Elías Amor Bravo, economista
El periódico español ABC dedica hoy un interesante reportaje al turismo durante el tercer Reich alemán, y cómo Hitler engañó a millones de turistas en la segunda guerra mundial. Todo ello procede de un libro de Julia Boyd titulado “Viajeros en el tercer reich” de la editorial Atico Libros, escrito con cartas, documentos y testimonios recuperados a partir del verano de 1936, cuando nada parecía indicar que el ambiente en la Alemania nazi se fuera a enrarecer tanto como sí lo haría tres años después.
La crónica permite establecer un sorprendente paralelismo entre el turismo a la Alemania nazi en aquellos años y el que ha estado viajando a Cuba comunista en los últimos años. En aquellos años en Alemania no había indicios de guerra, la capital se preparaba para acoger los juegos olímpicos y el Partido Nacionalsocialistarecibía el apoyo masivo de los ciudadanos. Por ello, los turistas llegaban al país sin preocuparse demasiado de lo que ya estaba ocurriendo, pero las aguas bajaban revueltas.
El libro hace referencia al testimonio de dos viajeros, Alice y su marido, que se sorprendieron durante su luna de miel al llegar a Frankfurt, y ver a una mujer que detuvo su coche, en el que lucía una pegatina que les acreditaba como extranjeros, para pedirles un favor. Tras hablar con los recién casados de la persecución a los judíos y de las barbaridades perpetradas por Hitler les suplicó que se llevaran a su hija a Gran Bretaña. ¿Ustedes qué habrían hecho? Ellos, a pesar de su perplejidad, aceptaron. El testimoniode esta parejaes uno de los muchos que recoge la autora del libro, Julia Boyd (investigadora y miembro, entre otras tantas asociaciones, de la Fundación en Memoria de Winston Churchill).
Alemania bajo las riendas de Adolf Hitler era destino de turistas de toda Europa que, en muchos casos, ignoraban lo que estaba ocurriendo. Más o menos lo mismo que en Cuba, donde los turistas alegan no conocer los actos de represión que las autoridades mantienen sobre una población sometida al,poder del partido único, a la que no se respetan los derechos humanos. Dos períodos en el tiempo distantes y aparentemente distintos, pero no tanto.
Es interesante la entrevista a la autora del libro, que destaca por ejemplo, una “cierta solidaridad” de los turistas que llegaban a Alemania, y un sentimiento de culpabilidad por las consecuencias del Tratado de Versalles y las duras condiciones que habían sido impuestas a Alemania. Dice que “creer en el Führer les permitió eludir el remordimiento”. Un sentimiento compartido por turistas que llevan viajando a Cuba desde que Fidel Castro autorizó el desarrollo de esta actividad durante el “período especial”, a pesar del “embargo o bloqueo” al que continuamente refieren las autoridades castristas, a la vez que muestran una “solidaridad” con el paraíso de “la revolución de los pobres”.
De modo similar a lo que ocurría en Alemania, en Cuba llegan todos los años muchos tipos de extranjeros, turistas, hombres de negocios, periodistas, diplomáticos. Y cada uno encuentra un distinto tipo de país en función de sus preferencias y objetivos. Sobre todo, porque existe un “apparteid” gubernamental para que no experimenten las duras condiciones de vida de los cubanos. Hace unos días se ha visto cómo las largas colas en las gasolineras de CUPET no están hechas para los extranjeros y diplomáticos que llevan cartas ministeriales, sino para los cubanos de a pie.
Las informaciones que reciben los viajeros extranjeros sobre la situación en Cuba se aparta en cuanto llegan al país. No les preocupa. Hay pocos turistas y viajeros comprometidos con la causa de las libertades de un pueblo que lucha contra la opresión. Pasear por una calle con edificios antaño señoriales, destruidos por la desidia en centro Habana, es incluso motivo para fotografías de recuerdo.
Al igual que ocurrió con Alemania, donde los nazis ofrecían al turista “muchísimas cosas”, el régimen castrista trata de hacer lo mismo, si bien con notables dificultades por culpa del control absoluto, e ineficiente, que ejerce el estado comunista sobre esta actividad a partir de empresas dependientes de miembros del ejército y la seguridad policial. Por el contrario, en Alemania, era el sector privado el que lideraba el turismo.
