En Cuba el pueblo vive del invento y los gobernantes del cuento
Para llegar a la suma necesaria para vivir hay quienes han aprendido a realizar actividades “extracurriculares”. A esa creatividad como mecanismo de supervivencia se le llama popularmente “estar en el invento”
LA HABANA, Cuba.- Hace ya muchos años me decía un amigo: “En el socialismo uno hace como que trabaja, pero no trabaja. Y el Estado hace como que te paga, pero no te paga”. Y es que en estas seis décadas de totalitarismo pseudo-comunista muchas personas se han adaptado a ir a trabajar por la “búsqueda”, o sea, para ver qué se pueden robar del centro laboral, ya que el sueldo no alcanza.
Para llegar a la suma necesaria para vivir (que cada año es mayor), hay quienes han aprendido a realizar actividades “extracurriculares”, como practicar otros oficios sin licencia. A esto se le añade un amplio mercado informal, compuesto por un ejército de vendedores ambulantes, entre ellos más de medio millón de indocumentados procedentes de otras provincias –que no pueden trabajar ni tienen cuota en La Habana porque las leyes vigentes no les permiten instalarse legalmente en la capital–, así como quienes venden artículos en bolsa negra. A esa creatividad como mecanismo de supervivencia (no necesariamente deshonesto, aunque en Cuba generalmente es ilegal) se le llama popularmente “estar en el invento”.
Asimismo, desde 1959 muchas personas se niegan a ser explotadas por el asfixiante Estado revolucionario. Esa opinión no solo se debe a que la remuneración no está en concordancia con el esfuerzo realizado ni alcanza para vivir, sino también a que los trabajos disponibles habitualmente son los menos atractivos: servicios comunales (barrendero o recolector de desechos), auxiliar de limpieza, construcción, agricultura, etcétera.
Esa tendencia no es desconocida por los dirigentes, quienes en su bastión televisivo Mesa Redonda han expresado que a partir de ahora ya nadie podrá vivir sin trabajar (para el Estado). Pero a pesar de su optimismo prematuro, en lo que va de año hemos comprobado que esa gran parte de la población que tiene que “inventar” para poder sobrevivir sigue pensando (y actuando) de la misma manera. Los que vendían detergente o leche en polvo en bolsa negra lo siguen haciendo. Seguimos escuchando el pregón de los reparadores de colchones, y los esforzados vendedores furtivos de ajo, cebolla, coditos, jarros, frazadas de piso, escobas o galletas siguen pasando mientras tengan qué vender, “pa’ que la cuenta dé”.
Raúl, por ejemplo, es un vecino que siempre se dedicó a vender materiales de construcción, aunque sin licencia. De momento tuvo que interrumpir esa actividad, porque no hay materiales y si lo atrapan con alguno va preso. “Me defiendo con lo que aparezca”, confiesa, “pero el caso es que a esta gente no les trabajo ni les pago licencia”.
Y es que no son pocos los que prefieren no sacar licencia para no ser detectados por el gobierno. No obstante, es posible que en vista de los nuevos y exorbitantes precios se sumen personas al trabajo por cuenta propia, aunque los gobernantes cubanos se encargan de ponerles más trabas, pues el sector privado, a su manera, es una espina en el costado del gobierno totalitario, cuya mayor fortaleza radica en ser el único proveedor de empleos y así controlar y chantajear a los ciudadanos: quien no demuestre “fidelidad a la revolución” (o sea, sumisión y adhesión al régimen) pierde el trabajo.
Los dirigentes, por su parte, viven del cuento. Inventan reuniones donde aparentan estar a cargo de la situación. Una de sus fábulas más manida es en la que prometen inminente bienestar para la población. Así anunciaron para fin de año la venta de carne de cerdo en los municipios, carne que solo pudieron comprar quienes estuvieron dispuestos a hacer cola durante días, y tenían suficiente dinero para pagar piezas voluminosas a $40 y $45 la libra. Algunos escarmentados atestiguaron que traían pedazos ya con mal olor, y que policías y amistades entraban y salían cargados mientras el público esperaba durante horas. Otro engaño similar ocurrió con los chícharos: aseguraron que venderían ese grano por la libre a 5 pesos la libra. Sin embargo, supe por un vecino criador de palomas que los chícharos que han vendido por la libre en diferentes lugares no cuestan $5 sino $15 la libra.
Así se la pasan confundiendo al pueblo: que si vamos a vender (y nunca venden), que si hay que sembrar (y lo sembrado nunca llega al consumidor), que si vamos a implementar (siempre para su beneficio y en detrimento de los ciudadanos), que si el ordenamiento económico traerá bienestar para todos los cubanos. Según palabras de Miguel Díaz-Canel (“Razones para una revolución viva”, periódico Trabajadores, 28 de diciembre de 2020): “Reiteramos la trascendencia e importancia de esta tarea, que pondrá al país en mejores condiciones para llevar a cabo las transformaciones que demanda la actualización de nuestro modelo económico y social, sobre la base de garantizar a todos los cubanos la mayor igualdad de oportunidades, derechos y justicia social, la cual será posible no mediante el igualitarismo, sino promoviendo el interés y la motivación por el trabajo”.
Pero el pueblo ya no cree en sus cuentos. No en balde al noticiero nacional le llaman “el menticiero”, y a cualquier medio de prensa escrita, “un peso de mentiras”.
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Gladys Linares. Cienfuegos, 1942. Maestra normalista. Trabajó como profesora de Geografía en distintas escuelas y como directora de algunas durante 32 años. Ingresó en el Movimiento de Derechos Humanos a fines del año 1990 a través de la organización Frente Femenino Humanitario. Participó activamente en Concilio Cubano y en el Proyecto Varela. Sus crónicas reflejan la vida cotidiana de la población.
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