Elías Amor Bravo, economista
Marrero ha hablado como primer ministro ofreciendo una imagen bastante ajustada de los tiempos que corren en Cuba. No es el reclamo de “sangre sudor y lágimas” de Churchill, pero se acerca bastante. Granma da buena cuenta de las mismas. Reconocer públicamente como “asunto de seguridad nacional el auto abastecimiento alimentario” obliga a realizar una reflexión sobre lo que esto quiere decir, para situarlo después en la perspectiva del régimen cubano.
Marrero ha defendido como un gran objetivo de su gobierno “garantizar 30 libras mensuales de viandas y hortalizas a cada compatriota, y de ellas alcanzamos 20 en 2019”, y “a cada cubano 5 kilogramos de proteína animal mensualmente, y el año pasado solo alcanzamos 200 gramos”. ¿Es esta la seguridad nacional basada en el auto abastecimiento? Increíble.
Una isla de suelo fértil que antes de 1959 contaba con una agricultura altamente productiva, de varias cosechas al año, enseñoreada por un potente y competitivo sector azucarero, se aproxima a un escenario, como el definido por Marrero, que tiene mucho que ver con los cambios acaecidos en los últimos 61 años. Por cierto, de los que Marrero es heredero, por cuanto pertenece al mismo partido y organización política responsable del desconcierto.
El régimen castrista tiene en la alimentación y, en concreto, la agricultura, el fracaso más relevante de los muchos acumulados en este largo período de infructuosa existencia. Destruyó con una serie de normas confiscatorias un tejido productivo organizado, rentable y que daba de comer a toda la población, para llegar a una situación como la actual. Desde los tiempos de Fidel Castro, se hizo todo tipo de experimentos, muchos de ellos con un elevado coste económico, y la mayoría, por no decir, todos, resultaron un fracaso absoluto; a los resultados me remito.
Y después, Raúl Castro quiso hacer lo mismo, e implementar algunas reformas en las formas de producción, pero se quedó muy lejos de lo que se tiene que hacer. Por medio, iniciativas como estas de los “huertos urbanos”, a las que hace referencia Marrero en su discurso, son un ejemplo más que evidente de que nadie quiere resolver en Cuba el grave problema alimentario que existe.
La realidad es que ninguna de las ideas que se han llevado a la práctica han querido abordar la problemática que afecta a la agricultura cubana, al igual que al resto de sectores: me refiero, en este caso, a los derechos de propiedad de la tierra. Muy fácil. Si se pretende que la agricultura cubana supere su atraso secular y empiece a dar de comer a toda la población, como antes de 1959, hay que devolver la propiedad de la tierra a sus verdaderos dueños.
El estado no puede actuar como arrendador de tierras de su propiedad. Esta modalidad impide al agricultor apropiarse del excedente generado con su esfuerzo, y motivarlo a invertir más, trabajo, tiempo, esfuerzo, en aumentar la dimensión de sus parcelas y alcanzar las economías de escala. No me canso de repetirlo. Vietnam comunista, igual que Cuba, antes de las reformas del Doi Moi experimentaba periódicamente graves hambrunas. Qué decidieron hacer con el Doi Moi? Muy sencillo. Crear un mercado privado de tierras.
Diez años después, Vietnam no solo produce arroz para alimentar con creces a sus millones de habitantes, sino que ha pasado a ser el primer exportador de este producto en Asia, superando a China. El éxito económico depende de los derechos de propiedad y que la tierra sea para quien la trabaja. No existe modelo alternativo. Los ensayos comunistas, de los tiempos de Stalin y Mao, no sirven para nada, solo crean hambre y pobreza. El ejemplo de Cuba en 2020 es paradigmático.
Y vuelvo con Marrero y su discurso ante los representantes de los “huertos urbanos”. ¿De verdad alguien puede pensar que esta fórmula va a garantizar la seguridad nacional de abastecimiento agropecuario? Desde 2009, cuando se propuso en un intento de atajar brotes de economía informal que permitían a muchas personas superar las dificultades alimentarias, algunos proyectos empezaron a funcionar, sobre todo alrededor de las grandes capitales. Y como la pregunta es la misma siempre ¿Por qué estos modelos no han resuelto el problema? La respuesta tampoco difiere demasiado: Porque estas estructuras productivas impiden alcanzar escalas técnicas eficientes, lo que no favorece maximizar la productividad.
Lo que se produce en estos “huertos” sirve para dar de comer a dos manzanas de población, los primeros consumidores que llegan y se lo llevan todo. Ni se produce para el gran mercado, ni tampoco se está en condiciones de ello. Precisamente porque esta fórmula va en contra de esos objetivos. En los países avanzados, donde existen estos huertos urbanos, su finalidad es servir de entretenimiento a personas ya jubiladas o incluso, en algunos lugares, luchar contra el deterioro del paisaje de las zonas metropolitanas industriales, que se embellecen por el verdor de las huertas. Pero a nadie en su sano juicio se le ocurre atribuir a los “huertos urbanos” el papel de asegurar el anto abastecimiento agropecuario alguno.
Si Marrero piensa que con esta fórmula va a reducir en alguna medida los 1.650 millones de dólares de importaciones en alimentos que realiza Cuba por su agricultura improductiva, anda listo. Por mucho que se desarrollen programas como este, y extiendan sus estructuras productivas por todo el territorio nacional, no van a conseguir nada. Con diez metros cuadrados de parcela por habitante para el próximo año lo único que se puede hacer es cultivar margaritas para floreros. Y poco más. De hecho, las 8.320 hectáreas de cultivo en huertos urbanos apenas representan el 0,3% de las 2,7 millones de hectáreas cultivadas en todo el país. Por lo tanto, más pequeño, inexistente.
No hay razón alguna para defender los “huertos urbanos” en Cuba y dar la relevancia que Marrero les otorga, por el mero hecho de haber sido creados por Raúl Castro. Fidel se equivocó con la chiva, y Raúl se apunta otro fracaso con los “huertos” de marras. Ni producen suficiente, ni ahorran costes, ni son sostenibles, ni dan empleo de calidad y mucho menos generan rentas suficientes para vivir de ellos. Se trata, ni más ni menos, de actividades marginales de utilidad limitada, salvo para sus titulares, y eso ya de por si las podría justificar. Pero que desde el gobierno cubano no se puede engañar a la gente diciendo que estos huertos son la solución para la seguridad alimentaria, y cosas así, porque eso dice muy poco de quién habla.
A la agricultura urbana no se le pueden pedir peras, lo mismo que al olmo. Insisto, no se van a lograr objetivos agrícolas y de proteínas para la población “incrementando las áreas productivas, desde el patio, el huerto, los organopónicos gigantes y la agricultura suburbana, hasta los grandes polos productivos” como dice Marrero. Los problemas pueden ser mucho mayores que las soluciones, de seguir así. Responsables: el gobierno, los consejos populares y las granjas urbanas municipales, y todos los organismos del régimen que autorizan y participan en estos huertos urbanos. Sus efectos sobre la población pueden ser muy graves en términos de salud pública, y todo ello sin resolver la alimentación. Los cubanos deben saber que otra política económica es posible.
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