Revolucionariamente burgueses
Poco a poco saldrán a la luz nuevas imágenes de la ostentación convertida en vicio, a costa de la miseria de millones de personas
LA HABANA, Cuba.- La desvergüenza de los dirigentes castristas y sus familiares es expuesta una y otra vez en las redes sociales. Ya no hay presunción que valga, Las evidencias del aburguesamiento de la cúpula de poder tiene nombres y apellidos, fotos, vídeos e historias, inmunes a los desmentidos.
Lo que para muchos cubanos pudo ser una calumnia, un exagerado argumento o un chisme de esquina, es una realidad de la que solo sabemos una ínfima parte, en cuanto a pruebas documentales se refiere.
No hay que ser muy perspicaz para intuir que la proclamada pureza de la clase gobernante fue y es un chiste de mal gusto.
El enriquecimiento ilícito de los dirigentes castristas ha sido el denominador común desde que comenzó el secuestro de una nación bajo el estandarte de una revolución que trajo un puñado de beneficios y un aluvión de desgracias. Nada más lejos del éxito desde la perspectiva de una mayoría aplastante de cubanos que sobreviven a duras penas entre racionamientos, miedos y desilusiones.
Basta repasar las instantáneas del hijo de Manuel Marrero Cruz, el recién elegido Primer Ministro, disfrutando de las mieles del capitalismo, en los hoteles administrados por el emporio militar dentro de la Isla y allende los mares, en ese primer mundo tan denostado en los medios de prensa al servicio del partido.
No es el primero ni el último que saca a relucir sus prebendas, como descendiente de algunas de las familias de abolengo que todavía alaban el dogma marxista-leninista y la austeridad de Martí, el hombre que fue ejemplo de honradez, desprendimiento e hidalguía en la lucha contra el colonialismo español.
La lista quizás no sea muy amplia, pero sí suficiente para desmontar el mito de que en el socialismo no hay diferencia de clases ni dirigentes venales, mucho menos los que pertenecen a las máximas instancias del poder.
Poco a poco saldrán a la palestra nuevas imágenes de la ostentación convertida en un vicio, a costa de la miseria de millones de personas que apenas pueden comer tres veces al día, bañarse y dormir sin temor a que el techo le caiga encima.
Esos paisajes del derroche son grietas en el muro de la utopía. Una señal de que los tiempos soplan a favor de un cambio a partir de la total extinción de las reservas morales y éticas del modelo que traería prosperidad para todos, bajo un gobierno íntegro y competente.
Todo fue una ilusión mantenida con apasionados discursos, propaganda y puntuales medidas populistas, a la postre limitadas por una crisis económica endémica.
Vivir, literalmente, como millonarios por el mero hecho de estar en la jefatura de algún ministerio o ser miembro del Consejo de Estado o de Ministros no solo debería ser considerado un delito grave, sino que esa actitud constituye una burla a las generaciones que han soportado el rigor de la escasez y la falta de esperanza en un futuro mejor.
Nada mejor que Facebook y Twitter para quitarle las máscaras a esa caterva de seudo-revolucionarios, acostumbrados al lucro desmedido.
Son ladrones, y como tales merecen el repudio y la exposición de sus tropelías por todas las vías posibles.
A falta de tribunales imparciales y jueces independientes, el ciberespacio nos brinda la oportunidad de una sentencia moral.
Su inocencia está descartada. Algún día explicarán de qué forma lograron amasar sus fortunas.
La corrupción ha sido parte indivisible del castrismo. También la mediocridad y la desfachatez de los cuadros políticos. Lentamente se autodestruye con el mismo veneno que esparció desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí.
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