El Mariel y la jugada sucia de Fidel Castro
Aquellos que se fueron denigrados por las turbas castristas tendrían su desquite. El régimen depende desesperadamente de viajes, remesas y recargas
LA HABANA, Cuba.- Este 15 de abril se cumplen 40 años del inicio, en 1980, del éxodo del Mariel, luego de que Fidel Castro autorizara que cubanos radicados en los Estados Unidos pudieran venir en embarcaciones a ese puerto, al oeste de La Habana, a recoger a sus familiares y amigos que quisieran irse de Cuba.
La condición que les impuso el régimen a los que acudieron al Mariel fue que tenían que llevarse también en sus embarcaciones, además de a las personas que traían relacionadas en sus listas, a “antisociales”.
Estos “antisociales” serían no solo los asilados en la embajada de Perú en La Habana, que gradualmente iban regresando a sus casas con salvoconductos, sino también presos comunes, muchos de ellos peligrosos y con problemas mentales.
Fue el modo que halló Fidel Castro de salir del atolladero que le significaban, desde hacía once días, las casi 11 000 personas que habían irrumpido en la embajada de Perú en busca de asilo político tras su decisión, motivada por la soberbia, de retirar la custodia de la sede diplomática.
Y no solo eso. Castro, en una jugada maquiavélicamente sucia, trataba de hacer control de daños y reparar el golpe que supuso para la imagen del régimen, que supuestamente contaba con el apoyo de la mayoría de la población, los miles de cubanos desesperados por irse, muchos de los cuales, hasta ese momento, simulaban fidelidad y acatamiento.
Entonces, vaciando las cárceles de delincuentes y enviándolos a Miami, donde calculaba que crearían problemas, trató de convencer al mundo de que los que se oponían al régimen e intentaban escapar del paraíso revolucionario eran malhechores, rufianes, gente de baja catadura moral y pésima conducta social…La escoria, como los bautizó. “No los queremos, no los necesitamos, que se vayan”, bramaba.
También permitió que fueran embarcados por el Mariel expresidiarios con cartas de libertad y personas que estuvieran dispuestas a aceptar la humillación de presentarse a la policía y declarar que eran putas, chulos, maleantes u homosexuales (que, en aquella época, para los mandamases, era casi lo mismo).
Como si fuese poca la humillación y degradación Fidel Castro, al llamar al “pueblo revolucionario” a tomar las calles y mostrar su indignación en los llamados “mítines de repudio”, desató un carnaval de infamia y vileza contra los que se iban.
Bajo protección policial, las turbas, alentadas por el régimen, sitiaban en sus casas, insultaban, golpeaban, apedreaban y lanzaban huevos a las personas que esperaban la salida del país.
Por si no bastara con los mítines de repudio, en Mosquito, el sitio alambrado cercano al Mariel, donde esperaban para abordar las embarcaciones que los conducirían a la Florida, tenían que soportar los vejámenes de los guardias y los tormentos del hambre y la sed.
Curiosamente, la “indignación de las masas revolucionarias” se aplacó de repente, tal y como había empezado, por indicación de Fidel Castro, luego de que se produjeran varias muertes (al menos tres) durante estos pogroms de inspiración nazi-maoísta.
El puerto del Mariel fue cerrado a las embarcaciones provenientes de Estados Unidos a finales de septiembre de 1980, luego de negociaciones entre el régimen castrista y la administración Carter. Según cifras del Departamento de Inmigración y Extranjería del Ministerio del Interior, en los cinco meses que duró el puente marítimo, de abril a septiembre de 1980, más de 125 000 cubanos salieron hacia la Florida, superando varias veces la cantidad de 30 000 personas que salieron quince años antes, en 1965, durante el éxodo masivo de Camarioca.
Precedidos por la fama de indeseables que les dio el régimen castrista, reforzada por los maleantes sacados de las cárceles cubanas, y que volvieron a delinquir, los primeros tiempos de “los marielitos” (como se les denominó) en los Estados Unidos fueron difíciles. Pero, venciendo prejuicios e incomprensiones, trabajando duro, la mayoría logró abrirse paso. En solo unos años muchos de ellos, aprovechando las oportunidades que les fueron negadas en su patria, donde los consideraban lacras sociales, lograron convertirse en profesionales, artistas, pintores y escritores, como los de la llamada Generación del Mariel, de los cuales el más conocido es Reinaldo Arenas.
Aquellos que se fueron denigrados, apedreados y escupidos por las turbas castristas tendrían su desquite. Desde hace años y cada vez más el régimen, que proclamó despectivamente que no los necesitaba, depende desesperadamente de los viajes, las remesas y las recargas telefónicas que envían los exiliados a sus familiares en Cuba. Una demostración de que ellos triunfaron y de que el castrismo se hunde. Esa, no por noble y generosa, deja de ser una venganza.
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