“¡Comandante en jefe, ordene!”: Cuando una burla dura sesenta años
¿Para qué sirve la FMC? La respuesta está en las palabras proféticas de Ruth Lewis: para continuar imponiendo las órdenes del régimen a la mujer cubana
MIAMI, Estados Unidos. – Fue Vilma Espín, fallecida esposa de Raúl Castro, quien primero convocó a miles de cubanas federadas a pronunciar la humillante consigna “¡Comandante en jefe, ordene!, que equivale a “Hágase de nosotras su voluntad”. Sin razonar lo que dicha obediencia significaba, Espín y las mujeres que con ella iniciaron la FMC convirtieron al narcisista guerrillero en omnipotente dios. Cuba no se ha recuperado aún de esa transfiguración.
El 1ro de enero de 1959 había en Cuba alrededor de 900 organizaciones independientes de mujeres, cada una ocupándose de sus objetivos e ideales cívicos, lo que hoy llamamos organizaciones no gubernamentales. Dichas entidades se formaron a lo largo y ancho del país durante los 56 años de República, cuando la población femenina era de entre dos y tres millones.
Para 1958, la población de Cuba era 6,48 millones de habitantes; la mitad eran mujeres. La sociedad civil incluía numerosas cámaras de comercio, coaliciones de negocios, entidades étnico-nacionales, asociaciones educativas, profesionales –de médicos, dentistas, ingenieros, arquitectos, abogados, maestros-, entidades religiosas, artísticas, culturales, caritativas, protectoras de la infancia, los ancianos, los minusválidos, los enfermos, de solidaridad gremial, de empoderamiento sindical, desarrollo rural y obrero, de estudio científico, económico y social, en fin, de todo, como en botica.
En las descripciones oficiales que da Cuba sobre la FMC, se dice que “la organización se originó como resultado de la fusión de todas las instituciones femeninas en Cuba, con Vilma Espín como presidenta”. Falso. De 1959 a 1960 no hubo tal fusión: lo que sucedió fue la anulación de las organizaciones de la sociedad civil existentes, consideradas pequeño-burguesas, que –pensaba la oficialidad- serían obstáculo a la colectivización de la sociedad e innecesarias ante las organizaciones de masa que se proyectaban como dueñas absolutas de los intereses de todo un pueblo.
El 23 de agosto de 1960, durante el discurso de clausura de la reunión fundacional de la Federación, Fidel Castro dijo:
“¡La Revolución cuenta con la mujer cubana! Y es tarea de la Federación organizar a la mujer cubana, preparar a la mujer cubana, ayudar a la mujer cubana en todos los órdenes: en el orden social, en el orden cultural; elevando su preparación a través de cursos, a través de publicaciones; poniéndola al tanto de todas las cuestiones que son de interés para la mujer…”.
El comandante no dijo nada de capacitar a las mujeres para asumir el poder político. Nada de empoderamiento económico femenino. Habló de preparar a las cubanas para cumplir con su deber patrio y propios de su sexo “en cuestiones que son de interés para la mujer”. Para seguir jugando a las casitas, pero revolucionariamente. Más adelante, en la clausura del Primer Congreso de la FMC, septiembre de 1963, reafirmó el papel secundario de las cubanas:
“¡Que las mujeres se sitúen en primera fila, en esta Revolución que tanto significa para la mujer cubana, que tanto significa para los hijos de las mujeres cubanas! ¡Mujeres cuyos hijos están en las escuelas, en los institutos tecnológicos, en las universidades; en las montañas recogiendo café; cuyos hijos están en unidades de combate, en divisiones de infantería, de artillería, como soldados del pueblo, de la patria; mujeres cuyos hijos y esposos están en los centros de trabajo impulsando la Revolución…!”.
En primera fila, sí, para hacer censos, poner vacunas, limpiar los barrios, hacer guardia contra el enemigo, organizar brigadas de trabajo voluntario, vigilar las actividades en cada barrio, la desatención de menores y ancianos, la problemática de las madres solteras. Mujer en el papel de esposa, madre y cuidadora, primera fila de trabajadoras no remuneradas, “promotoras voluntarias que desarrollan acciones de educación, salud y trabajo social para mejorar la calidad de vida”. Cabe preguntar: ¿la calidad de vida de quiénes?
El papel femenino quedó delineado desde el logo mismo de la Federación: mujer con boina, uniformada, fusil al hombro y bebé en brazos. Productora y reproductora. Bien lo dijeron los sociólogos norteamericanos Oscar y Ruth Lewis en su libro Cuatro mujeres (1977): “La Federación no es una organización que represente y eleve la voz de las mujeres ante el gobierno; más bien es la voz del gobierno impartiendo órdenes a las cubanas para que hagan lo que el gobierno quiere y necesita”. Contrario a toda especulación sobre la FMC, esta organización no es ni remotamente una organización feminista.
Lejos de liberar el tiempo de la mujer para que lo empleara en su desarrollo según le viniera en gana, lo que la revolución hizo, a través de la Federación, fue recargar a las cubanas de más obligaciones, ahora irrechazables. Tres turnos de trabajo: fuera del hogar (remunerado), dentro del hogar (no remunerado), y el trabajo voluntario (tampoco remunerado).
