Las noticias aterradoras que informan sobre las miles de víctimas a causa del mortal virus de Wuhan (ciudad china desde donde comenzó su propagación), más conocido como Coronavirus, tiene al pueblo cubano sumido en una incertidumbre esquizofrénica.
El acostumbrado y sistemático ocultamiento de estadísticas sobre problemas de salud, por parte del régimen cubano, es uno de los mayores factores de riesgo para la vida en Cuba. Ya pasamos por esa experiencia en cada una de las ocasiones en que hemos sido afectados por las epidemias de dengue y los casos de cólera.
La sanidad ambiental, herida de muerte por la acumulación de escombros y basura en las calles, los constantes derrames y depósitos viciosos de aguas albañales, el descuido continuado con las medidas de higiene en los centros de elaboración y venta de alimentos ligeros, la falta persistente de medicamentos, el deterioro de los recursos hospitalarios y de asistencia médica efectiva, y la escasez en el servicio de agua potable son el caldo de cultivo por excelencia para la propagación de cualquier agente bacteriológico.
Pero una cosa es cierta, el cubano tiene fe. Cree en un ser supremo todopoderoso que “aprieta, pero no ahoga”. De otro modo le resulta muy complicado y difícil entender cómo sigue vivo.
El cubano tiene una forma muy peculiar de creer en Dios. Un Dios que, por otra parte, es también muy peculiar. Para la mayoría, es una combinación donde se mezclan atropelladamente deidades paganas de múltiples sacerdocios que pueden variar su uso según las urgencias que demanden sus necesidades.
¡Que Dios tenga piedad de nosotros!, ¡Que Dios nos coja confesados! son algunas de las versiones de una de las expresiones más socorrida entre la población cubana, aquella de: ¡Que Dios nos ampare!
Esperemos que ese Dios, del que a veces sólo nos acordamos cuando llueve, o cuando la cólera implacable de los fenómenos naturales cae sobre nosotros, nos siga amparando con su misericordia infinita, porque de muertes y calamidades ya tenemos bastante con las que nos sitúan entre los países más subdesarrollados del planeta.
Por Ernesto Aquino
Artículo de La Nueva República
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