El Maleconazo cumple 26 años y la libertad ausente

Para los jóvenes cubanos veinteañeros los sucesos de hace 26 años, conocidos como El Maleconazo, tienen poco o ningún significado

El Maleconazo
Policía arresta a uno de los participantes en la protesta del 5 de agosto de 1994 (cubademocraciayvida.org)

LAA TUNAS, cuba.- La protesta popular contra el gobierno de Fidel Castro conocida como El Maleconazo, donde se manifestaron cientos de cubanos, cumple este miércoles 26 años, en circunstancias de carencias materiales y de libertades civiles, políticas y económicas similares a las de aquel día.

Anoche el primer ministro Manuel Marrero compareció en el programa Mesa Redonda de la televisión estatal —única permitida en Cuba— para informar de las medidas indicadas por el general Raúl Castro, ya en ejecución, en prevención y corte de la compra en establecimientos estatales de mercancías para su acaparamiento y reventa a la población por comerciantes particulares.

En Cuba el Estado es un importador monopolista y, en las tiendas estatales que venden en divisas, las únicas medianamente abastecidas, el Estado impone impuestos al consumidor del 200% o más sobre el precio mayorista de importación o de producción nacional, según han reconocido, incluso, economistas adscritos a instituciones del propio régimen.

Y, por lo que ya constituye usura estatal, citando el poema Usura, de Ezra Pound, “con usura no hay demarcación neta”, por esa falta de jurisdicción limpia, entonces, comerciantes particulares usureros, llamados “coleros”, “acaparadores” y “revendedores”, han monopolizado el monopolio del Estado, agravando, aún más, la ya crítica situación económica del ciudadano cubano, dependiente de insuficientes salarios, pensiones exiguas o de remesas caritativas de familiares o amigos residentes en el extranjero para sobrevivir.

Pero en lugar de concluir con su economía centralizada, sostén de unas fuerzas armadas incosteables, de un sistema policial exagerado para una nación-isla de poco más de once millones de habitantes, y del inmovilismo que ha hecho fracasar a todos los regímenes comunistas, el general Raúl Castro y su equipo de administradores optaron, como en tantas otras ocasiones, por la persecución.

Ahora persiguen a los comerciantes cicateros que lucran con las carencias de los necesitados, en vez de obligarlos a jugar limpio en el libre juego del libre mercado, en el comercio con reglas universalmente aceptadas y desatadas las fuerzas productivas de la nación toda.

Cierto. Está la pandemia y las limitantes que ella genera. Pero cumpliendo con las medidas sanitarias tanto nacionales como internacionales, es posible traer a Cuba los alimentos y demás bienes que los cubanos necesitan.

Y si el Estado no tiene divisas para adquirir esas mercancías está demostrado que hay ciudadanos cubanos que sí poseen esos dineros, y si no los tienen en cantidad suficientes también está comprobado que tienen modos lícitos de obtenerlos en el extranjero a través de familiares y amigos.

Los millones que los cubanos invirtieron comprando mercancías sólo en Panamá, hasta que desde La Habana desautorizaron esas importaciones cuasi legales, es un buen ejemplo de que, según dice el general Raúl Castro, “sí se puede”, claro, cuando él y sólo él dice “sí, se puede”.

Hoy, hace 26 años, en La Habana, capital de Cuba, cientos de cubanos se lanzaron a la calle, protestando, queriendo irse de su país, donde le estaban negadas las libertades cívicas, esas que hacen legítimo los desacuerdos ciudadanos, incluso, contra el gobierno.

Negados esos derechos socioeconómicos, el derecho al trabajo, a la libre elección del empleo, el derecho a condiciones de trabajo equitativas, el derecho a la libertad sindical, el derecho a la huelga, el derecho a la propiedad privada, a una vivienda digna, al agua, a la alimentación.

