Prensa independiente cubana: con el oído afincado en el pecho de la nación

Guste o no al régimen, en Cuba coexisten distintos tipos de prensa aunque la libertad para ejercerla sea un problema

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(foto: Excelencias Cuba)

LA HABANA, Cuba. – Con motivo del 57 aniversario de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), ayer la Mesa Redondaestuvo dedicada al quehacer periodístico del oficialismo en tiempos de la COVID-19. Los elegidos para comparecer ante las cámaras fueron Ricardo Ronquillo Bello (Presidente de la UPEC), Abdiel Bermúdez (periodista del sistema informativo de la televisión cubana) e Irma Cáceres (realizadora y Premio Nacional de Periodismo “José Martí”).

Si hemos de tomar como referencia los datos que la prensa oficial —única con estatus legal en Cuba— publica, la cobertura del acontecer marcado por la pandemia ha sido adecuada, sobre todo en lo concerniente a informaciones relacionadas con los cuidados de salud, el comportamiento de los contagios en territorio nacional y las pautas a seguir para transitar las sucesivas fases de recuperación y reapertura del país. Se ha contado con el criterio de expertos en diversas esferas, procurando un enfoque transdisciplinario para abordar el complejo panorama, y ni un solo día se ha dejado de hacer el trabajo político-ideológico reglamentado sobre la base de ensalzar la colaboración médica y los logros del sistema sanitario cubanos, además de regodearse en la crítica a los sistemas de salud del primer mundo, particularmente Estados Unidos.

Acerca del enfrentamiento clínico a la COVID-19 ha circulado abundante información que si bien no es posible contrastar, tampoco existen indicadores de que la crisis epidemiológica nacional se haya comportado de forma distinta a lo divulgado. Lo que deliberadamente ha omitido la prensa estatal es la situación social y económica que empeoró con la llegada del coronavirus. Las largas colas, el desabastecimiento, el aumento de la violencia entre ciudadanos, el abuso policial y la incongruencia entre los planes productivos del Estado y la desaparición de insumos imprescindibles en los hogares, apenas figuraron en reportajes que evitaban la crítica enérgica a la gestión estatal, pero infaliblemente culpaban al bloqueo y la administración Trump por el impass productivo en el país.

En medio del contexto socioeconómico más difícil desde el Período Especial, la prensa normada ha elegido convertirse en una brigada más de la denominada “lucha contra las ilegalidades”, en la cuales lejos de mantener el beneficio de la duda y la presunción de inocencia a favor de la población criminalizada, ha defendido la sistematicidad de las inculpaciones públicas en el noticiero, apuntando a la delincuencia de bajos estratos sin adentrarse en el meollo de una corrupción institucionalizada cuyo auténtico alcance emite señales de peligro para los fisgones.

Durante los cuatro meses que han transcurrido desde que se confirmaran en Cuba los tres primeros casos positivos al Sars-Cov-2, la prensa oficial se ha consagrado a pespuntear de heroísmo y anécdotas triunfantes la leyenda de la potencia médica caribeña. No escatimaron reconocimientos a las brigadas internacionalistas y a los galenos que se internaron en hospitales y centros de aislamiento para atender la ola de pacientes sospechosos. Pero del caldo de desesperación, furia y riesgo epidemiológico que consumía a los cubanos cada día en las calles, se encargó la prensa independiente que mira siempre hacia la otra Cuba, esa que no cabe en los grandilocuentes titulares del diario Granma.

No todo ha sido orden y concierto en los hospitales cubanos. Miembros de las fuerzas represivas aprovecharon su autoridad para abusar de los ciudadanos, incurrir en prácticas corruptas, poner multas tan injustificadas como excesivas, violentar jovencitas y asesinar a mansalva sin que los medios estatales se hicieran eco de estos hechos a menos que la presión popular, desde las redes sociales, los obligara a ello.

Mientras el periodismo autorizado se colocaba al servicio de las políticas de Estado, los reporteros de medios independientes, bajo persecución y amenaza revelaron los métodos de supervivencia a los que han debido recurrir los cubanos que de golpe quedaron sin ingresos o con el salario reducido al 60% para amortiguar el efecto combinado de la pandemia y la crisis económica. La prensa independiente se ha mantenido al tanto de la política interna, las violaciones a los derechos civiles y la escalada represiva que casi anunció otra Primavera Negra. Ha prestado atención a la incertidumbre y la quiebra que se ciernen sobre el sector privado. Ha seguido de cerca el vaivén de una economía doméstica que jamás ha gozado de bonanza, pero en cuatro meses ha descendido, para muchas familias, al nivel de la indigencia.

El valor del periodismo no debe medirse por lo que es capaz de hacer en circunstancias de excepcionalidad, sino por el compromiso constante con la vida del país, sin sustraerle los fragmentos que incomodan al gran poder. Guste o no al régimen, en Cuba coexisten distintos tipos de prensa aunque la libertad para ejercerla sea un problema. A pesar de la omisión ex profeso de su existencia en un programa tan cutre como la Mesa Redonda, los medios independientes siguen de pie, con el ánimo dispuesto y el oído afincado en el pecho la nación.

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ACERCA DEL AUTOR

Ana León

Ana León

Anay Remón García. La Habana, 1983. Graduada de Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Durante cuatro años fue profesora en la Facultad de Artes y Letras. Trabajó como gestora cultural en dos ediciones consecutivas del Premio Casa Víctor Hugo de la Oficina del Historiador de La Habana. Ha publicado ensayos en las revistas especializadas Temas, Clave y Arte Cubano. Desde 2015 escribe para Cubanet bajo el pseudónimo de Ana Léon.