El gran pecado de Clandestinos fue un acierto
Clandestinos logró que la celebración por los 61 terminara como “la fiesta del Guatao”, incluida esa retórica “guapetosa” de moda entre los oficialistas
LA HABANA, Cuba. – Podemos estar o no de acuerdo con sus acciones pero ese grupo que se hace llamar Clandestinos le ha estremecido el piso a unos cuantos dentro y fuera de Cuba. Ha traído una vez más a debate las disímiles maneras de honrar a Martí que tenemos los cubanos, que para nada deben regirse por esos patrones tan estrechos y manipuladores que intentan establecer algunos, ya sea desde la oposición o el poder.
Más allá de cualquier posición que decidamos tomar con respecto a si es válida o no la idea de arrojar pintura roja sobre los bustos, si ha sido una protesta, un gesto simbólico acertado o fallido, una afrenta, un grito de desesperación, una ingenuidad o un mero vandalismo, para ser justos deberíamos aceptar que el hecho ha logrado poner nerviosos a unos cuantos, sobre todo porque ha tomado por sorpresa a quienes creen tener las cosas bajo control.
Ese pasmo también incluye a quienes se creen los “administradores” de toda acción opositora, de modo que cualquier grupo que decida actuar por su cuenta los descoloca, los irrita. Este es el punto en que el régimen comunista y sus más “tradicionales opuestos” se dan la mano y hasta se besan en la boca. Lo vimos hace ya unos meses durante la toma, absolutamente espontánea, del Paseo del Prado por esa parte de la comunidad LGBTI+ que no desea ser “administrada”, entiéndase, supervisada por los mismos que alguna vez los tacharon de “raros”.
No creo que, como han dicho algunos, la acción de Clandestinos le haya venido como anillo al dedo a unos cuantos. Lo que sucede es que estos y aquellos ahora intentan salvar el mal rato, el sofocón, aprovechando lo que pudiera serles útil en sus decadencias.
Al gobierno cubano no le gusta jugar esa carta. Menos por estas fechas y en medio de acontecimientos graves por los que transita, y por otros que pudieran avecinarse, incluida la desaparición física de los últimos ejemplares de la llamada “Generación histórica”.
No me imagino al Partido Comunista sellando unos festejos ‒en los cuales se roba, escamotea, la usual alegría popular de diciembre‒, con este escandalillo que poco bien le haría, más cuando en su discurso desconoce cualquier signo de descontento o desacuerdo, incluso de fractura.
Son fechas en que darían lo que no tienen por proyectar a la opinión pública la imagen de una Cuba donde todo es paz y tranquilidad cuando lo cierto es que bajo nuestros pies hay un volcán que despierta.
Clandestinos logró que la celebración por los 61 terminara como “la fiesta del Guatao”, incluida esa retórica “guapetosa” de moda entre los oficialistas, clara señal de que los recursos de “encantador de serpientes” (entiéndase “manipulador de masas”) se agotan, más para con esas generaciones de jóvenes que han encontrado espacio en la independencia, la autonomía, incluso la clandestinidad y el anonimato.
Pero Clandestinos en todo caso tendría que ser visto más como resquebrajamiento, grieta en una misma pared, que como oposición.
Fijémonos que su marca o firma son los rostros de esos personajes protagónicos de una película de Fernando Pérez sobre los grupos de acción y sabotaje (hoy se ganarían el nombre de “terroristas”) anteriores a 1959. Los mismos que más tarde tomaron el poder y que usaron a José Martí como “autor intelectual”. No es solo un guiño. Hay varias interpretaciones en esa apropiación.
Manchar los bustos con algo similar a la sangre puede tener decenas de lecturas pero sin dudas está aludiendo a una ruptura generacional (“Generación del Centenario” se autodenominaron los miembros del movimiento 26 de Julio) en esa “continuidad” que no pasa de ser ilusoria, irreal, artificiosa y hasta forzada, impuesta.
El gesto de los bustos manchados en última instancia logra desplazar el debate actual hacia ese tema tan espinoso sobre cuán coherente, discontinuo, divagante o desleal con su propio discurso ha sido ese otro “grupo clandestino” que llegó al poder hace 61 años.
No por azar ha sido la figura de José Martí la que escogiera otro grupo de jóvenes para protestar cuando la conexión a internet en las zonas wifi de ETECSA costaba 2 dólares la hora, es decir, más de lo que gana un trabajador estatal en una jornada. Ahí también se nos remitía a esa discursividad del poder político plena de incoherencias, contradicciones, deslealtades y oportunismos.
Fue también la imagen de José Martí y la frase de “Perdono pero nunca olvido” las que empleó cierto joven artista plástico cuando comenzó el diálogo de acercamiento entre Obama y Raúl Castro. Una acción por la cual el régimen rabió, a pesar de estar a tono con ese “antimperialismo” que proclamara antes de tomar el poder. Las consecuencias: el joven artista fue tratado como vándalo y sufrió el acoso policial.
El gran pecado de Clandestinos no ha sido arrojar tinta roja sobre algún que otro busto de José Martí, de esos que yacen abandonados y a oscuras en cualquier esquina de nuestros barrios. Su demonización es solo consecuencia de lanzar una piedra sobre el tejado de vidrio, colocar el dedo en la llaga, o como le gusta definir a cierto amigo cuando habla de estas acciones que tanta bronca provocan en cualquiera de los bandos: identificar una grieta, colarse dentro y hacerla estallar.
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