El mito de la revolución emancipadora
‘Casi en la tercera década del siglo XXI es hora ya de desmantelar el mito, más bien dogma, de que las revoluciones sociales son edificantes.’
Es clave no confundir rebelión política con revolución social. Las rebeliones modifican el estatus político pero no la estructura socioeconómica de la nación, la propiedad de los medios de producción, la ideología o las costumbres. El derrocamiento de Gerardo Machado en 1933, no fue la “Revolución del 30” como la acuñaron los intelectuales de la época, sino una rebelión política.
La revolución social, en cambio, arrasa con todo. Cambia las relaciones de producción, distribución, y de propiedad de los medios de producción. Transforma la política, la cultura, la educación, las costumbres, la ética, la moral, la filosofía, toda la vida de una nación. Lo coloca todo patas arriba con la promesa de “un futuro luminoso para la Patria”, frase que repetían Mussolini, Hitler y Fidel Castro.
Nada mejor para diferenciar rebelión de revolución que el diálogo entre el rey francés Luis XVI y el duque Rochefoucauld-Liancourt, quien, temprano en la mañana del 15 de julio de 1789, le informó al monarca que la fortaleza de la Bastilla en París había sido tomada y que debía huir del palacio de Versalles.
“Pero, ¿es una rebelión?”, preguntó el rey.
“No, Majestad, no es una rebelión, es una revolución”, respondió muy seguro el avispado duque.
Tampoco hay revolución social o política químicamente pura. Muchas veces rebelión y revolución social hacen eclosión mezcladas entre sí. Y otras veces rebeliones políticas devienen transformaciones socioeconómicas. Fue lo que pasó en Cuba.
No hubo en la Isla una revolución social causada por la pobreza y la explotación imperialista como dicen los textos de las escuelas en Cuba, y en todo el mundo. En Cuba el ingreso per cápita duplicaba al de España e igualaba al de Italia. En varios indicadores, el país registraba cifras similares o superiores a unas cuantas naciones de Europa. Pero Castro I, para atornillarse en el poder en forma vitalicia, convirtió la rebelión triunfante en tiranía comunista, vía revolución social, con el apoyo de Moscú.
Fría máquina de matar; tenemos que ser más crueles
Toda revolución social antiliberal es una involución, no importa su signo ideológico. La gente se empobrece y pierde sus derechos. El individuo se diluye en la “masa” amorfa, enajenada, el hombre- masa “cuya vida carece de proyectos y va a la deriva…y por eso no construye nada”, del que hablaba Ortega y Gasset.
Y peor aún, muchas veces deriva en un ejercicio de envilecimiento y deshumanización. Basta como ejemplo la definición del “verdadero revolucionario” que dio Ernesto “Che” Guevara en su mensaje a la Conferencia Tricontinental de 1966: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así…”.
León Trotski, segundo líder bolchevique luego de Lenin, al definir la revolución social espetó: “Tenemos que ser más crueles (…) la crueldad es la mayor humanidad revolucionaria”.
Y el poeta cubano comunista Rubén Martínez Villena quiso sintetizar líricamente qué es una revolución: “Hace falta una carga para matar bribones/ para acabar la obra de las revoluciones” (o sea, la revolución social demanda sangre).
El problema de fondo en esto es que a partir de 1848 el concepto de revolucionario cambió. Pero la izquierda marxista monopoliza ese concepto y solo lo aplica a procesos estatistas y socializantes.
Recordemos que para esa izquierda anticapitalista solo es dictador quien es de derecha. Si es de izquierda, como Raúl Castro y antes su hermano Fidel, son respetables líderes revolucionarios que encabezan una “democracia de partido único”, como llama a la tiranía cubana la exjefa de la diplomacia de la Unión Europea, Federica Mogherini.
No es razonable defender a un dictador solo porque es de izquierda. Gabriel García Márquez en su novela El otoño del patriarca, en la que sintetizó al caudillo dictador clásico latinoamericano, no menciona siquiera a Fidel Castro, el mayor tirano en la historia continental, porque era de izquierda.
Lo cierto es que solo son progresistas las revoluciones que desmontan tiranías estatistas, restablecen las libertades económicas individuales y civiles, y crean las instituciones democráticas que las garanticen. Está demostrado históricamente. Y es eso lo que hace falta en Cuba.
