May 7, 2024

Aquí todos los días son iguales

Aquí todos los días son iguales

En medio de tanta grisura material y espiritual, hay quienes se preguntan cómo estarán pasando estos días los hijos y nietos de la casta verde olivo

cubanos
Una de las colas para comprar manzanas en el mercado Isla de Cuba. Foto del autor

LA HABANA, Cuba.- Leyanis amaneció ayer 24 de diciembre sin deseos de levantarse de la cama. No estaba particularmente cansada, ni se sentía mal; pero el solo hecho de pensar que faltaban unas horas para Noche Buena, le amargaba profundamente la existencia. No es la fecha per se, sino lo que trae para los cubanos, y lo que de alguna manera impone en un país donde la mala economía no entiende de tradiciones ni protocolos.

A pesar de su alborada quejumbrosa, Leyanis no tenía que cocinar para una familia numerosa. A su mesa se sentarían su hijo, sus padres y una anciana vecina que en ocasiones pasa la fecha junto a ellos, aportando lo que puede. La mayor parte corre a cargo de la anfitriona, que cada año diligentemente compra las vituallas de rigor con la moneda fuerte que le manda su esposo desde España, y lo que ella misma puede agenciarse mediante cambalaches diversos.

Ayer, sin embargo, y a pesar de los euros que aterrizaron puntuales, se sintió aplastada por la rudeza del desabastecimiento que los cubanos han sufrido todo el año; redoblado en estos días que suelen ser de abundancia, holgura y rebajas en otras geografías habitadas por paisanos que han corrido mejor suerte. Quiso creer que cuando saliera a las tiendas encontraría, sin demasiados tormentos, algunas delicias de estación -nacionales o importadas- para agregar a los dos turrones de Jijona que por mera prudencia comprara el pasado mes de octubre.

Su esperanza no podía hacerse realidad en un país cuya pobreza crece tanto cada año, que su gente sencillamente no puede parar. La brega diaria no se interrumpe, según algunos porque no tenemos arraigada la costumbre de celebrar estas fechas; otros porque consideran que es el momento de ganar el doble, aprovechando que en días señalados para el derroche la gente tiende a regatear menos, comprar lo que sea y no devolver nada.

Ayer las tiendas se llenaron no de clientes interesados en comprar regalos, o pequeños detalles para sus seres queridos. En las colas, espiando los mostradores, se agolpaban los eternos cubanos buscadores de comida, porque en eso se gasta todo el dinero de los cubanos, los 365 días del año. Comida de la que haya, y con suerte un extra por tratarse de Noche Buena y Navidad, que algo sacarán en los comercios, no porque el régimen tenga alguna consideración por la fe de sus ciudadanos; sino porque es un momento propicio para exprimirles toda la plata que tengan.

Y así fue. Los cubanos emplearon el día de ayer haciendo colas; horas enteras de pie, entrando y saliendo de las tiendas, comprando algo aquí y otra cosa allá, porque es imposible encontrar lo que se necesita en un mismo establecimiento, aunque sea para una cena modesta. Tumultos de clientes regulares luchando a brazo partido con los revendedores para comprar cerveza, sidra, pasta de tomate y los pocos refrescos que sacaron, fueron la tónica dominante en una jornada que se supone especial. Fue tan parecido el 24 de diciembre al resto del año, que  mujeres como Leyanis llegaron tarde a casa para cocinar, tras habérsele consumido la ya débil vibra navideña en una larga fila para comprar las manzanas que tanto le gustan a su hijo.

Aun así, ignora cuán afortunada es; pues mientras ella invertía su tiempo persiguiendo frutas exóticas, otras gentes aguardaban a que un camión terminara de descargar un lote de cuartos de pollo curado y picadillo de pollo -cortesía del régimen por fin de año- para no quedarse con la mesa y el refrigerador vacíos. Si diciembre llena de zozobra los corazones, enero se antoja pavoroso, así que hay que ser precavido y guardar.

En medio de tanta grisura material y espiritual, hay quienes se preguntan cómo estarán pasando estas fiestas los hijos y nietos de la casta verde olivo, que en días corrientes se toman fotos en la Riviera Maya, beben buenos vinos y ensartan en una brocheta toda la carne que miles de cubanos no se pueden comer. Esos jovenzuelos que no saben lo que es trabajar y con el impudor de quienes se saben a salvo, blindados por tres ejércitos y doble ciudadanía, publican en las redes sociales su vida de lujos, reeditando los “malos hábitos” de aquellos políticos de la era republicana, tan demonizados por la misma propaganda comunistoide que desterró la Navidad y el Día de Reyes… para el pueblo cubano, claro está.

Cuba cierra el año 2019 en medio de un hastío total, desentendida de esa patética mascarada autorizada por el régimen, que consiste en vender los carísimos “Estuches de Oportunidad”, colocar arbolitos mustios en los asolados centros comerciales y disfrazar a los empleados con accesorios navideños que acentúan la ridiculez de celebrar algo diametralmente opuesto a la miseria, la ira y la desesperanza que nos rodea.

Cada día son más los cubanos, y sobre todo las cubanas que, como Leyanis, deben hacer un esfuerzo sobrehumano para amanecer y salir a enfrentar lo mismo, sin variaciones, sin descanso, sin poder pensar claramente en los deseos para el año próximo, ni elaborar un plan que avive la llama mortecina de la voluntad. Cualquier pensamiento en ese sentido los devuelve al conformismo vil de agradecer que están vivos y con buena salud. Lo demás vendrá solo, cuando venga, si es que viene.

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