Mi peor experiencia en Cuba
El arquitecto cubano Rafael Muñoz cuenta uno de los momentos más dolorosos que pasó en la Isla.
Alguien me ofendió mediante un mensaje privado por una opinión que di. Me dice que soy un cubano malo, un excubano. Y además se interesa por saber quién me paga por emitir criterios.
Iba a tirarlo a guasa, pero pensándolo mejor, voy a hacer pública la peor experiencia que tuve en Cuba.
Juro que es real. Y me gustaría que cada cubano que la lea cuente su peor experiencia en Cuba, una sola. Tan real como pueda. Quizás un día sirvan para un libro de la vergüenza.
Soy arquitecto, me gradué en el año 1989. Aprendí AutoCAD en contra de la voluntad de mi jefa, quien me prohibió “jugar” en la computadora. Aprendí entonces solo, leyendo en las noches el manual en inglés que me prestaban en secreto.
En 1989 el inglés era para mí como chino. Pero tras dos años de perseverancia, ávido de conocimientos y joven como era, ya estaba yo entre los profesionales de arquitectura con mayor dominio del programa en el país. Hablamos de una época donde una X486 era lo más potente que había en la Isla y dibujar en ordenador era ciencia ficción.
Mientras mis colegas de estudios, obligados por el Periodo Especial colgaban el título y hacían zapatos o vendían caricaturas en las ferias para sobrevivir, yo, que no sabía hacer más nada que estudiar, me hundí más y más, doblemente hambriento, en los secretos de AutoCAD, 3DMax y otros softwares. Fue así como en 1993 logré entrar a trabajar en Cubacan, una firma cubano española que proyectó y construyó varios hoteles explotados por Meliá.
Fueron cinco años de trabajo intenso junto al arquitecto Abel García. Comenzábamos a trabajar a las 7:00AM hasta las 9:00PM de lunes a sábado, los domingos de 10:00AM a 3:00PM o 4:00PM. Así durante cinco años seguidos, sin pausa de vacaciones. Cinco años hasta que en 1998 se inauguró el hotel.
Yo salía los domingos de la oficina en Miramar a casa de mis padres en Marianao. Mi padre, albañil, había trabajado en obras del arquitecto Antonio Quintana, como “La Casa de los Cosmonautas”, en Varadero y el “Parque Lenin”. Fue el mejor albañil que he conocido en mi vida.
Mis vacaciones de niño eran en la obra, con mi papá, enderezando puntillas, “para entretenerme”. Así nació mi amor por la arquitectura y hacerme arquitecto fue el mejor regalo que le hice.
En esa época mi padre tenía cerca de 90 años. Cada domingo salía de la oficina e iba a verle. Yo sacaba dos sillones al portal y mi padre escuchaba con atención los cuentos de la obra, los avances de la estructura. Y él me oía orgulloso. A cuanto vecino que pasaba le decía: “Este es mi hijo, el arquitecto, está haciendo una obra grande”. Y mi madre le replicaba: “Armando, ellos lo conocen, ¡si ha vivido aquí toda la vida!”.
En esas peroratas les prometí que cuando la obra terminase y el hotel abriera al público, los llevaría a conocer “la obra de su hijo”.
En septiembre de 1998 se inauguró el hotel y pocos días después le dije a Abel García que llevaría a mis padres a ver la obra. Él dijo: “Por supuesto, no faltaba más”.
Ese día pasé a recoger a mis padres. Pero mi papá, a tan avanzada edad, se negó a ir escudándose en sus achaques: “Ya me contará tu madre”. Y fue mejor así. O menos malo.
Mi vieja se puso linda y partió conmigo. Esta vez era ella quien decía a los vecinos que yo era “el arquitecto del Meliá Habana”. Era para ella un día especial.
Un carro de un vecino nos dejó en la avenida primera y avanzamos, despacio, loma arriba, hacia la entrada. Mi vieja tomada de mi brazo. Así llegamos hasta la puerta.
Y ahí sucedió: la seguridad del hotel nos impidió el paso aunque les dije que era uno de los arquitectos que acababa de proyectar el hotel.
“Las ordenes que tenemos es de no dejar entrar a ningún cubano”, me contestaron.
Por más que dije, hablé, vociferé y amenacé con quejarme a la gerencia no hubo cambio. Mi madre, a mi lado, decía “mijo deja eso” y yo que no. Y ellos también. No.
Ambos fuimos escoltados nuevamente hacia la avenida. Mi madre no dejaba escapar ningún sonido, pero su respiración acelerada no dejaba duda de su frustración. Nunca miró hacia atrás.
Días después, la gerencia cubana ratificó la decisión: yo entraría solo por la puerta de empleados, llegando solo a las áreas autorizadas a los empleados. Pero como yo no era empleado, no había caso.
Sin embargo, la gerencia española sintió vergüenza ajena y consiguió para mí un permiso especial, pero mi madre se negó a pisar ese hotel. Nunca lo visitó.
“No es por ti mijo, créeme no es por ti”, me decía.
Mis padres, ambos, ya murieron. La muerte fue para ellos un alivio, porque a pesar de sus achaques, empezaron a morir realmente aquel día. Ese fue el peor día de mi vida. Ese día comencé a irme de Cuba.
Esta es una historia real, una de tantas. Pero es la que me hizo sentir más mal. El daño causado a mi madre anciana, la indignación, frustración, tantas cosas juntas, nunca pasó en mi vida. Y he pasado cosas dignas de un libro.
Y ahora tú, cubano que lees, deja a un lado el miedo y cuenta una historia tuya, la peor. Una historia real. Una historia que te haya doblado las rodillas. Que te hizo decir por primera vez: “¡Me voy!”
Algo más: dos veces he ido al Hotel Meliá Habana para tomar fotos para mi currículo fuera de Cuba.
La primera vez en 2005, me dejaron entrar porque iba acompañando por “una señorita” alemana, mi esposa. Fueron palabras textuales de la seguridad del hotel. De no ser así no habría podido pasar.
Diez años después, en 2015, me negaron nuevamente la posibilidad de entrar y tomar fotos hasta comprobar con mis excolegas que realmente era yo quien decía ser. Debía esperar al lunes.
Dos días después, cuando mis excolegas confirmaron quien era, me llamó al celular la persona encargada de las relaciones públicas del hotel. Al llegar me dijo a modo de disculpa: “Es que yo no puedo creer a cualquiera que venga y diga que es el arquitecto del hotel”.
“¿No está entre sus funciones como relaciones públicas saber la historia de esta instalación? ¿Qué responde usted cuando le preguntan quién fue quien diseñó este hotel?”, le pregunté, a lo que respondió: “los españoles“.
More Stories
“Los ladrones nos están saqueando”: Campesinos se quejan del mal trabajo de la Policía en Cuba
Rosa María Payá pide a Europa que traduzca su solidaridad en acciones por un cambio en Cuba.
Caída de Assad muestra “vulnerabilidad” de regímenes como Cuba y Venezuela, señalan expertos