En Cuba los opositores son los revolucionarios
La palabra revolución significa cambios profundos, innovación, transformación de lo viejo en nuevo, tanto en lo social, económico y político, como en lo científico, tecnológico, cultural, etc.
O sea, en la Isla los revolucionarios son quienes están por el cambio: los opositores políticos, las Damas de Blanco, los presos políticos, los periodistas independientes, promotores todos de la democracia. Y no lo son Raúl Castro, su hija Mariela, Machado Ventura, Díaz-Canel, Ramiro Valdés, Esteban Lazo ni ninguno de los restantes usurpadores del poder. Son todos reaccionarios, afirman que en Cuba no hay que hacer cambios porque ya se hicieron todos en 1959, per secula seculorum. O sea, que la “revolución” es un dogma de fe, eterno e inmutable. Pero insisten en que son revolucionarios y dicen que Marx y Lenin lo eran.
La definición de reaccionario que viene en el diccionario es elocuente: “persona o ideología que defiende y se aferra a lo viejo, a lo ya establecido, y se opone a los cambios, las reformas y al progreso”.
Casi en la tercera década del siglo XXI es hora ya de desmantelar el mito, más bien dogma, de que las revoluciones sociales son edificantes. No lo son. Que les pregunten a los cubanos.
Tomemos otro ejemplo, el de Rusia. Con el zar Nicolás II derrocado y confinado en Tobolsk, Siberia, el Gobierno provisional de Alexander Kerenski se disponía a edificar la primera república democrática moderna en Rusia. Era innecesaria una revolución apocalíptica que segó la vida de varios millones de personas. No había por qué asesinar al monarca junto a su esposa, sus cuatro hijas jovencitas y su hijo de 13 años, a tiros, bayonetazos y apaleados.
Prueba de ello fue que luego de la Primera Guerra Mundial sin revoluciones devastadoras, ni masacrando familias reales enteras, en los países de Europa Occidental se cumplieron todas las exigencias que hacían en Rusia los hambreados trabajadores y campesinos en 1917: mejores condiciones de trabajo, jornada de ocho horas, aumento de salario, fin de los abusos de la patronal, seguro por enfermedad, descanso retribuido, crecimiento económico, etc.
En la Europa “burguesa” se edificaron Estados de derecho con separación de poderes a lo Montesquieu, libertades democráticas. Y le obsequiaron al mundo la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y otras ventajas sociales, imposibles de obtener en la Rusia “revolucionaria”.
Las revoluciones que de veras cuentan
Con el secuestro por parte de los estatistas de la revolución social, solo quedan como revolucionarios al 100% los procesos, acontecimientos y logros que aportan al progreso humano. Y para ello volvamos a Martí: “Los hombres se dividen en dos bandos: los que aman y fundan, y los que odian y destruyen”
¿En qué bando estuvieron o están Marx, Lenin, Stalin, Pol Pot, Mao, Fidel Castro, “Che” Guevara, Gadafi, Hugo Chávez, Kim Il Sung, Marulanda Véliz, el ayatolah Jomeini, los yihadistas del Medio Oriente, Maduro o Daniel Ortega?
¿Y en cuál están Pitágoras, Arquímedes, Copérnico, Guttenberg, Galileo, Lavoisier, James Watt, Thomas Edison, Beethoven, Mozart, Da Vinci, Cervantes, Newton, Einstein, Alexander Fleming, los hermanos Wright, Mendeliev, Adam Smith, Le Corbusier, Marconi, Reuter, Benz, la NASA, Mark Zuckerberg, y tantos otros innovadores revolucionarios que han hecho aportes cruciales al progreso humano?
En la historia ha habido profundas revoluciones que contribuyeron al desarrollo de la civilización: el descubrimiento del fuego, de la agricultura, la rueda, la imprenta, el Renacimiento, la llegada de los europeos a América, la Ilustración, la Revolución Industrial, la electricidad, el teléfono, el automóvil, el telégrafo, el ferrocarril, el avión, la radio, los antibióticos, la TV, los satélites. Y ni hablar de la internet, la inteligencia artificial y la revolución técnico-científica actual.
La experiencia humana muestra que a la postre son esas las revoluciones que de veras cuentan.
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