el valor social del trabajo y, así, aquellas organizaciones que más ganancias obtengan, es decir, que mejor estén sirviendo a los consumidores, serán las que mejores salarios podrán pagar. Del mismo modo los oficios que requieran mejor capacitación y sean muy valorados (como los jurídicos, los banqueros, los sanitarios o el profesorado universitario) serán igualmente muy bien pagados.
En el caso cubano, es el Estado quien decreta qué le toca a cada cual.
En el sistema de libre contratación cada cual recibe según aporta —y he aquí lo importante—, siendo la sociedad en su conjunto la que decide el valor del aporte de cada cual, expresándose así las necesidades y deseos de la mayoría lo que permite su satisfacción. Lo que vemos en Cuba, en cambio, es que la sociedad nada tiene que decir. Es el Gobierno quien determina lo que vale el aporte de cada cual, cuánta gente tiene que trabajar en qué y cuánta importancia tiene cada puesto laboral.
Con este mecanismo, el Estado sustituye a la sociedad y es él quien decide qué va a consumirse y con qué calidad, lo que no es poca cosa. Pero además, esto condiciona las opciones de vida de las personas, no solo constriñendo su derecho a elegir como consumidores, sino condicionando en qué van a capacitarse.
Esto se comprueba muy fácilmente: Cuba tiene un elevadísimo ratio médico/paciente, probablemente el mayor del mundo, pero sus Escuelas de Medicina siguen rebajando el mérito necesario para cursarlas, atrayendo así más candidatos, no porque el pueblo necesite más médicos, sino porque el Estado tiene una alta demanda de estos como mercancía para uno de sus negocios más rentables, el alquiler de seres humanos.
Pero el cálculo mismo de esta canasta de bienes y servicios de referencia es —por decirlo suavemente— llamativo.
La canasta contiene dos acápites —alimentación y otros bienes y servicios— con un costo total de 1.528 pesos.
La alimentación acapara 799 pesos, el 52% de la canasta. De esos, 282 pesos pagarán los productos de la bodega, que cubren unos diez días comiendo poco y mal. Para el resto del mes quedan 517 pesos, o lo que es lo mismo, 25 pesos al día. Cuando los precios del agro se tripliquen —Murillo dio por bueno esa subida—, ¿podrá un cubano alimentarse con 25 pesos —un dólar— al día? ¿Y si tiene hijos?
Para otros bienes y servicios quedan 729 pesos, según Murillo. Con eso hay que pagar los servicios básicos —luz, gas, teléfono—, calzar, vestir, reparar la casa o el auto, transportarse, ir a un teatro y todo lo demás.
Cubrir tanto con tan poco es verdaderamente difícil. Por ejemplo, una familia de dos adultos y dos menores que tenga un aire acondicionado, una computadora, dos televisores y un refrigerador, tiene hoy un consumo aproximado de 500 pesos en electricidad, que después de enero serán automáticamente 2.500. Si no hay magia involucrada en el asunto, es difícil saber cómo cuadrarán estas cuentas.
Por supuesto, el compañero Murillo no desglosó el cálculo que hicieron, por lo que no sabemos cómo concibieron la susodicha canasta de referencia. Eso lo dejaron de tarea para los que, al contrario que el compañero Marino Murillo, sí que tendrán que vivir de su salario.
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