Ernesto Borges y Sosa Fortuny
Una de las características que distingue a la prisión política del totalitarismo castrista es que muchos de los que guardan prisión en Cuba pertenecen a diferentes generaciones y proceden de canteras ideológicas y políticas que en un momento del pasado fueron enemigas, lo que garantiza en cierta medida la pluralidad de pensamientos y la diversidad de opiniones de cómo debe ser restablecida la democracia en el país.
La prisión políticadel castrismono tiene un comparable en el pasado o presente del continente. Sus singularidades son muchas, entre otras, el número de personas que han estado presas y los años que los condenados han cumplido. El régimen de trabajo forzado al que son sometidos, sin obviar lavesania de los carceleros que responden con satisfacción a la vileza de sus caracteres y a las malvadas instrucciones de sus jefes.
Es fundamental en la consecución del objetivo de una sociedad democrática, la tolerancia y la disposición a superar las diferencias entre quienes por sus orígenes y formación tienen ideas e historias personales contrapuestas, ejemplos de este contexto son Ernesto Borges y Armando Sosa Fortuny, ambos prisioneros políticos desde hace muchos años.
Armando Sosa Fortuny desafió el totalitarismo. Lo hizo, si bien, probablemente nunca sea declarado preso de conciencia, aunque le sobra la dignidad y entereza que le ha faltado a muchos.
Con 18 años salió de Cuba clandestinamente, pero no arribó al exilio para vivir mejor, sino que se preparó para luchar por la democracia y la libertad de su patria. Desembarcó en octubre de 1960 con la misión de derrocar la dictadura. Uno de sus compañeros murió en combate, diez fueron fusilados, entre ellos tres estadounidenses.
Permaneció 18 años en prisión. Dejó a Cuba por segunda vez. En 1994, con 52 años, retorno al combate. No por amor a la violencia sino por convicción. No pensó en la tranquilidad de un hogar, ni en la seguridad económica, simplemente respondió una vez más a su compromiso de luchar por sus ideales.
Armando, 42 años tras las rejas, es un ejemplo de entereza y compromiso con su país. Lleva más de la mitad de su vida preso. Esta enfermo pero no se rinde, un ejemplo de decoro para quienes son siervos de la dictadura.
Su compañero de presidio desde 1998, quizás no se conozcan, es Ernesto Borges Álvarez quien nació en 1966 en pleno furor revolucionario. Su formación fue radicalmente opuesta a la de Sosa, quien ya estaba tras las rejas.
La escritora y periodista Angélica Mora, especialmente sensible con la causa democrática cubana, ha expresado en varias ocasiones su preocupación por el estado de salud de Ernesto Borges, quien lleva 19 años presos, acusado de contraespionaje.
Borges estudio en un preuniversitario del Ministerio del Interior en Isla de Pinos donde estaba recluido Sosa Fortuny. Por sus resultados escolares y vocación personal fue enviado a Moscú para pasar la escuela superior del KGB que terminó con expediente dorado, a su regreso a Cuba trabajó en la Dirección General de la Contrainteligencia.
Posteriormente fue trasladado como analista para el Dpto. 1, y designado primer oficial en el trabajo de enfrentamiento a la Oficina de Intereses de los Estados Unidos de América, donde elaboró una parte de la política de esa dependencia en 1998.
Borges Álvarez soportó la tentación totalitaria con entereza admirable. No se dejo seducir por las prebendas del poder. Rechazó los privilegios que otorga un régimen en el que la elite política lo puede y lo tiene todo. Supo decir no, porque como escribiera hace años Kewes S. Karol en “China: el otro comunismo”, vivir en la URSS, formaba a los anticomunistas más convencidos y Borges no fue una excepción aunque le ofrecieron numerosos platos de lentejas.
Borges Álvarez y Sosa Fortuny son prisioneros del castrismo pero no sus siervos. Han dedicado una parte importante de su existencia a pelear por sus convicciones. Ambos arriesgaron la vida y la continúan arriesgando, a pesar de que no son pocos, parafraseando a José Martí, los que ponen sus habilidades y conocimientos al servicio de los dictadores en las dos orillas.
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