Cárceles cubanas en tiempos de coronavirus
¿Cómo enfrentar la pandemia en celdas y espacios reducidos, donde los presos se encuentran en el mayor hacinamiento posible?
LA HABANA, Cuba. – Ahora que la curva de contagios por coronavirus alcanzó su pico en Cuba —según las autoridades sanitarias— y que los medios de comunicación menudean los consejos y comentarios sobre la conducta responsable que la población debe tener ante el brote, no he podido evitar que mis pensamientos se dirijan a los más infortunados: los reclusos.
Ante todo, pienso en mi colega por partida doble —por ser abogado y periodista independiente— Roberto de Jesús Quiñones Haces. También en el líder opositor oriental José Daniel Ferrer. Y en toda la larga relación de cautivos políticos y de conciencia generados por el régimen dictatorial implantado en Cuba por el castrismo.
Pero no sólo en ellos. Como se sabe, entre otros logros del régimen castrista, está la increíble multiplicación del número de presos. Si antes de la Revolución no pasaban de cuatro mil, hoy ese número se ha multiplicado por más de 20. La Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional señala que, en lugar de las 14 cárceles de antaño, hoy son varios centenares los centros de diverso tipo en los que se mantiene encerradas a personas.
En esas sucursales del infierno imperan la promiscuidad y el hacinamiento. Las escenas que vemos en películas extranjeras, de celdas que alojan a un solo recluso (o hasta cuatro, a lo sumo), son sólo eso: imágenes exóticas de una realidad que resulta inconcebible en nuestra desdichada Cuba de hoy.
Cabe aclarar que no siempre ha sido así: en la tercera década del Siglo XX, bajo el gobierno de Gerardo Machado, se erigió en Isla de Pinos el llamado Presidio Modelo. Pese a la propaganda negra que han tejido sobre él los agitadores comunistas, la institución bien merecía su nombre: allí, por primera vez en Cuba, se implantó el aislamiento celular nocturno.
¡No en balde los castristas, utilizando no sé qué pretextos, han desmantelado la instalación, que no sirve para otra cosa! Al lado de las innumerables cárceles construidas por ellos, en las que en cada destacamento hay un montón de literas (a veces, hasta decenas de ellas) para tres reclusos, el Presidio Modelo representa un “mal ejemplo”.
Y es justamente en esos sitios vitandos, donde a menudo la distancia entre uno y otro cautivo es de apenas un par de cuartas, que la amenaza del coronavirus despierta justificadas prevenciones. ¿Cómo enfrentar la pandemia en esos espacios reducidos, donde los presos se encuentran en el mayor hacinamiento que cabe concebir?
Las recomendaciones sanitarias indican que se evite la presencia de otras personas a menos de un metro y medio; pero pensar en lograr esto en una cárcel cubana de hoy es una quimera. Se aconseja el frecuente lavado de manos con jabón y agua corriente; esta última no abunda en esos sitios, y el primero escasea. ¡Y qué decir del uso de alcohol de elevada graduación, cloro o agua oxigenada!
Hasta el momento, el régimen castrista, ante cada sugerencia o crítica formulada por los ciudadanos y que se aparte siquiera un ápice de la política oficial, ha adoptado una respuesta standard. De inicio, se descalifica al autor del comentario, a quien se llega a calificar de “mercenario”. Más adelante, se adoptan en todo o en parte las recomendaciones.
Así sucedió con la entrada de turistas extranjeros, que al principio se aceptó con absoluta irresponsabilidad, pero después se interrumpió. También con las clases, que primero se mantuvieron y sólo más tarde (cuando el pueblo dejó de mandar a los muchachos a la escuela) se suspendieron. O con las demandas de rebajas de las tarifas hechas al monopolio de las telecomunicaciones ETECSA, condenadas en un inicio de modo tajante, y aceptadas más tarde, aunque en una pequeñísima parte y con notable tacañería.
En Cuba, la tragedia del coronavirus está apenas comenzando. Al enterarnos de las situaciones sobrecogedoras que ahora mismo viven Italia o España, debemos pensar que las desgracias en nuestra Patria apenas comienzan. Creo que, ante el actual escenario, es justo que los seres queridos de los reclusos se preocupen por la situación de sus deudos privados de libertad, y que exterioricen esa inquietud.
Por supuesto que no estoy pensando en una soltura general del personal carcelario. Es cierto que muchos de sus integrantes son individuos de alta peligrosidad, que han incidido en conductas que son sancionadas con severidad no sólo en Cuba, sino en cualquier otro país.
Pero las posibilidades —y aun la necesidad— de reducir la población carcelaria sí existen. Muchos reclusos han rebasado con creces el porcentaje de la sanción que es menester extinguir para recibir beneficios como el de la libertad condicional u otros análogos. ¿Por qué no se les excarcela?
Lo anterior, que es una verdad aplicable al conjunto de todos los reclusos, se hace aún más evidente en casos emblemáticos de cautivos políticos que, para empezar, ni siquiera debieron haber sido privados de libertad.
Aquí retorno al inicio de este trabajo periodístico y vuelvo a referirme al preso de conciencia Roberto de Jesús Quiñones Haces. Se trata de un hombre de la tercera edad y con serios padecimientos de salud (y que, por ende, presenta mayor vulnerabilidad a las modalidades más severas de la enfermedad). Cuando fue juzgado, carecía de antecedentes penales. Ha extinguido más de la mitad de la sanción que se le impuso (la cual, por cierto, originalmente era no de privación de libertad, sino de trabajo correccional).
Circunstancias como ésas, hacen aconsejable que se le dé un tratamiento diferenciado; que se le conceda de inmediato la libertad condicional. Pero esa justa petición es aplicable también a los restantes presos políticos y a los presos comunes que cumplan los requisitos correspondientes.
Por eso es correcto que los seres queridos de los actuales inquilinos del “Archipiélago DGP” (Dirección General de Prisiones), reclamen del gobierno cubano un urgente reexamen de todos los casos que llenen los requisitos para ser puestos en libertad. Y que las medidas correspondientes se tomen de inmediato, antes que las cárceles y otros centros penitenciarios del país puedan ser transformados por el coronavirus en campos de exterminio.
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