Respuesta a Víctor Fowler sobre el mercado de agricultura urbana
La libertad de comercialización que Fowler sugiere para los vecinos de Cojímar, es la que les niega el estado a los campesinos del país
LA HABANA, Cuba.- El amigo Víctor Fowler abandonó por un momento su bregar en la poesía y el ensayo e incursionó, mediante una especie de sugerencia, en el escabroso tema del mercado de la agricultura urbana en Cuba. Así lo pudimos constatar en un artículo aparecido en el periódico Granma el pasado miércoles 18 de agosto.
El poeta reside en el pueblo de Cojímar, al este de La Habana, un sitio donde muchas casas tienen patios de tierra y crecen matas de mango, mamey, coco y aguacate, entre otras. Después de aseverar que ninguna de esas frutas se agotarían con el consumo de una familia, Fowler preguntó lo siguiente: “¿Existe alguna posibilidad de crear espacios donde estos productos puedan ser comercializados por los propietarios de esas viviendas, de estos pequeñísimos espacios de tierra? Y concluyó la interrogante: “Si semejantes mercados locales existieran, ¿acaso no impulsarían a estos microproductores a cultivar más?
El tema de la comercialización, amigo Fowler, es una de las esencias del sector agropecuario en el país, pues además de signar el modo y la cuantía en que los productos del agro llegan a la mesa de los consumidores, su desenvolvimiento puede estimular en algunos casos, o desmotivar en otros, a los propios productores.
En los días que corren, lamentablemente, está sucediendo lo segundo. El gobierno obliga a los productores —lo mismo las granjas estatales, los cooperativistas, los usufructuarios de tierras estatales, y los pequeños propietarios— a que vendan casi toda su cosecha a la estatal Empresa de Acopio, la cual fija los precios de esa transacción, casi siempre inferiores a lo que indica el mercado.
A lo anterior hay que agregar otros dos elementos que le amargan la vida a los productores. Acopio incumple con frecuencia sus contratos y no recoge las producciones. Entonces observamos cómo las frutas y viandas se echan a perder ante la mirada triste e impotente de los productores. En otras ocasiones los hombres que trabajan la tierra entregan sus productos a las instancias gubernamentales, y sencillamente no reciben los pagos de estas últimas.
La no presencia de precios de mercado en la transacción productor-Acopio, y el consiguiente tope de precios en los agromercados adonde acude la población, han provocado el desabastecimiento que exhiben hoy esos establecimientos. Casi existe consenso en que la no presencia, por ejemplo, de los frijoles y la carne de cerdo en los mercados —con independencia de los problemas de producción que han existido— se debe en gran medida al tope de precios decretado por las autoridades. Aquí, como se dice en buen cubano, el remedio (la supuesta protección al consumidor) fue peor que la enfermedad.
Últimamente la prensa oficialista recoge declaraciones del presidente Díaz-Canel, de la segunda figura del Partido Comunista, Machadito Ventura, y de otros funcionarios, que muestran la preocupación de la cúpula del poder porque la agricultura no acaba de dar el despegue que ellos esperan. No satisface los requerimientos alimentarios de la población, y mucho menos aporta los rubros exportables que los gobernantes precisan con urgencia.
¿Pero no acaban de darse cuenta —o lo saben y, obviamente, se niegan a reconocerlo— que lo que se requiere es menos presencia estatal en todo el engranaje del sector agropecuario?. Es decir, que el proceso fluya con mayor espontaneidad. Que los productores, tras cumplir un elemental encargo estatal para satisfacer cierto consumo social, puedan vender la mayoría de sus producciones a quienes deseen, y a los precios que indique el mercado. Y que la relación oferta-demanda defina la comercialización en los mercados minoristas. De esa manera se irá mitigando el desabastecimiento, y los precios a la población irán disminuyendo debido al aumento de la oferta.
Como podrás percatarte, amigo Fowler, esa libertad de comercialización que sugieres para tus vecinos de Cojímar, es la misma que las autoridades les niegan hoy a todos los campesinos del país.
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