Los economistas socialistas cubanos llevan tiempo debatiendo sobre cuál debiera ser el “modelo” económico que mejor respondería a un programa de “actualización” en el país. El ámbito del debate es un sitio digital, El Estado Como Tal, cuyo ponente principal es el economista Pedro Monreal.
En general, el debate se basa en al menos dos premisas básicas enmarcadas en un contexto marxista ortodoxo. Una de ellas es que la búsqueda de soluciones esté condicionada por el predominio de un régimen de propiedad social de los medios de producción. La otra es que la economía esté sujeta a una planificación, aunque no excesivamente centralizada.
En mi opinión, un modelo sujeto a estas restricciones mantendría a la economía cubana en un estado de estancamiento permanente y, por ende, dependiente de subsidios de otros países y de fuentes externas, como ha sido desde la década de los 60. Esta situación, insostenible en el largo plazo, coloca a Cuba en una posición estratégicamente precaria y contradice las declaraciones oficiales a favor de la soberanía nacional.
La crisis crónica de la economía cubana se debe a tres causas principales: a) la dependencia predominante o única de un régimen basado en un concepto ambiguo de la propiedad social de los medios de producción; b) la pésima gestión administrativa (management) de las empresas estatales y c) la imposibilidad logística y cibernética de que un sistema de planificación central logre controlar los millones de enlaces que componen las cadenas de valor (insumo-producto) y redes neurales de una economía.
Los ciudadanos, en el centro del tejido empresarial
Independientemente de qué se entiende por propiedad social (estatal, cooperativa o corporativa), el debate excluye toda consideración sobre el valor social y la importancia crítica de las diversas formas en que la iniciativa individual de los que trabajan en las empresas, estatales o no, pudiera contribuir a los procesos productivos del país. Eso se debe a una profunda incomprensión de cómo una sociedad construye y maneja una economía eficaz y eficiente para producir lo que necesita, subsistir y desarrollarse por sí sola. Examinada en detalle, esa incomprensión tiene su raíz en la falta de conocimientos y experiencia sobre cómo deben operar las empresas, sus trabajadores y sus directivos para producir eficientemente lo que el país demanda de ellas. Tal incomprensión nace también de la creencia implícita de que las empresas, sus trabajadores y los gerentes pueden funcionar como autómatas, siguiendo ciegamente directivas emanadas “desde arriba”.
En una economía moderna toda empresa es resultado de un proceso conducido por seres humanos con responsabilidad; los ciudadanos que la hacen funcionar representan una simple pero vital célula del enorme conjunto de órganos y tejidos que constituyen una economía, por tanto, necesitan ciertos grados de autonomía y flexibilidad para coordinar exitosamente las funciones que convergen en el producto deseado, tanto en cantidad como en calidad.
Quienes traten de manejar la empresa por control remoto, o como si fuese un teatro de marionetas —tal y como es la visión burocrática y arcaica de la planificación central—, lograrán no solo obstaculizar su función, sino hacerla insostenible. Y lo que es peor, a la larga impedirán lo que en buena nomenclatura marxista se denomina su “reproducción simple”, lo cual contradice el desarrollo de “las fuerzas productivas” como resultado de unas “nuevas relaciones sociales de producción”. Esto es precisamente lo que explica la crisis de la economía cubana, lo que he venido llamando el bloqueo interno a la economía, que de hecho es más restrictivo que el embargo norteamericano a la economía estatal. Hasta me atrevo a afirmar que de levantarse este último, la economía cubana actual no estaría en condiciones de aprovechar las nuevas oportunidades.
De una economía rígida a una flexible
Hay otras consideraciones importantes sobre cómo puede llegar a funcionar una empresa cuando existe cierta autonomía en las iniciativas individuales.
Cuando se trata de descubrir y desarrollar nuevas técnicas y conceptos tecnológicos, nuevos sistemas de administración o productos, ninguna iniciativa tiene su éxito garantizado. Casi todo progreso empresarial es resultado de un largo y arduo proceso de prueba y error, una búsqueda incesante de un nuevo producto, o de lo que funciona mejor, de lo que se puede hacer con más eficiencia, con menos recursos. Todo proceso productivo fue en algún momento resultado de una búsqueda y de la inversión de un volumen de esfuerzo y de recursos materiales y financieros que corrieron el riesgo de perderse en caso de no tener éxito. En esta situación el fracaso, esa parte del ciclo de prueba y error, es una fuente de conocimiento. Cuando hay autonomía o libertad de gestión, el fracaso es privado y las pérdidas también pueden serlo. De hecho, se puede decir que el éxito depende de que haya libertad para fracasar. Y la mayoría de las veces al éxito se llega fracasando consecutivamente, pero aprendiendo y reponiéndose de cada intento.
Este mecanismo de desarrollo empresarial es el motor que explica el poderoso desarrollo de las economías más pujantes, lo que se logra cuando se opera con cierta autonomía. Lo interesante del mecanismo es que el fracaso es privado, no como sucede con grandes proyectos donde su concepción centralizada lleva con frecuencia a pérdidas económicas que por no ser privadas acaban socializándose, como las del plan de industrialización de los 60, la zafra de los diez millones de toneladas o el cordón agropecuario de La Habana. Una buena empresa o una buena gestión administrativa debe ser capaz de individualizar el fracaso y socializar el éxito.
La humanidad ha aprendido a producir en gran escala por medio de dos grandes inventos económicos y sociales: la empresa y el dinero. Así, una economía tiene que crear las condiciones en que esa minúscula célula productora pueda operar en un ambiente propicio y multiplicarse y prosperar. Para mejorar la economía cubana ya existen ciertas condiciones, pero no son suficientes. Debemos tener en cuenta que a pesar de los cambios transformativos que se implementaron en Cuba durante la década del 60, hubo dos condiciones que se mantuvieron intactas: la estructura de la división social del trabajo, y el uso del dinero como medio de pago e intercambio. Esto significa que la economía cubana depende del intercambio de bienes y servicios. Por eso, aunque suene sorprendente, se puede decir en rigor que la economía cubana nunca dejó de ser una de mercado.
Solo que no una de mercados flexibles, libres y dinámicos. La economía cubana actual es tan rígida que cualquier alteración inesperada la quiebra y la paraliza, resulta incapaz de adaptarse a las condiciones cambiantes de una sociedad moderna.
La abrumadora evidencia acumulada durante casi seis décadas indica que la empresa estatal guiada centralmente por un plan desconectado de lo que la sociedad desea es un anacronismo que debe superarse, sustituyéndolo por un diseño empresarial que permita liberar las fuerzas productivas del país. Cualquier esfuerzo serio de actualización de la maltrecha e inoperante economía cubana debe tener como pivote conceptual y operativo a la empresa y el conjunto de sus conexiones con las demás empresas que componen el sistema productivo de la sociedad y su economía. Por supuesto, la reconceptualización de la empresa deberá complementarse con otras reconceptualizaciones, pero hay que empezar por algún punto estratégicamente conveniente y avanzar desde ahí. |
More Stories
Vicente Feliú: “un revolucionario provocado puede ser muy peligroso”
Camila Acosta, de la estación policial al arresto domiciliario
Régimen multa a un vendedor ambulante con discapacidad por tomar un descanso