Se necesita más que leyes para higienizar La Habana
Hace muchísimo tiempo que La Habana dejó de ser la bella ciudad que cautivaba no sólo a los cubanos, sino también a los miles de visitantes de todas partes del mundo
LA HABANA, Cuba. – Hace muchos años que La Habana dejó de ser la bella ciudad que cautivaba no sólo a los cubanos, sino también a los miles de visitantes de todas partes del mundo que quedaban prendados de su belleza. Alejandro de Humboldt –llamado el segundo descubridor de Cuba– la describió como “la más alegre, pintoresca y encantadora de las ciudades”.
Con frecuencia los ciudadanos comentan que en la destrucción de la capital ha incidido el exceso de población de otras provincias. Sin embargo, Dora, una vecina, no comparte esa opinión. Para ella, si bien la mala política migratoria gubernamental ha obligado a esas personas a establecerse en barrios marginales, el factor determinante en el gran deterioro y la suciedad es el abandono del gobierno. Otros, como Ramón León, afirman que a pesar de la superpoblación, con una política migratoria inclusiva los cubanos de otras provincias no se sentirían rechazados, sino que se integrarían más a la comunidad. Y para ejemplificar su hipótesis de que el rechazo está institucionalizado desde hace años, me recuerda aquella canción de Juan Formell, “La Habana no aguanta más”, que no solo no fue censurada, sino que para él fue hecha por encargo.
En efecto, aunque La Habana es la capital de Cuba, hace muchos años –bajo el gobierno socialista– que dejó de ser, como dice el slogan, la capital de todos los cubanos, ya que no se les permite a ciudadanos de otras provincias establecer libremente su residencia en ella. Sin embargo, a pesar de esa prohibición, habita aquí alrededor de medio millón de personas que el gobierno clasifica como “población flotante”. La gran mayoría procede de las provincias orientales, aunque los hay de todo el país. Como esos “indocumentados” no pueden cambiar su dirección en su carnet de identidad, cuando por cualquier incidente las autoridades los detectan son enviados a sus provincias de origen. Esas arbitrariedades los han obligado a establecerse en la periferia de la ciudad y agruparse en los barrios marginales. Según datos oficiales, existen alrededor de 20 644 viviendas en barrios insalubres, algo a lo que deberá darle solución el gobierno, pues, si se pretende embellecer La Habana, ese medio millón de cubanos que viven en condiciones infrahumanas no pueden ser ignorados.
Con vistas a celebrar los quinientos años de la fundación de la ciudad el gobierno emprendió una serie de restauraciones en objetivos económicos, aunque casi exclusivamente en la Habana visible y en cantidades insignificantes con relación a décadas de abandono. Al mismo tiempo, la celebración transcurrió en medio del caos provocado por las carencias habitacionales, los salideros, la suciedad, las calles convertidas en caminos vecinales, el recuerdo de las aceras, la pestilencia de la basura en cualquier esquina, la proliferación de vectores y la contaminación sonora como muestras de un sistema totalitario inepto.
Después de muchos años, y gracias a las donaciones de Japón, Austria y China, se puede contar con los recursos necesarios para recoger diariamente la basura (indiscutiblemente un gran avance para lograr una ciudad “más limpia”). Asimismo el gobierno ha dispuesto otras medidas organizativas que, de cumplirse, mejorarían la higiene y el ornato de la ciudad, y que ha dado en llamar movimiento popular “Por una Habana más bella, limpia y saludable”. Sin embargo, siempre existieron regulaciones para preservar la limpieza, solo que no se aplicaban por indolencia gubernamental, aunque sabemos que se necesitan mucho más que leyes para embellecer nuestra capital.
A algunas personas les parece exagerado el aumento de las multas de cinco a 150 o 300 pesos por arrojar un papel o cualquier desperdicio a la vía pública. Otros, por el contrario, opinan que para que la gente tome conciencia deberían ser aún mayores, amén de que es necesario situar en todas las calles y avenidas papeleras, cestos o depósitos, así como destinar barrenderos a todos los barrios capitalinos, no sólo a los “favorecidos”.
En esas nuevas regulaciones también se contempla que están obligados a pedir permiso y restablecer los espacios afectados a su estado natural quienes realicen acciones que dañen el pavimento, las aceras, los jardines u obstaculicen la vía, o de lo contrario serán multados con 2500 pesos. Cabría preguntarnos: ¿acaso las nuevas medidas contemplan reparar todas las aceras destruidas por comunales? También Aguas de La Habana tiene en su haber una buena cantidad de huecos y salideros por arreglar en toda la urbe. Hay numerosas personas en el mismo caso de Alejandro, un vecino: la pala que utilizan los empleados de Servicios Comunales para recoger la basura le abrió un hueco en la acera y perforó hasta los cimientos de su casa.
Y es que el movimiento popular convocado por el gobierno podría ser un buen comienzo, pero para lograr su éxito queda aún mucho por hacer.
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