Esta organización 100% gubernamental –única entidad femenina inscrita y reconocida por el régimen- se las agenció en 1997 para asumir personalidad de no gubernamental ante el Consejo Económico y Social de la ONU (ECOSOC por sus siglas en inglés) sin cuestionarse su perfil oficialista. Otra transfiguración más. La FMC dice representar el 90% de las cubanas mayores de 14 años; afirma contar con cuatro millones de afiliadas.
Si en verdad representa al 90% de la población femenina, ¿dónde ha estado en las seis décadas de existencia para obligar al MICONS (Ministerio de la Construcción) a resolver el déficit de 929 000 casas en el país? ¿Dónde ha estado para sacar de los asquerosos e insalubres albergues a las miles de familias que esperan por la restauración o sustitución de sus viviendas? ¿Dónde estaba la Federación para impedir que un balcón cayera sobre las niñas María Carla Fuentes, Lisnavy Valdés y Rocío García en el barrio de Jesús María, y las matara? ¿Dónde, cuando un derrumbe parcial en la calle Monte, en El Cerro, cayó sobre María Magdalena Oliver Millar, de 68 años, causándole la muerte horas después?
¿Dónde están las compañeras federadas en La Habana Vieja donde Regla Miranda teme morir sepultada con sus nietas en cualquier momento? A Miranda el Gobierno local le ha dicho que la reparación de su vivienda debe ser por esfuerzo propio, aunque ella sea una jubilada con una pensión mensual de 350 pesos (12 dólares). Y está María Elena Sosa Depestre y sus dos niños, que viven en el reparto Los Pinos en una casa que hace tiempo se está cayendo y que se inunda con cada aguacero. Las autoridades le han dicho que tiene que esperar. ¿En qué parte está la FMC de entre los diversos municipios repletos de inmuebles en vías del desplome y de albergues inmundos que alojan a miles de familias afectadas por anteriores catástrofes de la naturaleza, o de las arquitecturas?
En la página de Facebook del MICONS rezan las palabras del comandante: “A organizar… el espíritu creador de la mujer cubana para que tenga… por sus virtudes y sus méritos, el lugar que le corresponde en la historia de la patria”. ¿Quién le dijo al macho máximo –y a la auto declarada antifeminista Vilma Espín- que la justicia social dependía de las “virtudes y méritos” de sus ciudadanas?
Además de morir bajo escombros, ¿qué, si no el infierno mismo, es recibir la cuota de comida en estado de descomposición, como sucede con frecuencia en la Isla? En todas las bodegas regulares y en las tiendas recaudadoras de divisa “se ofertan productos caducados o próximos a su fecha de expiración” aseguran las mujeres en las colas. Es común comprar picadillo de res y de soya, mayonesa o salchichas vencidas, y las madres de familia se quejan: “comerse un pedazo de pollo en Cuba es hoy prácticamente un lujo”.
¿Y qué decir de la reciente dolarización del mercado mediante unas setenta tiendas especiales donde se anunció que habrá de todo, empezando por comida, pero adquirible en moneda extranjera? ¿Qué harán los que carecen de dólares o euros y que no podrán comprar ni alimentos, ni medicinas, ni papel higiénico, ni íntimas, ni pañales desechables, ni jabón y detergente, ni un pomo de aspirinas? Nada es nuevo: la Federación de Mujeres Cubanas nunca influyó en la producción interna como para priorizar y garantizar a las cubanas la mensualidad de íntimas, o variedad de tallas en ajustadores y blúmeres, o en uniformes de trabajo, o en calzado.
¡Y dónde dejamos la violencia de género! Trece feminicidios en lo que va de año. ¿Dónde estaba el pasado mes de noviembre la Federación cuando la Asamblea Nacional pospuso hasta 2028 la consideración de una Ley Integral contra la Violencia de Género, propuesta por un grupo de 40 feministas cubanas?
Según la comunicadora y cineasta feminista Marta María Ramírez, ni las instituciones estatales, ni la policía, reconocen la seriedad y urgencia de la violencia doméstica.
“Estamos en un país que se resiste al debate y donde muchas mujeres ni siquiera pueden identificar que están siendo violentadas”, dice Ramírez. Según la plataforma “YoSíTeCreo”, hay un vacío legal que deja indefensas a las cubanas, lo que condiciona que muchas no acudan a la policía. Esta realidad deja muy mal parada a la Federación porque “sus dirigentes son miembros del Partido Comunista, y cuenta con 174 Casas de Atención a la Mujer y la Familia a lo largo del país”. “YoSíTeCreo” indica que no existen ni instituciones ni refugios para mujeres abusadas y sus hijos.
Ante la realidad que viven las cubanas, ¿es honesto que la FMC continúe explicándose como el motor que anima “la participación de las cubanas en el desarrollo y avances logrados… expresión del impacto del proyecto social cubano en la vida de las mujeres”?
El proyecto social cubano ha fracasado evidente en los sesenta años de retroceso e involución. Entonces, ¿para qué sirve la Federación de Mujeres Cubanas? La respuesta está en las palabras proféticas de Ruth Lewis: para continuar imponiéndole las órdenes del régimen a sus súbditas femeninas. Una burla que hoy cumple sesenta años.
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