Los turistas que llegaban a la Alemania nazi encontraban periódicos de izquierdas y de derechas. La autora dice que “unos enfatizaban los aspectos más horribles del nazismo. Otros se concentraban en lo bueno y hablaban del resurgimiento que había experimentado Alemania o de las nuevas estructuras que se habían construido (por ejemplo, las autopistas)”. En Cuba esta situación es imposible, ya que la libertad de prensa está proscrita y solo existe una voz pública autorizada, aunque es curioso que los viajeros que llegaban a la Alemania nazi “preferían quedarse con la versión oficial y obviar los rumores de torturas, persecuciones o encarcelamientos sin juicio. No obstante, una parte simplemente estaban confusos y no sabían con qué versión quedarse”.
En la entrevista se hace referencia a lo que opinaban los turistas que llegaban a Alemania sobre Hitler, algo parecido a lo que los viajeros pensaban de Fidel Castro, admirado y odiado a partes iguales, y desde luego con mucha más imagen que su hermano y, a años luz de lo que representa en la actualidad Díaz-Canel. La autora dice que “algunos turistas en Alemania llegaron a presenciar espectáculos lamentables del nazismo como las quemas de libros y las políticas contra los judíos y sin embargo, en el libro se recogen testimonios del “Führer como si fuera Jesucristo”. Algo parecido a Fidel Castro, al que se otorgaba un prestigio y una relevancia completamente ajenos a la realidad del personaje, escondido tras la propaganda de los medios de comunicación bajo control del estado.
La autora hace referencia a que los nazis llegaron a engañar incluso a varios dirigentes y activistas de los derechos civiles de los afroamericanos en EEUU, que lejos de tener una opinión negativa de Hitler, mostraron impresiones favorables. Admiraban los “logros del nazismo” en la educación que se impartía en el país, o la música de Wagner. Algo parecido a lo que ocurre con los demócratas europeos que viajan a Cuba y acaban exaltando las ventajas de la “democracia de partido único”, o la “educación y sanidad” de los logros de la revolución.
Los nazis llegaron a invitar a los turistas a visitar el campo de concentración de Dachau, “justificando que allí estaban reeducando a las peores personas de la sociedad (asesinos, pedófilos…), mientras que en otros países les hubiera fusilado. La propaganda le dio un enfoque positivo. Los viajeros salían impresionados de forma positiva”. No obstante, a partir de 1935, detuvieron esas visitas. En Cuba, se han ensayado para turistas visitas a los proyectos comunistas del tipo de “escuela al campo”, y aunque los campos de la UMAP fueron cancelados hace tiempo, recibieron alguna atención como instrumentos de reeducación comunista de desafectos con el régimen.
Los viajes de turismo a aquella Alemania podrida continuaron hasta pocas semanas antes de la segunda guerra mundial, como dice la autora en su libro. No deja de ser curioso que la agencia Thomas Cook, recién quebrada, organizó viajes hasta 1939 a lugares como Oberammergau de importancia religiosa. Pero después de la “noche de los cristales rotos” el turismo a Alemania descendió de forma drástica. De manera especial, los juegos olímpicos marcaron un punto de referencia en aquel auge turístico del tercer reich, que aprovechó la ocasión para presentarse ante el mundo como un régimen bondadoso que solo buscaba la paz. Cuba no potencia sus destinos turísticos religiosos, ni tiene juegos olímpicos en su oferta turística. Tal vez sea la diferencia más importante con la Alemania nazi.
Por último, la autora concluye que los ingresos del turismo a Alemania fueron muy importantes y el dinero que se recibía era dedicado a la inversión en armamento, prioridad absoluta del nazismo, de modo que los ingresos del turismo extranjero tuvieron una importancia vital. En Cuba, el turismo se ha planificado por las autoridades con el mismo objetivo de servicio al estado comunista: financiar una estructura de gasto público insolvente e insostenible. Son tantos los parecidos que causa impresión.
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