La Escuela Lenin, 47 años después: ni sombra de lo que fue
En los últimos años, todo ha ido de mal a mucho peor. Las autoridades del Ministerio de Educación lo han reconocido y barajan la posibilidad de dedicar parte del espacio de la escuela a otros fines.
LA HABANA, Cuba. – Este 31 de enero se cumplieron 47 años de la inauguración, en 1974, por Fidel Castro, a bombo y platillo, del otrora Instituto Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) Vladimir Ilich Lenin.
Luego del desastre económico ocasionado por el fracaso de la Zafra de los Diez Millones, el Máximo Líder, que se congraciaba con los soviéticos en agradecimiento por el cuantioso subsidio que recibía del Kremlin, bautizó con el nombre del momificado líder de la revolución bolchevique a tres costosos proyectos: un hospital en Holguín, un parque al sur de La Habana que aprovechó las tierras que -debido a que el suelo filtraba el agua como un colador- no pudieron ser parte de la presa Ejército Rebelde, y cerca de allí, en la carretera del Globo, entre el Jardín Botánico y el poblado Las Guásimas, la susodicha escuela.
Al Comandante, en aquella época, le había dado la manía de construir secundarias e institutos preuniversitarios en el campo. Pretendía que los alumnos de esas escuelas, en manos de Papá-Estado, alejados durante cinco días de la semana de la influencia deformante de sus familias, combinando el estudio con el trabajo en la agricultura, y con disciplina semi-militar, se convirtieran, despojados de blandenguerías y de toda mácula del pasado burgués, en los futuros moradores del paraíso socialista.
Así lo proclamaban en la prensa, la TV, en documentales y en aquella canción-panfleto del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC donde Silvio y Pablito anunciaban “esta es la nueva escuela, esta es la nueva casa, casa y escuela nueva como anuncio de nueva raza”, con una armonía seudo-sonera que siempre me ha recordado a una vieja borracha de mi barrio cuando entona eso de “dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho, 16”.
La Lenin no era una escuela en el campo cualquiera. Estaba destinada a alumnos de alto rendimiento académico, y también, aunque no se dijera, a los hijos de la élite. Allí se formarían médicos, ingenieros, científicos, etc., porque, según aseguraba el Máximo Líder, “el futuro de Cuba sería un futuro de hombres de ciencia”.
Recordemos que hacía menos de tres años del Congreso de Educación y Cultura (marzo de 1971), y el Comandante no ocultaba su desconfianza y ojeriza por los hombres de letras, que si no se consagraban al realismo socialista y a entonar loas a la revolución, podían ser propensos a majaderías e inmoralidades y vulnerables a desviaciones ideológicas.
La Escuela Lenin era visitada periódicamente por Fidel Castro. Le gustaba mostrársela a sus invitados extranjeros. Por tanto, había allí mejores condiciones que en el resto de las escuelas en el campo. Los profesores eran de primera, las clases de calidad y los exámenes rigurosos. Los albergues confortables. Los comedores limpios, y sin las mugrientas bandejas y jarros de aluminio. La alimentación era buena y balanceada, carne, pollo y hasta helados a veces; no los chícharos, el arroz y el huevo hervido del resto de las becas. Instalaciones deportivas, piscinas incluidas. Una sala teatro. Áreas verdes bien atendidas.
Los estudiantes de la Lenin, que recibían preparación militar y político-ideológica, estaban sometidos a un riguroso adoctrinamiento. Se suponía que allí no tuvieran cabida los hábitos extranjerizantes, la música yanqui, el diversionismo ideológico, las modas extravagantes y otras infracciones de la moral socialista. Eran velados celosamente por los profesores, los musulungos de la FEEM y la UJC y los bitongos hijos de papá que les servían de chivatos y se explayaban en los análisis de grupo. Pero los alumnos se las arreglaban para evadir las prohibiciones, sobre todo con el rock y el ron, aun a riesgo de ser expulsados, lo que era considerado un gran deshonor.
Tantas presiones de todo tipo (académicas, disciplinarias, políticas) recibían los alumnos de la Lenin que hubo algunos suicidios. Muchos alumnos se “fundieron”, como decían los muchachos, no pudieron continuar sus estudios y terminaron con tratamiento psiquiátrico. Tampoco faltaron los escándalos por borracheras, anfetaminas, embarazos precoces y profesores expulsados por tener relaciones sexuales con las alumnas.
Pero de eso no se hablaba. Y hay que reconocer que los resultados docentes, generalmente, eran buenos.
Durante más de dos décadas, el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas ocupó un sitio relevante en la vitrina de “los logros de la revolución en materia educativa”. Fue la nave insignia de “la pedagogía revolucionaria, encargada de formar al hombre nuevo que construiría la sociedad socialista”. Pero luego del Periodo Especial, comenzó su lento declinar.
Lo puedo atestiguar. No porque haya estudiado allí –fui alumno del Instituto Cepero Bonilla, también para alumnos de alto rendimiento y de disciplina casi carcelaria-, sino porque trabajé en la Escuela Lenin, entre los años 2001 y 2005, cuando ya me habían expulsado de todas partes, en una brigada que atendía las áreas verdes del centro.
Para entonces, y a pesar de que en ese tiempo se alojaron allí cientos de pacientes venezolanos que vinieron a Cuba a operarse de la vista como parte de la Operación Milagro, ya era evidente el deterioro de la Escuela Lenin. Los edificios faltos de pintura, la basura acumulada, las instalaciones hidráulicas que filtraban por doquier, creando ríos y lagunas de aguas verdosas. Las piscinas, inutilizadas, eran criaderos de ranas y mosquitos, además de escondites para el amor. La maleza, incontrolable, amenazando con invadir los campos deportivos. La comida, tan poca y mala como en cualquier otro comedor.
En los últimos años, todo ha ido de mal a mucho peor. Las autoridades del Ministerio de Educación lo han reconocido y barajan la posibilidad de dedicar parte del espacio de la escuela a otros fines.
La Escuela Lenin, 47 años después de su fundación, no es ni sombra de lo que fue. Y es doloroso para la mayoría de quienes estudiaron allí. Porque la Lenin es una de las poquísimas instituciones de este país, en que se creó un sentido de pertenencia. Será por las privilegiadas condiciones que tenía, o porque el ser humano siempre tiende a idealizar el tiempo de su juventud, pero hay numerosas personas, en Cuba y en el exterior, que se enorgullecen de haber estado en la Lenin y añoran, a pesar de los pesares, el tiempo que pasaron allí.
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Luis Cino Álvarez (La Habana, 1956).
Trabajó como profesor de inglés, en la construcción y la agricultura.
Se inició en la prensa independiente en 1998. Entre 2002 y la primavera de 2003 perteneció al consejo de redacción de la revista De Cuba. Fue subdirector de Primavera Digital. Colaborador habitual de CubaNet desde 2003. Reside en Arroyo Naranjo. Sueña con poder dedicarse por entero y libre a escribir narrativa. Le apasionan los buenos libros, el mar, el jazz y los blues.
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