Elías Amor Bravo, economista
Marino Murillo abordó en el programa mesa redonda del miércoles pasado un asunto que le debe quitar el sueño: ¿podrá la Tarea ordenamiento crear y repartir más riqueza en la economía cubana? Murillo está convencido que con los aumentos de salarios y pensiones acordados por el régimen se puede conseguir ese objetivo pero, ¡cuidado¡ advierte que la economía debe reaccionar y generar más riqueza.
Y este es el origen del fracaso de lo que viene. Nada asegura que vaya a ser así. Cualquier economista con unos conocimientos básicos de la ciencia, podría explicar al señor Murillo que la riqueza de una economía no aumenta con los crecimientos de salarios, pensiones y prestaciones de la seguridad social. Por el contrario, la economía puede llegar a empobrecerse y conseguir justo lo contrario, estancamiento, inflación, recesión. Si, es posible que en el corto plazo alguien pueda experimentar una mejoría transitoria de su situación económica, pero este tipo de políticas no son sostenibles y acaban generando más pobreza.
El señor Murillo debería saber que la transformación de los ingresos asociada al ordenamiento monetario, y en especial la reforma salarial, tiene que arrancar de un entorno económico próspero, pujante, dinámico, competitivo, que permita consolidar los avances en materia de ingresos. Dicho en términos sencillos y pedagógicos: no es posible repartir una tarta entre los asistentes a una fiesta, si la tarta, simplemente, no existe y lo que es peor, ni se la espera.
Por ello, si los ingresos tienen que mejorar, y nadie tiene duda de que ello debe ser así, es necesario que las empresas, como agentes económicos que pagan los salarios obtengan una productividad creciente, no solo para que puedan pagar salarios mayores, sino para que puedan contratar a más trabajadores. El aumento de la productividad permite crear un pastel creciente que solo después de conseguido, se puede repartir. Con las pensiones ocurre otro tanto. Si las empresas producen más, contratarán a más trabajadores y recaudarán más por cuotas de seguridad social, con lo que será posible pagar pensiones más elevadas.
Esto significa que salarios y pensiones no dependen de majaderías comunistas como “canastas básicas” o “salarios mínimos” sino de la productividad económica, lograda por la eficiencia de los factores de producción, las innovaciones tecnológicas, la competitividad por los mercados y la obtención de beneficios que garanticen el crecimiento sostenible. Cualquier otra vía lleva l caos, y la emprendida por el señor Murillo es un magnífico ejemplo de lo que viene. Pasar el salario mínimo de 225 a 1.528 es pan para hoy y hambre para mañana. No hay riqueza alguna en la expansión de la cantidad de dinero en circulación. Todo eso es falso: papel y más papel sin poder de compra. Es decir, inflación y pobreza.
Es casi seguro que el señor Murillo es consciente de que el aumento de salarios requiere de otros factores de impulsión procedentes del mundo real, como las inversiones extranjeras. Pero debe tener en cuenta que cualquier elevación salarial sin respaldo de productividad, es un pésimo reclamo para el capital extranjero, que huye de economías con elevados costes por unidad de producto. Puede llegar a ser contraproducente.
En cuanto al sector emprendedor privado, los aumentos de salarios sin respaldo de productividad, pueden castigar a estos pequeños negocios que empiezan a recuperarse después de la pandemia. Además, estos trabajadores por cuenta propia desempeñan sus actividades en sectores de bajo nivel de inversión que impiden como consecuencia de las regulaciones del régimen, alcanzar economías de escala, como ocurre en la agricultura.
Tendencias de los pagos por indicadores directivos, de los pagos por resultados, evolución demográfica de la población activa, son aspectos que abordó el señor Murillo en la mesa redonda para explicar cómo condicionan la política de aumento de salarios y pensiones. Y para afrontar estos retos, señaló su convencimiento de que la Tarea ordenamiento va a lograr los objetivos de distribución, sin mencionar la productividad. Lo máximo una referencia a unos “equilibrios macroeconómicos” que ni siquiera mencionó. Pero la realidad es que ni el equilibrio interno (déficit público) ni el externo (déficit comercial) se han logrado en la economía cubana. Los riesgos son elevados.
Justificó el aumento de salarios del sector presupuestado en el verano de 2019 como un “adelanto de la reforma salarial”. En realidad, fue una medida injustificable en un momento en que la economía se encontraba en plena recesión y que no evitó que a finales de ese año, el PIB cayera un -0,2%. Los aumentos de salarios en el sector estatal acaban teniendo unos efectos mucho más negativos sobre la actividad económica, porque en este sector la productividad es incluso inferior a la media de la economía, de modo que el señor Murillo no quiso aceptar que dicho incremento salarial ha sido el origen de las tensiones inflacionistas que han golpeado a la economía durante toda la pandemia del COVID-19. El excesivo peso del sector estatal en la actividad económica hace que cualquier variación en los indicadores del mismo se traslada de forma directa al resto de la economía. Esto es incuestionable.
En este punto, el señor Murillo se preguntó, ¿hasta dónde llegar con la reforma salarial? Y condicionó la respuesta a la situación de la economía. La circularidad que Murillo identifica es peligrosa. De un lado, no se puede avanzar en la transformación del modelo social comunista como prevén los Lineamientos, sin Tarea ordenamiento. Por otro, la Tarea ordenamiento debe permitir continuar avanzando la economía. La cuestión en términos económicos es, ¿qué puede ocurrir en la economía cubana en la que el fondo de salario, citado por Murillo, más de 139.385 millones de pesos.
Reconoció que este fondo “otorga capacidad respecto a elementos e inconformidades de la población, pero las posibilidades de la economía limitan la reforma con ese fondo de salario, porque en la medida en que se mueve el salario, también lo hacen las jubilaciones y la asistencia social”. De modo que el señor Murillo reconoció “que está complicado buscar el respaldo de bienes y servicios a este fondo”. La aventura a la que se lanzan las autoridades entraña riesgos muy complicados de gestión macroeconómica, con un déficit fiscal de 86.000 millones de pesos, equivalente entre un 18 y 20% del Producto Interno Bruto. ¿A dónde puede ir una economía con estas magnitudes?
El señor Murillo mostró su preocupación por tener que financiar un déficit presupuestario que además calificó de inflacionista, “porque se saca a la calle un dinero que no fue creado por la economía real” y en este punto, tuvo un gesto de coherencia al reconocer como necesaria “la relación que debe existir entre los ingresos monetarios de la población y las fuentes de absorción del Estado de esos ingresos”.
Más aun cuando en 2021 no hay ninguna previsión de que los distintos ingresos monetarios posibles del estado vayan a aumentar, como la entrada de divisas, el pago de salarios, los pagos a privados, la distribución de utilidades, la seguridad y asistencia social, así como los pagos a los colaboradores y los créditos, las ventas minoristas, la recaudación y las retenciones tributarias y las amortizaciones. En tales condiciones, con menos ingresos y gastos en aumento, el déficit puede ser un impedimento grave para que la economía crezca. En algún momento el señor Murillo sugirió que podría haber posteriores reformas salariales. Lleva razón. Lo mismo ocurrirá con el tipo de cambio del peso. Nada es eterno.
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