El régimen cubano, acostumbrado a ganar tiempo a costa del empobrecimiento de los ciudadanos, ha cruzado los dedos para que las elecciones norteamericanas favorecieran al candidato “menos malo” con sus intereses.
Posiblemente con la elección del demócrata Joe Biden el régimen del Partido Comunista (PCC) podrá tomarse un respiro de la lluvia de sanciones económicas y políticas, pero poco más.
Aunque el presidente electo dijo en campaña que revertirá la política de la administración saliente hacia Cuba, difícilmente regrese a la de su copartidario Barack Obama. Hay varias razones.
La Cuba de hoy no es la misma con la que trató el presidente Obama. Aquella sociedad todavía tenía cierta esperanza a raíz de la retirada de la vida política de Fidel Castro y el fresquito que trajo la eliminación de ciertas trabas por parte de su hermano. Pero la sociedad cubana de hoy se siente cansada y sin esperanzas en un sistema fracasado en lo político, lo económico y lo social; tampoco confía en que el Gobierno quiera motu propio hacer algo bueno por el país.
La desconfianza en el Gobierno se hace más evidente en las nuevas generaciones, especialmente entre los artistas, intelectuales y profesionales, que, con sus reclamos abiertos de cambio y de cese de la represión, han dejado en ridículo a un régimen cada vez más reducido en su base social.
Otro elemento, quizás el de mayor peso, fue la traición a la buena fe del presidente Obama por parte del régimen cubano. Esta es una cuestión que no olvidan los funcionarios norteamericanos. Difícilmente, regresen a las concesiones unilaterales sin la más mínima exigencia de contraprestación. El régimen cubano fue desleal y jugó a ganar tiempo y concesiones sin pagar el menor costo político a favor de los ciudadanos. A esto hay que añadir el grave asunto de los ataques sónicos que ocurrieron estando Obama en el poder.
Hacia lo interno de Cuba la desesperanza se ha transformado en una silenciosa indignación que se va explicitando cada vez más, por ejemplo, en instituciones como la Iglesia Católica, que por medio del cardenal Jaime Ortega en su momento favoreció también en buena fe la “mística pragmática” raulista, así como el deshielo de las relaciones entre Cuba y EEUU.
Difícilmente la Iglesia Católica vuelva a acompañar un proceso que no tenga como sujetos principales a quienes son el centro del problema cubano y que por tanto quienes están llamados a solucionarlo: el régimen del PCC y la ciudadanía.
Los obispos aprendieron la lección. Ello no quiere decir que el Gobierno deje de buscar su “acompañamiento” moviendo a todos sus caballos de Troya; pero los pastores seguramente escucharán a los sacerdotes, religiosas y laicos que sufren en las comunidades de base las penurias de la mayoría de los cubanos, en especial la falta de alimentos y medicinas, y la ausencia de oportunidades para los más jóvenes. En los últimos meses dentro de la Iglesia se visibilizan más los signos de que algo tiene que cambiar en el país.
EEUU, aunque puede ser parte de la solución, no es parte del problema. Después de la experiencia anterior los católicos cubanos no entenderíamos que se validara un acuerdo a espaldas de los cubanos y que además alargaría el sufrimiento de nuestro pueblo.
La política del presidente Obama era una política con importantes lagunas estratégicas. Si bien tenía un componente positivo relacionado con el empoderamiento de la sociedad civil y el fin de la retórica incendiaria, no estaban claros sus objetivos en cuanto al régimen y su cúpula ni los plazos para que “algo” ocurriera si es que “algo” tenía que ocurrir.
Con el empeoramiento de la situación económica y financiera del régimen, agudizada por el Covid-19, diversos analistas daban por hecho que, si el republicano repetía, a La Habana no le quedaría otro remedio que sentarse a negociar con él y de que este le pondría sobre la mesa las exigencias de cambios concretos.
También hay que decir que la política de Obama no consiguió el apoyo internacional a los demócratas cubanos que se suponía iban a dar los gobiernos latinoamericanos a raíz de una normalización de las relaciones. La empatía que lograba la personalidad del presidente y el mismo hecho de romper con la retórica anterior no fue suficiente para que los presidentes latinoamericanos matizaran su apoyo a La Habana.
Los votantes cubanoamericanos que en su momento apoyaron de manera mayoritaria con el voto al presidente Obama, acaban de dar su confianza al presidente Trump acortando la ventaja que el Partido Demócrata tenía en condados como Miami Dade, por lo que se puede suponer que algo bueno han encontrado en su estrategia hacia Cuba. Esta elección ha sido muy competitiva; de hecho, en algunos estados la victoria se definió por unos miles de votos, y se ha demostrado la importancia que tiene conquistar el voto de las minorías.
También se debe tener en cuenta el elemento geopolítico, en especial el contexto latinoamericano actual. Hoy Nicolás Maduro, principal financista y aliado del Gobierno cubano y animador del ALBA, está inmerso en una profunda crisis económica y tiene un rechazo internacional que incluye acusaciones de crímenes de lesa humanidad. Aunque la amenaza autoritaria está latente, hoy el ALBA está debilitada y hay diversidad de tendencias políticas en los gobiernos nacionales.
Por otro lado, el apoyo cubano a Maduro se ha mantenido. Ninguna de las dos políticas hacia Cuba ni la mediación canadiense, han logrado la ruptura del binomio Cuba-Venezuela. Por tanto, sería ingenuo creer que Cuba puede ser parte de la solución venezolana, por lo menos mientras no exista un mecenas sustituto.
Estos son algunos de los elementos que pueden hacer que la política del nuevo Gobierno estadounidense hacia Cuba no solamente evite calcar la de Obama, sino que mantenga algunos elementos de la de Trump.
En cualquier caso, la política de EEUU hacia Cuba debería ser bipartidista y estable; y si es coordinada con otros actores internacionales, como las instituciones financieras, mejor.
Más temprano que tarde, mientras elimina algunas restricciones que afectan a las familias cubanas, el presidente electo Joe Biden dejará bien claro que la pelota está sobre el tejado del Gobierno cubano y que no existe otro camino que el cambio político ordenado y pacífico.
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