En respuesta al ejercicio de pensamiento convocado por el presidente Miguel Díaz-Canel en los artículos anteriores me ocupé de tres grandes obstáculos a remover para sacar al país de la crisis en que se encuentra: la propiedad estatal en la agricultura, la ausencia de una clase media nacional y la existencia de la empresa de Acopio.
Transcurrido más de un mes, como era de esperar, no se ha dictado ninguna medida efectiva para revertir el estado calamitoso de la economía. Como más tarde o más temprano, el actual Gobierno o el que lo sustituya, tendrá que implementar cambios, en el presente trabajo abordo un cuarto tema, tan vital como los anteriores. Me refiero a la corrupción, un mal surgido en la Colonia y que caracterizó la esfera político-administrativa durante la República, con una magnitud tal que el fundador del Partido Ortodoxo, Eduardo Chibás, lo convirtió en consigna para emplearlo como arma política: “¡Vergüenza contra Dinero!”.
La pregunta es: ¿por qué un fenómeno restringido a la esfera político-administrativa se generalizó después de 1959 hasta conformar una forma de moral aceptada?
La respuesta está en la ola de expropiaciones que comenzó por las empresas extranjeras y no se detuvo hasta liquidar el último puesto de fritas y con los miles de dueños que velaban por la propiedad y la eficiencia. Desde ese momento, al poco valor del trabajo los cubanos respondieron con las actividades alternativas; a la imposibilidad de ser empresario con la vía “estaticular”; al desabastecimiento, con el robo al Estado; al cierre de todas las posibilidades, con el escape hacia otras partes del mundo.
Los bajos salarios, agudizados desde 1989 con la pérdida de las subvenciones soviéticas, el incremento de los precios, el desinterés por los resultados productivos, el desabastecimiento, y el descontrol en la gestión de los bienes públicos; son factores consustanciales al modelo totalitario que obligaron a vivir al margen de la Ley.
Resultado de esa política, las acciones ilegales se generalizaron y aceptaron socialmente como forma de conducta. Cada familia, de una u otra forma, convive con ellas y/o las comparte; una moral negativa útil para sobrevivir e inútil para edificar nada positivo. |
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