El día más triste de la historia de Cuba
¿Qué harían ahora los militares cubanos si un grupo de hombres armados atacan una unidad militar de grandes proporciones?
LA HABANA, Cuba. – Por supuesto que el grupo musical Moncada, como su nombre lo indica, entona loas al asalto al cuartel Moncada llevado a cabo por Fidel Castro y un grupo de sus seguidores el 26 de julio de 1953. En una de sus últimas interpretaciones se incluye un estribillo que dice “el 26 es el día más alegre de la Historia”.
Una acción que ahora la propaganda castrista considera como “el día de la rebeldía nacional”, como el inicio de la lucha que llevó a Fidel Castro al poder, y que consagra la fecha como un día festivo en el país, fue en su momento criticada y repudiada por toda la sociedad cubana.
La opinión casi unánime fue que se trató de un ataque aventurero de un grupo de locos, apenas sin posibilidad de lograr el éxito militar, y que provocó un inútil y doloroso derramamiento de sangre. Incluso la acción fidelista recibió la desaprobación de los comunistas cubanos agrupados en el Partido Socialista Popular. Una agrupación política que aconsejaba el actuar de las masas y la clase obrera, y no la intervención de un grupo de asalto sin un programa político bien definido.
El referido carácter aventurero del asalto al cuartel Moncada se manifiesta, entre otros elementos, en el hecho de que ninguno de los jóvenes que seguían a Castro conocían el tipo de acción en la que iban a participar. Únicamente lo supieron el día anterior al asalto, cuando llegaron a la granjita Siboney, que era el sitio de concentración para el ataque.
En el libro Cien horas con Fidel, el mandamás cubano, al reafirmarle al periodista Ignacio Ramonet que ninguno de sus seguidores sabía a lo que iban, apuntó que “Ellos estaban educados en la idea de que no lo sabrían, y serían movilizados. Varias veces fueron movilizados para otras cosas”.
De lo anterior se infiere que la tropa con que contaba Castro estaba formada en buena medida por jóvenes fanatizados, provenientes mayoritariamente de la Juventud Ortodoxa, y que habían sucumbido a la hábil labor proselitista del futuro hombre fuerte de Cuba.
Por otra parte, resalta la irresponsabilidad de haber acometido una acción de tal magnitud sin calcular su utilidad real, o haber previsto qué pasaría en caso de que hubiese tenido éxito el ataque. Al menos eso es lo que se desprende de otra de las respuestas que Castro le brindó a Ramonet: “Si triunfamos en el Moncada, habríamos triunfado demasiado temprano”. Aquí Castro deja entrever que en 1953 su revolución no hubiese tenido las mismas probabilidades de sobrevivencia que en 1959.
Siempre me ha parecido chocante que la prensa castrista exalte tanto los nombres de los asaltantes caídos en la acción, pero nunca repare en las vidas perdidas de los soldados de la guarnición, en su mayoría tan jóvenes como los atacantes, y víctimas de un voluntarismo militarista impopular en ese momento.
Ahora se dice que la inmensa mayoría de los asaltantes fueron asesinados por el ejército de Batista. Pero vale la pena preguntarnos qué harían ahora los militares cubanos si un grupo de hombres armados atacan una unidad militar de grandes proporciones. Por supuesto que nadie querría estar en el pellejo de esos hipotéticos hombres armados.
Otro daño infligido a la patria a raíz del asalto al Moncada fue la declaración de Fidel Castro de que José Martí había sido el autor intelectual de esa acción. Son varias las generaciones de cubanos que han crecido al amparo de esa falacia, repetida hasta la saciedad por todos los medios de difusión. Y, lamentablemente, no son pocos los jóvenes de nuestro país que nada quieran saber de alguien que supuestamente habría contribuido a forjar este presente tan sombrío.
Y comoquiera que no comulgamos con el estribillo del grupo Moncada, aspiramos a que el 26 de julio, ciertamente el día más triste de la historia para los cubanos, pierda algún día su festividad en el almanaque de nuestra nación.
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