Desmentidos esos derechos con sofismas, hay libertades plenas en Cuba y no una mascarada por libertad, educación y no adoctrinamiento, salud gratuita y no cobrada de antemano con contribuciones mil veces pagadas por toda la nación, y, porque “las calles son de los revolucionarios”, ustedes no tienen ningún derecho, dijeron.

Sí, mientras ahora escribo, exactamente ahora al filo del mediodía, aquella tarde, hoy hace 26 años, unos cubanos bien comidos, con ropas de faena bien vestidos, organizados en un contingente de constructores y a la vez fuerza de choque parapolicial llamado Contingente Blas Roca, apalearon, ¡qué digo apalearon!, encabillaron a otros cubanos mal comidos y peor vestidos, según consta en las imágenes del fotógrafo holandés Karel Poort.

Terminada la faena de los constructores-policías-quebrantahuesos, al final de la tarde se apareció Fidel Castro, para dejar constancia de que todo había terminado bien: ni un tiro, ni un muerto.

Los muertos serían nueve años después, según confesión del propio Comandante en Jefe, Fidel Castro.

“Todos, eran del potencial delictivo del 5 de agosto de 1994, cuando se crearon los disturbios en La Habana”, dijo Fidel Castro en el libro Cien horas con Fidel, refiriéndose a los participantes en secuestros de medios navales o aéreos, para desviarlos hacia Estados Unidos, que ocurrieron entre marzo y abril de 2003.

Cuando Fidel Castro dijo “potencial delictivo” se estaba refiriendo a personas fichadas y bajo control policial. Admitía así que el régimen observaba el suceso ocurrido el 5 de agosto de 1994 en el malecón de La Habana, y zonas aledañas, no como una manifestación del pueblo descontento, sino como un hecho criminal, y a los manifestantes cuales delincuentes.

Siendo así, y según dijo el propio Fidel Castro, los implicados “todos, eran del potencial delictivo del 5 de agosto de 1994, cuando se crearon los disturbios en La Habana”, en esa categoría de fichados se encontrarían los fusilados por los sucesos de la lancha de Regla Lorenzo Popeyo Castillo, Bárbaro Sevilla García y Jorge Martínez.

Entrevistada por el periodista Tomás Cardoso, el 11 de abril de 2019 la madre de Lorenzo Popeyo, Ramona Castillo, residente en Jacksonville, dijo: “Cada vez que puedo ir a Cuba, siempre tengo la seguridad (del Estado) detrás, a mis hijos no me los dejan tranquilos, a mi hija no le dan trabajo porque es hermana de un terrorista, dicen”.

Para los jóvenes cubanos veinteañeros los sucesos de hace 26 años, conocidos como El Maleconazo, tienen poco o ningún significado, salvo que familiares suyos hayan participado en ese levantamiento popular y, todavía hoy, sean considerados “potencial delictivo del 5 de agosto de 1994”.

Y para aquellos jóvenes que sin haber conseguido salir de Cuba ni tener perspectivas dentro del llamado “sistema social socialista” tengan que ganarse la vida por su propia cuenta dentro de Cuba, quizás el futuro sea tan gris como para esos que hoy hace 26 años se levantaron sin llegar a ningún lado. ¡Pobre Cuba!

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ACERCA DEL AUTOR

Alberto Méndez Castelló

Alberto Méndez Castelló

Alberto Méndez Castelló (Puerto Padre, Oriente, Cuba 1956) Licenciado en Derecho y en Ciencias penales, graduado de nivel superior en Dirección Operativa. Aunque oficial del Ministerio del Interior desde muy joven, incongruencias profesionales con su pensamiento ético le hicieron abandonar por decisión propia esa institución en 1989 para dedicarse a la agricultura, la literatura y el periodismo. Nominado al Premio de Novela “Plaza Mayor 2003” en San Juan Puerto Rico, y al Internacional de Cuentos “ Max Aub 2006” en Valencia, España. Su novela “Bucaneros” puede encontrarse en Amazon.