¿Presagios del cambio en Cuba?
La reciente manifestación en Santa Clara y la liberación de un activista prodemocrático despiertan esperanzas
LA HABANA, Cuba. – En tiempos recientes hemos recibido noticias harto favorables para el movimiento por el verdadero cambio en Cuba. El jueves contemplamos la manifestación de los pequeños emprendedores santaclareños. En la madrugada del sábado, se conoció la excarcelación del artista contestatario y activista prodemocrático Luis Manuel Otero Alcántara.
De la admirable protesta de los cuentapropistas de la villa de Leoncio Vidal y Marta Abreu (¡no la de Ernesto Guevara!) sólo cabe deplorar que no se sumaran más espectadores, y esto pese a las invitaciones al respecto que hacían los manifestantes. Aparte de esto, es la ausencia de represión contra los participantes en el desfile lo que más llama la atención.
Y conste que esto último no fue por falta de medios para ello. Un lugareño prominente —el sicólogo y líder del Foro Antitotalitario Unido (FANTU) Guillermo Fariñas— me aclara que el cuartel de los “boinas negras” en Santa Clara radica a apenas una cuadra de la sede del gobierno provincial, el primer lugar al que se dirigieron los manifestantes. Pero al iniciarse los hechos, ese cuerpo represivo de elite fue movilizado con rumbo desconocido.
Con motivo de la combativa marcha también fue desplegada la policía. Pero a los numerosos efectivos de ésta se les dio la orden de no acercarse a la manifestación, sino desplazarse por calles paralelas a la que ella seguía. Aunque es un hecho cierto que quienes protestaban no proclamaron ni una sola consigna política, también es verdad que, en otros tiempos, por mucho menos que eso se hubiera arremetido contra ellos.
Pienso que esa “moderación” del régimen pudiera ser indicativa de un próximo inicio de cambios positivos en el sistema imperante en Cuba. ¡Ojalá! Lo mismo pudiera decirse de la rectificación realizada en el caso de Otero. (Aunque en los de Roberto Quiñones, José Daniel Ferrer y otros, no ha habido hasta el momento mejora sustancial alguna).
La inminencia de cambios importantes en la Isla no debería ser noticia. ¡Lo insólito es que no los haya habido durante tantos años! Las condiciones objetivas para ello existen desde hace tiempo, y con cada semana que pasa se hacen más evidentes. Lo que empezó como una crisis, se transformó ya en un desastre y con cada día que pasa adquiere más características de una verdadera catástrofe.
Pese a los anuncios oficiales de modestos incrementos en el producto interno (hipotética mejoría que nadie ve), la economía involuciona a ojos vista. Los estancamientos —e incluso los retrocesos— productivos se publicitan de manera constante. El país ha caído en un estado de humillante postración.
Para justificarlo, se invoca —cada vez más— el embargo de los Estados Unidos (al que la propaganda comunista prefiere llamar “bloqueo”). Es cierto que, en tiempos recientes, el actual gobierno de Donald Trump ha asestado recias estocadas al de La Habana. Pero también es verdad que las causas del fracaso castrista son internas: El sistema actual de Cuba, impuesto y mantenido a ultranza, es sencillamente inviable.
Pese a ello, los dirigentes del “Palacio de la Revolución”, como nuevos émulos del profesor Pangloss, actúan como si todo fuese para lo mejor en el mejor de los mundos posible. Las recetas aplicadas durante años sin efecto positivo alguno, son recicladas y repetidas, como si se tratase de la única fórmula salvadora.
Hay que ver al doctor Machado Ventura —laborioso y aburrido— recorriendo casi a diario diversas empresas del país. Cambian las caras y las barrigas —a menudo prominentes— de sus interlocutores, pero el discurso oficinesco de la jefatura, que se encarga de repetir el médico convertido en dirigente político, es siempre el mismo.
Como si se tratase de un derviche girovagante, que, guiado por sus ideas religiosas, da vueltas sin cesar durante horas seguidas, así también el doctor repite una y otra vez: “Hay que trabajar más”, “tenemos que ser más organizados”, “es necesario que el Partido controle”, “debemos utilizar mejor los recursos”, “necesitamos producir para la exportación”…
Mientras tanto, el país se cae literalmente a pedazos. Pero la propaganda oficialista parece no darse cuenta. Quienes sí se percatan de ello son los hombres y mujeres de carne y hueso, incluso los enquistados en el aparato del Estado-Partido.
Siempre he creído en el papel que a los mismos comunistas les corresponde desempeñar en el proceso de desmontaje del nefasto aparato de control totalitario ligado a su nombre. Aunque muchos demócratas sinceros rechacen esa idea, la historia nos enseña que, en la feliz desaparición del sistema bolchevique en media Europa, a los propios comunistas les correspondió desempeñar un papel de primer orden.
Me refiero —desde luego— no a los inmovilistas a ultranza (que siempre hay), sino a los que llegan a convencerse de la inoperancia del sistema y actúan para cambiarlo. Cuba, con la desastrosa situación que hoy mismo tiene, y con perspectivas reales de que ésta se deteriore aún más en el corto plazo, no tiene por qué ser una excepción.
Es cierto que el de nuestro país no es un sistema comunista en estado puro. Durante decenios en él no faltaron elementos que se encontraban en las más rancias dictaduras militares latinoamericanas. Al ahora difunto fundador de la dinastía le tenían terror sus mismos seguidores. ¡Razones para ello tenían de sobra! ¡Ahí está el ejemplo del general Ochoa y sus compañeros de infortunio para demostrarlo!
Al hermano menor no. A éste podrán tenerle miedo y respeto, pero no terror. Y como él se ha empeñado en no iniciar los cambios que el país pide a gritos, la lógica indica que éstos tendrán que producirse por otra vía.
En Polonia, años atrás, el final del reinado de Wladyslaw Gomulka se inició cuando un modesto secretario provincial del Partido, el casi desconocido Edward Gierek, tomó la palabra para plantear que, si no se rectificaba el curso, él no podría garantizar el mantenimiento del orden en su provincia.
Si otros se hubiesen opuesto a esos planteamientos, la conversión de Gierek en no-persona habría estado garantizada. Pero sucedió lo contrario. El momento oportuno ya había llegado, y los restantes dirigentes locales lo que hicieron fue sumarse a lo planteado por quien, desde aquel momento, se perfiló como nuevo jefe máximo del bolchevismo polaco. Fue Gomulka el removido de su cargo.
¿Quién sabe lo que ahora mismo esté sucediendo en la “vida interna” del Partido Comunista de Cuba? No podemos saberlo. Lo que sí conocemos es que eventos como la manifestación de Santa Clara constituyen una oportunidad dorada para que, en el seno de esa tenebrosa entidad, se plantee la necesidad de hacer enfoques novedosos de los innumerables problemas que enfrenta en estos momentos nuestro atribulado país.
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