¿ES ESTE EL FIN DE LOS PARTIDOS?
Alfredo M. Cepero Director de www.lanuevanacion.com Sígame en: http://twitter.com/@ Los demócratas y republicanos de este siglo XXI en nada se parecen a los que fundaron sus respectivos partidos en el siglo XIX. En los diez años transcurridos desde la elección de Barack Obama en 2008 y las tres elecciones presidenciales que han tenido lugar en este período los dos partidos mayoritarios en los Estados Unidos han experimentado considerables transformaciones. Los conservadores hemos contemplado con genuina consternación la preeminencia de una izquierda militante y fanática dentro del Partido Demócrata. A tal punto, que un anciano diletante, aunque carismático, como Bernie Sanders se convirtió en ídolo de millones de jóvenes ignorantes de la historia y dispuestos a renunciar a su individualidad ciudadana a cambio de una prometida igualdad colectiva asegurada por el estado.
Y la consternación se convirtió en horror cuando las elecciones del último mes de noviembre nos trajeron a la lunática Alexandria Ocasio-Cortez. Como el estrambótico flautista de Hamelín, esta imberbe lleva al partido al abismo sin ser amonestada por la élite, cuestionada por sus colegas o rechazada su agenda alucinante por los candidatos presidenciales demócratas. Hasta la llegada de Donald Trump, los republicanos estaban paralizados por los miedos. Tenían miedo de ser acusados de machistas. Tenían miedo de ser acusados de xenofóbicos. Tenían miedo de ser acusados de homofóbicos. Pero, más que nada, estaban aterrados de ser acusados de racistas. Una acusación que es el último y paralizante recurso de quienes se quedan sin argumentos y que la izquierda demócrata ha dominado a la perfección. Con esos argumentos, los zurdos sigilosos que nos trajeron a Barack Obama mandaron al basurero de la política a los timoratos de John McCain y Mit Romney. Ante un Partido Demócrata envenenado por la izquierda y un Partido Republicano paralizado por los miedos, los ciudadanos ignorados y vilipendiados por su color y su origen étnico decidieron combatir el fuego con fuego. Y no me refiero a los negros de los tugurios urbanos sino a los blancos que pueblan las vastas regiones rurales del centro del país. La contracandela comenzó con la elección de un hombre que enseñó a los timoratos a perderle el miedo al miedo. En Donald Trump los ciudadanos ignorados encontraron el improbable campeón de una derecha hasta ese momento amedrentada. Y en campeón se ha convertido para quienes estamos decididos a defender con todas nuestras energías las instituciones políticas, económicas, jurídicas y culturales que han hecho de este país el orgullo de sus ciudadanos, la aspiración de millones de seres humanos en el mundo y la envidia de sus enemigos. Sin embargo, este no es el primer terremoto político que sufren los Estados Unidos. Como una arena movediza, la política norteamericana se ha desplazado entre el bien y el mal, la compasión y el odio, la derecha y la izquierda desde mucho antes de la Guerra Civil con su saldo macabro de 620,000 muertos en combate. Como siguiendo una brújula errática, ambos partidos políticos han cambiado de rumbos en distintos momentos de su existencia. Los demócratas y republicanos de este siglo XXI en nada se parecen a los que fundaron sus respectivos partidos en el siglo XIX. El actual Partido Demócrata fue fundado al finalizar la década de 1820 por facciones del difunto Partido Demócrata-Republicano de Thomas Jefferson. El primer presidente electo por el Partido Demócrata fue el General Andrew Jackson que gobernó entre 1829 y 1837. Jackson gobernó como un populista que impuso su agenda personal y se enfrentó a las instituciones políticas tradicionales que tenían paralizado al país. Un demócrata que se parecía más al republicano Donald Trump que al demócrata Barack Obama. El actual Partido Republicano nació a la vida política en la convención celebrada el 6 de julio de 1854, cerca de la ciudad de Jackson, en el estado de Michigan. Declaró como sus primeros objetivos la erradicación de la esclavitud y la promoción del desarrollo económico dentro de la filosofía del liberalismo clásico, que en nada se parece al falso liberalismo que dice profesar la actual izquierda fanática de los Estados Unidos. Seis años más tarde elegiría como su primer presidente a un hasta entonces desconocido abogado rural del estado Illinois llamado Abraham Lincoln. Con su acta de emancipación de los hombres de raza negra, emitida el primero de enero de 1863, este republicano se convertiría en pionero de la lucha por los derechos humanos en la historia de los Estados Unidos. En la década de 1850, el Partido Demócrata sufrió una crisis de identidad cuando los demócratas a nivel nacional se vieron obligados a enfrentarse a las demandas de los demócratas de los estados del sur. La principal demanda de los demócratas sureños consistía en que el partido reconociera como legítima la denigrante institución de la esclavitud en todos los estados de la Unión Americana. Esa fue la gota que llenó la copa de la concordia entre demócratas y republicanos. La libertad de los hombres y mujeres de raza negra fue lograda a sangre y fuego en los campos de batalla. Para mayor bochorno, estas expresiones del racismo demócrata persistirían hasta bien entrado el siglo XX. Porque, a pesar de que fue promovida por el presidente demócrata Lyndon Johnson, fueron demócratas los principales opositores a la Ley de Derechos Civiles de 1964. En el Senado, la ley fue aprobada con el voto favorable del 82 por cientos de los republicanos en contraste con el 74 por ciento de los demócratas. Siguiendo el mismo patrón, el 31 por ciento de los demócratas votaron en contra de la Ley de Derechos Civiles en contraste con sólo 6 por ciento de los republicanos. Tal fue la oposición de los demócratas sureños que senadores como Richard Russell, Strong Thurmond, Robert Byrd, William Fulbright y Sam Ervin trataron de descarrilar la ley con la maniobra de obstrucción conocida como “filibuster” que se prolongó por 60 días y ha sido la de más larga duración en la historia de la Cámara Alta. No debe, por lo tanto, ser motivo de asombro que en este siglo XXI seamos testigos de otra radical transformación de los partidos. En este caso, podríamos incluso hablar de la sustitución de la lealtad al partido por la lealtad a líderes carismáticos dentro de ellos. Pasó antes con Andrew Jackson y Abraham Lincoln. Ya ustedes saben a quienes me refiero. Si Donald Trump es hoy la personificación del Partido Republicano, Barack Obama es la personificación del Partido Demócrata. Ningún otro miembros de ambos partidos tiene la estatura o el carisma para enfrentarse a estos dos líderes. De ahí que resulte obvio que ni Kennedy ni Reagan serian electos en el caldeado ambiente político de estos momentos. John Kennedy sería visto como demasiado conservador por los seguidores de Bernie Sanders y Ronald Reagan sería visto como demasiado tolerante con las izquierdas vitriólicas que se han apoderado del Partido Demócrata. Lamentablemente, en ambos partidos predomina la filosofía de los extremos y la admiración por hombres más que la adhesión a la política partidista. Son, por lo tanto, los partidos de Trump y de Obama. Esperemos que sea solo por tiempo limitado porque la grandeza de América descansa en sus instituciones y no en sus hombres. En eso se diferencian los Estados Unidos del resto del mundo. 2-19-19 Si usted desea ser borrado de esta lista de distribución, favor de enviarnos un correo electrónico a: [email protected]
|
|
More Stories
ONG alerta sobre aumento de condenas predelictivas en Cuba para amedrentar a los jóvenes
“Nos están asfixiando”: Sin combustible ni camiones las autoridades optan por quemar la basura en Guanabo
Régimen emplea cuatro autos patrulla para impedir que Camila Acosta visite a familiares de presos políticos en Cárdenas