Un Fin de Año a la altura del castrismo
En medio del constante agobio que padece, el cubano de a pie no siempre atina al tratar de situar las responsabilidades por la calamitosa situación que sufre
LA HABANA, Cuba. – En esta recta final del 2020 —año que corresponde catalogar como francamente nefasto— se ha ensayado una operación que podemos calificar como una verdadera burla del régimen castrista al sufrido pueblo cubano. Claro que no sería esta la primera vez que sucede algo parecido; por ello resulta conveniente que hagamos un poquito de historia.
Tal parece que durante estos seis decenios, en que nuestros compatriotas han padecido este nefasto experimento tropical, los mayimbes se han empeñado en hacer realidad, para sus sufridos súbditos, el chiste cruel que en una película de la antigua Checoslovaquia comunista se hacía sobre las dos etapas del socialismo: la de las dificultades del crecimiento… y la del crecimiento de las dificultades.
En medio del constante agobio que padece, el cubano de a pie no siempre atina al tratar de situar las responsabilidades por la calamitosa situación que sufre (y que se agudiza de año en año). En ese contexto, cada vez son más los compatriotas que, con acierto, atribuyen sus desgracias al ineficaz sistema social impuesto y mantenido a ultranza por los castristas.
Pero no faltan los despistados que, de buena fe, repiten como cotorras el discurso oficial y culpan de sus desgracias al embargo-bloqueo de Estados Unidos. Se trata de una acusación harto polémica, pues, irónicamente, la existencia de esas medidas discriminatorias tan publicitadas por la propaganda comunista no impide que sea precisamente nuestro vecino norteño un suministrador esencial de alimentos a Cuba.
Cualquiera sea el caso, es un hecho cierto que durante estos decenios de permanencia exclusiva en el poder, los Castro y sus servidores han perfeccionado la difícil labor que realizan para repartir la miseria. (Entre sus súbditos más humildes —claro— pues este medio siglo largo ha significado, para los jefes y sus familiares, un divertido carnaval de abundancia y hartazgo, y aun de ostentoso despilfarro).
Recuerdo los tiempos en que todavía los trabajadores cubanos recibían sus modestos ingresos sólo en moneda nacional. En aquella época, el castrismo no había abandonado todavía su pose demagógica de garantizar a todos —se suponía— una modesta medianía. Por consiguiente, aún no había ideado la treta de vender en divisas libremente convertibles determinados artículos altamente codiciados.
En aquellos tiempos, el régimen, aun con los generosos subsidios que recibía del extranjero, no era capaz de garantizar que un simple trabajador, con su salario, pudiese adquirir objetos que resultan fundamentales en cualquier casa moderna, tales como pueden serlo un televisor, un equipo de refrigeración o un simple ventilador.
Como la oferta de esos equipos era muy inferior a la demanda, los estrategas del castrismo idearon el método de asignarlos en base a “méritos laborales”. De ese modo lograban enmascarar la verdadera magnitud de la miseria en la que habían sumido al país. Si alguien se quedaba sin un artículo deseado era sólo porque “no había aportado lo suficiente a la sociedad”.
El ardid que emplean los castristas ahora, muchos lustros después, es similar —en esencia— a aquel otro. En este caso, la trampa consiste en repartir unos pocos productos (que el ruinoso sistema implantado no es capaz de suministrar a la generalidad de los cubanos o, al menos, de los capitalinos) en unos pocos comercios destinados a ese fin. Se trata de carne de cerdo, algún embutido y pescado, así como refrescos y cerveza.
El cuadro que se puede observar en esos sitios es francamente penoso: colas inmensas, personas arremolinadas que dedican días enteros a esperar, clientes que tienen que marcharse con las manos vacías o con meros rastrojos de lo distribuido, personas enardecidas y exasperadas, discusiones y hasta riñas. Y todo esto en fechas señaladas, como Nochebuena y Navidad.
Los agitadores comunistas también se han referido al tema, pero lo han hecho en el tono laudatorio que los caracteriza. Por ejemplo, Tribuna de La Habana, al iniciarse el sainete, exhibió el siguiente titular: Grandes esfuerzos en La Habana para garantizar ofertas de alimentos para fin de año.
La redacción es sibilina, pero conviene aclarar que lo que se “garantiza” no son los alimentos, sino su “oferta”. En resumidas cuentas, se trata de un truco con cuyo empleo las autoridades no solo reparten cantidades irrisorias de esos artículos codiciados, sino que hacen ver que los han puesto al alcance de cada consumidor.
El castrismo ofrece a sus súbditos un Fin de Año que se ajusta por entero a su verdadera esencia. ¡Y eso que, por desgraciada coincidencia, esa festividad coincide con la conmemoración de su trepa al poder! ¡Y todavía tienen la desfachatez de hacer una campaña propagandística, manipuladora y patriotera, para que los ciudadanos colguemos banderas nacionales en saludo a esa efeméride nefasta!
La pregunta se impone: ¡Para celebrar qué? La ocasión es harto propicia para que, como reza la frase popular, los cubanos le hagamos “el caso del perro” a este llamado sentimentaloide y cursi. ¡Ojalá! ¡Les estaría muy bien empleado, y esa omisión serviría para demostrar el grado de hartazgo de los ciudadanos con este barril sin fondo de calamidades, escaseces, desgracias, manipulaciones y mentiras que es el castrismo!
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(La Habana, 1943). Graduado en Derecho (Moscú y La Habana). Abogado de bufetes colectivos y del Tribunal Supremo. Presidente de la Corriente Agramontista. Coordinador de Concilio Cubano. Miembro del Grupo de los Cuatro. Preso de conciencia (1997-2000 y 2005-2007). Dirigente de la Asamblea para Promover la Sociedad Civil. Ha recibido premios de la SIP, Concilio Cubano, la Fundación HispanoCubana y la Asociación de Abogados Norteamericanos (ABA), así como el Premio Ludovic Trarieux. Actualmente es miembro de la Mesa de Coordinación del Encuentro Nacional Cubano
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