¿La privación es causa de apetito?
Mientras se acerca el fin de año, para los cubanos es triste saber que hay tanta comida exquisita e “imposible” por el mundo.
LA HABANA, Cuba. – Tan ocupado estuve en estos días que no conseguí poner las manos, la cabeza, en función de la escritura de un texto que desde hace unos cuantos días me sugirió un amigo. Resulta que he estado ocupando el tiempo en largas colas y acompañado por coleros, siempre con la intención de procurar la “jama” de cada día, y sobre todo la de fin de año. Que me perdone el lector si le molesta ese vocablo, si le incomoda que escriba “jama” en lugar de alimentos, pero lo escojo, y muy responsablemente, porque también el diccionario de la RAE muestra ese palabra, y hasta asegura que “jama” se emplea en Cuba y en Nicaragua, lo que me hace creer que su uso está relacionado con el comunismo, donde la escasez de “jama” propicia alteraciones a la “lengua”, y supongo que también al paladar.
Mi amigo, en su intento de provocación y seducción, y para que me entusiasmara en la escritura del susodicho, me envió un texto que hace el balance de algunos platos emblemáticos que se degustan en Madrid y Barcelona, en ciudades de Portugal, en Reino Unido y en un montón de sitios donde sentarse a la mesa no es un problema, donde masticar rico no significa, como en esta islita, desafiar a monstruos peligrosos tan terribles como Escila y Caribdis, esas aberraciones que acosaron a Odiseo, ese Odiseo que nos legó Homero, ese que se llama de manera idéntica a “nuestro” secretario de la Asamblea Nacional y también de los Consejos de Estado, y de Ministros, y quien debe estar entre los muy pocos que pueden reconocer los sabores de esos platos que me envió mi amigo.
Mi terrible amigo me remitió, en franca provocación, esa listica de platos, muy raros para mí, pero que muchos en el mundo podrían reconocer en un abrir y cerrar de ojos, sin reconocer que en Cuba, tan acostumbrados a otras acepciones del “sancocho” y la “bazofia”, no son más que “malas palabras”, aberraciones del paladar, mejunjes imperialistas que se cuecen en la cocina de la Casa Blanca, en los mismos calderos donde espumean los cocidos del diablo, las aberraciones culinarias que seducen a Lucifer.
Eso recibí en estos días en los que me levanto temprano para procurarme la comida que pondré por la tarde en el caldero y que luego tragaré de mala gana y pa’ no morirme de hambre. Él me mandó esa afrenta, esa listica de platos, exactamente cuarenta y seis, que resultan “muy típicos” en algunos sitios de distantes geografías, como el Bitterballen de Ámsterdam y el Currywurst de Berlín. El me hizo notar el rollo de langostas que se come en Boston, mientras yo, en una muy mortificada respuesta, le envié un artículo de Juventud Rebelde con el que nos invitan a degustar una mermelada hecha con flores de marpacífico.
Hasta ahora no me respondió el amigo, quizá se dio cuenta que “apretó” cuando menos debía hacerlo. Y es que resulta triste, casi una afrenta, ponerlo a uno frente a sus limitaciones, frente a esa realidad de nuestra mesa. Fue triste ponerme delante de esa certeza que me advierte que hay tanta comida exquisita por el mundo, tanta carne; de vaca, de cerdo, de pavo, de exquisitos “bichitos” del mar, del río, del aire, del suelo y hasta del subsuelo, …y sobre todo cuando está por llegar el último día del año, ese día en el que los cubanos queremos comer, y comer bien, y mucho, y cualquier cosa que no probamos durante los 364 días que preceden a la última cena del año.
Y lo peor es que escribo estas líneas sabiendo que mañana me tengo que levantar temprano, muy temprano, para enredarme otra vez en esa cola en la que pasan el día y la noche mis vecinos, para comprar esas cinco libritas de carne de cerdo y guardarlas luego, hasta que llegue el último día del año; para despedir a ese viejo que se va y recibir al nuevo que llega…, ese nuevo año que será idéntico a este, o quizá peor, y también infame. Por eso estoy molesto, muy contrariado, con ese mal chiste, y por eso le envié la receta de Juventud Rebelde, esa que nos advierte que es posible hacer una mermelada con flores de marpacífico.
Y no veo yo no veo un marpacífico, más bien miro un mar atlántico, un mediterráneo, un caribe, un no sé qué… mares que bañan extrañas geografías, sitios lejanos en los que es posible que vivan cubanos, y veo mares cercanos, y cubanos que se largan para comer dulces de cualquier cosa que no sea marpacífico, donde las cosas no son tan tristes como aquí a la hora de comer, de celebrar y de dar gracias, lugares en los que el hambre no es tan “aspaventosa” y triste, lugares donde las privaciones no despiertan en la noche los apetitos, donde el hambre, como ya escribí alguna vez, termina deglutiendo cualquier cosa, incluso las palabras, el idioma todo, y hasta estas líneas que ahora escribo, y a las que distingo con una certeza de Montaigne, esa con la que me advirtió que la privación es causa de apetito, ese Montaigne que me hizo saber que “las fruiciones de la vida no pueden sernos verdaderamente gratas si tememos que se nos escapen”.
Y de seguro esas privaciones son las razones por las que muchos cubanos se marchan al exilio, quizá sea por eso que los cubanos se separan de la familia y de los amigos, para ser libres, y para comer bien, que es lo mismo que tener un paladar emancipado, un paladar que no sea dirigido por el partido y la asamblea nacional, por el presidente y su gorda primera dama que se ocupa a veces de “concilios culinarios”, pa’ comer y pa’ engordar, aunque no pa’ llevar para su casa, porque no le hace ninguna falta.
Y es por eso que los cubanos se montan en un avión o en una balsa, para defender su paladar, para que no sea racionado, dirigido, vigilado. Nuestra gente se monta en una balsa buscando libertad y también tratando de perpetuar nuestras esencias en el exilio, en un exilio que puede ser lejano, y también cercano, como Miami, donde han persistido nuestros fundamentos, esos que también pueden ser el arroz y los frijoles negros dormidos, la carne asada, la yuca, los buñuelos, el dulce de leche, y también el sándwich cubano. Ese sándwich que defiende Miami con mucho encomio, ese que se come en La Carreta, en Versailles, pero no en La Habana, no en El Patio o en la Bodeguita del Medio, no en El Floridita, donde ni siquiera sabemos qué se come… Miami ha perpetuado nuestro sándwich, lo llevó a las alturas, mientras en La Habana, en la Isla, adolecemos, penamos, soportamos, aguantamos, soñamos con el sándwich de Miami, el más universal, tan universal como Universal Studios, esa que produjo “Parque Jurásico” quizá pensando en nosotros… y me voy… pa’ la cola.
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(Cuba) Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas
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