El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, parece empeñado en reafirmar una continuidad suicida de sus antecesores; desconociendo el alcance de la crisis estructural que padece la economía y la carencia de legitimidad del régimen ante la mayoría de los cubanos.
Insistir en que el país solo está ante una coyuntura adversa e intentar culpar al embargo norteamericano de todos sus males significa desconocer el efecto de la matriz energética que condiciona el resto de las actividades económicas, los miedos gubernamentales a liberar fuerzas productivas cualificadas, la falta de liquidez crónica que asola a las arcas cubanas y errores de bulto en el ámbito político como fue el miedo ante el embullo Obama y la notable subida de los precios del sector turístico, pese a las serias advertencias de turoperadores con dos y tres décadas de trabajo en el mercado cubano.
Su antecesor avisó de que el país llevaba demasiado tiempo bordeando el precipicio y refirió la anécdota del vietnamita asombrado porque Cuba no producía café suficiente, cuando habían sido técnicos cubanos los que asesoraron a Vietnam en el cultivo y Raúl Castro añadió que el cubano habría dicho al vietnamita que era por culpa del bloqueo norteamericano.
Cuando Díaz-Canel asumió la presidencia, comenzó a hablar de socialismo próspero y sostenible y criticó el bloqueo interno; ¿qué ha cambiado ahora para se haya puesto a la defensiva y ande dando palos de ciego?
Para ningún gobernante resulta grato dar malas noticias a los gobernados, pero mentir a la gente sale más caro que hablar claro, asumir los problemas y avanzar en la búsqueda de soluciones permanentes y no remiendos de bueyes por tractores, de llamar cambio de actividad o disponibles a los desempleados y exhortar que se piense como país, cuando se reprime y encarcela a la parte del país que no suscribe la letanía tardocastrista.
En la Mesa Redonda Díaz-Canel dijo que Cuba estaba ante un problema coyuntural, temporal y que una vez que llegara el segundo barco, se normalizaría el abastecimiento de diésel, pues fue tan exquisito que deslindó los tipos de combustibles. Vano empeño, a la semana siguiente las colas eran de horas para echar gasolina.
Con los precios pasó algo inaudito: pretendió obligar por decreto a topar precios a los asediados empresarios privados, pero mantuvo inalterables los precios del sector estatal, especialmente lesivos los de la cadena de tiendas en CUC, donde el cubano debe pagar precios inflados con una moneda en la que no recibe su salario.
Con las viviendas, otra de las tragedias cubanas, pasó algo parecido. El mandatario lanzó la consigna de entregar una casa diaria por municipio. Tampoco se cumple.
Y, reafirmando su miopía política, establece que van a mantener “informado al pueblo”, al que piropea llamándolo sabio, aunque trata a los ciudadanos como súbditos, al más puro estilo de Fidel Castro, administrando la dosis de sucesivas malas noticias con el populismo que tanto dañó a la revolución cubana, poniéndose a dar botella a habaneros aglomerados en las paradas de guagua; demagogia que provoca la verbalización de la guataquería de Randy Alonso: con un presidente así, somos invencibles.
Miguel Díaz-Canel Bermúdez ha sufrido un desgaste político brutal en tiempo récord; quizá solo comparable al caso de Podemos en España, y con este hándicap tendrá que lidiar hasta que resista o asuma con valentía las reformas estructurales que demanda la economía cubana desde hace años.
Toda esta improvisación, unida a la represión de opositores, mensajes amenazantes a la ciudad letrada, y el uso de la insensatez como herramienta política cotidiana demuestran que –una vez más– el gobierno cubano ha sido sorprendido por una coyuntura adversa, que pocos o ninguno previó y para la que no tienen solución porque las soluciones articuladas hasta el momento, son respuestas de emergencia, no lo que Cuba demanda.
Por enésima vez, se ponen a hablar de sustituir importaciones y de aumentar las exportaciones. Ni se sabe los años que llevan los responsables castristas repitiendo esta ecuación como un mantra. Pero ni uno levantó la voz cuando Fidel Castro decidió reimplantar el modelo de dependencia de la URSS con Venezuela, aplazando y desmoralizando los intentos de empresarios cubanos de producir, competir y exportar.
Los tomates que consumen los turistas que se alojan en hoteles estatales administrados por empresas extranjeras, siguen llegando de República Dominicana, el pollo de Estados Unidos y parte del azúcar de Francia, que se ha convertido en socio comercial preferente vía GAESA.
En los próximos días, es probable que veamos y oigamos las consabidas muestras de apoyo y comprensión de diferentes colectivos de trabajadores, estudiantes y sindicatos que renovarán su confianza en lo que queda de revolución, en lo que queda del liderazgo histórico y en el mandatario Díaz-Canel.
Si el presidente no quiere correr la misma suerte que ese atajo de consignas huecas, debería asumir los costes de una reforma económica integral que libere a Cuba y a los cubanos de servidumbres políticas para el mantenimiento de una casta minoritaria en el poder y si habla en serio cuando pide pensar en país, cómo explica que no haya convocado ya a la oposición política a un diálogo nacional sobre los problemas del país y sus posibles soluciones.
La comunidad internacional y Estados Unidos reaccionarían favorablemente y propiciarían fórmulas de alivio a la crisis económica que golpea a las familias cubanas, en una situación tan compleja no vale ya seguir creyendo que toda la razón está de parte de un solo lado. Ya conocemos la letanía de lacayos del imperio, tan malo como ser lacayos de la URSS y rehenes de Nicolás Maduro y del exilio callado que sigue enviando remesas y pagando tarifas de atraco en consulados y otras dependencias.
El Partido Comunista y el ejército han tenido tiempo para mostrar a todos su incapacidad para resolver los problemas de Cuba, el país con uno de los mayores capitales humanos de la región, dilapidado en el exilio, el inxilio y el absurdo continuista de suplantar la realidad con entusiasmo y ocurrencias.
Si queda alguien con dudas en ambas estructuras, sería oportuno que se diera una vuelta por la histórica villa de Trinidad, que con la ausencia de turistas, se está convirtiendo en una islita dentro de la isla agredida por el castrismo y sus continuadores.
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