Cuba: la pandemia avanza y los ladrones se multiplican
En plena crisis, Cuba ha resultado un verdadero reservorio de indecencia, amoralidad y felonía, a pesar de honrosas excepciones
LA HABANA, Cuba. – El Noticiero de la Televisión Cubana hizo público anoche, en su emisión estelar, un reportaje sobre un caso de malversación en uno de los Centros de Atención a la Familia, ubicado en el barrio de Jesús María. Con el tono rebuscado e infantiloide que caracteriza a esos pasajes en que la justicia revolucionaria triunfa sobre los malhechores, transcurrieron minutos insufribles en los que hubo espacio para todo, menos para la “rectificación”.
Ante el micrófono de un periodista subvencionado que flipaba por la cobertura in situ, los delincuentes admitieron el repudiable hecho sin dejar traslucir el menor remordimiento. O bien los tipos son maleantes consumados que terminaron en puestos administrativos gracias a las fisuras del sistema y la corrupción imperante en los establecimientos de comercio; o aquello fue un paripé concebido para lavar la imagen pública de la Policía Nacional Revolucionaria en medio del actual escándalo por la presunta violación de dos menores a manos de uniformados.
Con las manos en la cintura, como si su confesión no fuera a costarle varios años en prisión, el administrador corrupto aceptó su culpa. Todos los que vieron el noticiero en mi vecindario salieron enseguida a comentar el extraño reportaje y el desparpajo del sujeto; porque los cubanos saben que casi todo el mundo roba, pero nadie es tan loco para reconocerlo en cámara así, con tremenda cara de palo.
El coronavirus ha destapado la cantidad de ladrones acomodados en todos los niveles de la administración estatal. Corre el rumor de que al director del hospital Calixto García se lo llevaron preso hace unos días por robo de combustible. Apenas iniciado el mes de abril un grupo de empleados de los Almacenes ENSUME, en complicidad con choferes de Salud Pública, robaron insumos médicos con el objetivo de venderlos en el mercado negro. En Las Tunas un piquete de guajiros desvió un cargamento de viandas para ponerlo a disposición de los cuentapropistas, y una bodeguera de Camajuaní fue sancionada a un año de cárcel por sustraer 280 libras de papa.
La lista sería tan extensa como el Código Penal que los fiscales han desempolvado para castigar a los maleantes que no entienden que es momento de parar, que es imposible para los jefes hacer la vista gorda ante esos pellizcos a la economía, diminutos en comparación con la tajada que se llevan ellos. Ahora mismo hay que mantener un perfil bajo porque Díaz-Canel anda muy estresado con la pandemia y quiere meter preso a todo el mundo. Ya vendrán tiempos mejores para seguir robando.
La aburrida prensa oficialista se ha llenado de estos escándalos que a nadie sorprenden, porque siguen ocurriendo en cualquier establecimiento que forme parte de la empresa estatal socialista. La única razón por la que ahora salen a la luz es debido a la urgencia de dar un escarmiento a esos atrevidos que en lugar de robarse 20 o 30 artículos, quieren sacarlos por miles de un solo viaje.
Cuba es un país de ladrones integrados, cederistas, caldoseros sin fondo cada 28 de septiembre, y entusiastas del primero de mayo. “Yo soy Fidel” es la contraseña que les permite llevar una vida de zánganos, instalados en el punto ciego del castrismo. Cualquier sospecha sobre sus prácticas ilícitas puede ser borrada con una oportuna consigna en un país donde el único delito imperdonable es hacer oposición política.
Dicen que al igual que los amigos, los pueblos muestran su valía en tiempos difíciles. Pues, en plena crisis, Cuba ha resultado un verdadero reservorio de indecencia, amoralidad y felonía a pesar de las honrosas excepciones, que no son tan pocas como para temer que la mierda nos trague en el futuro inmediato, ni suficientes para augurar un porvenir en algo parecido al ideal de nación que nos legaron nuestros padres fundadores.
Los buenos que se niegan a sucumbir ante la decadencia social son apenas lo justo para equilibrar los polos de una sociedad entregada al pillaje desde hace 61 años. El Hombre Nuevo puede ser un tipo entrado en canas con camisa de cuadros o bata blanca, que exhibe su carné del Partido y presume de grados científicos. También puede ser un chamaco holgazán que no sabe diferenciar un bosque tropical de un par de tenis. Los une su espontánea predisposición al delito, su carácter artero y desleal, su ruina como individuos.
La pandemia, lejos de sacar lo mejor de los ciudadanos, ha desatado un ardor compulsivo por acaparar, ya sea comprando o robando, con el propósito de equiparse en espera de lo peor de la crisis que todavía no llega. Ese hombre nuevo pergeñado por el delirio castroguevarista asegura que “la propiedad es de todos”; en especial de quien se la lleva a su casa para sus propios fines.
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