Sobran razones para protestar
Casi tres décadas después del Maleconazo, el castrismo mendiga los dólares de los que se fueron durante un verano de incertidumbre y muerte que quebró para siempre el espíritu de Cuba
LA HABANA, Cuba. – La dictadura no quiere sorpresas y ha soltado a sus sabuesos en días recientes. Activistas y periodistas han sido citados o detenidos; algunos han sufrido confiscaciones por parte de la Policía política, y ni siquiera saben por qué. “Algo se está cocinando para que anden así”, sugirió un activista al conocer de varios arrestos sin causa aparente. El problema es la fecha de hoy, 5 de agosto, cuando se cumplen 26 años del Maleconazo, aquella revuelta social que hizo llover piedras sobre las vidrieras ya desiertas de algunos comercios, lanzadas por ciudadanos iracundos que exigían libertad y alimentos.
El Maleconazo fue la protesta cívica más digna y espontánea registrada en Cuba en los últimos 30 años. La marcha de la comunidad LGBTI+ independiente, celebrada en mayo de 2019, es la única acción equiparable, salvando las diferencias formales y de intereses subyacentes. En ambas manifestaciones los participantes salieron a las calles a reivindicar derechos básicos conculcados por el totalitarismo.
Hace 26 años el Maleconazo fue sofocado a golpes y arrestos por las brigadas de acción y respuesta rápida, encargadas de pacificar al pueblo hambreado para cuando apareciera Fidel Castro en escena y diera nada menos que un discurso delante de una turba enferma, desnutrida y aterrorizada. Ese fue el día en que dijo la célebre frase: “no los queremos, no los necesitamos”, refiriéndose a los cubanos que se lanzaban al mar en embarcaciones de fabricación casera que solo por voluntad divina soportarían la severidad de los elementos en el estrecho de la Florida.
Casi tres décadas después de aquel alarde indecente, el castrismo mendiga los dólares de los que se fueron durante un verano de incertidumbre y muerte que quebró para siempre el espíritu de Cuba. El contexto de hoy es similar: hambre, escasez, altas temperaturas, estratificación social de acuerdo a la moneda que se maneje, represión y descontento popular. Para rematar, no está Fidel Castro. Raúl es un anciano agotado que dejó a su claque robar a manos llenas antes de pasarle el arca vacía al insulso de Díaz-Canel. El castrismo yace frío y muerto aunque de vez en cuando, si se le toca algún nervio especialmente sensible, patee.
Uno de esos nervios es la posibilidad de otro Maleconazo atizado desde las redes sociales por los “calentadores” del espacio virtual y los centinelas anticastristas que no pierden una sílaba pronunciada por la trifecta política del batey: Canel-Marrero-Gil. Una reedición exitosa del Maleconazo en plena era digital terminaría de abrirle los ojos a la miope comunidad internacional, que sigue mirando a Cuba a través del lente de Castro. Los cubanos están hartos de los juicios manipulados contra opositores y ciudadanos comunes, de la persecución al sector privado, del Decreto-Ley 370, de ver familias enteras viviendo en los portales mientras los herederos de la gerontocracia presumen de su riqueza en redes sociales.
Esas son realidades innegables por los esbirros de la dictadura. Saben que el pueblo está acomplejado. Su única opción es desarticular cualquier destello de liderazgo para que un eventual estallido transcurra como cualquier protesta de mercado, con su intensidad predecible, parece que sí pero no, hasta agotarse en sí misma.
Desde hace días los sabuesos olfatean el ambiente en la capital. Temen que algo suceda, que a alguien se le ocurra conmemorar. Temen que la acción cívica convocada el pasado 30 de junio por la muerte de un joven negro, halle en el aniversario del Maleconazo un catalizador mucho más eficaz y las calles se llenen de gente dispuesta a hacerle caso a Descemer Bueno y caerle a pedradas a las tiendas en dólares, que en nada se parecen a los empolvados comercios de las avenidas Neptuno y San Lázaro en 1994. Las nuevas tiendas exprimidoras de moneda dura muestran sus estantes llenos de buen café cubano, leche condensada, productos de aseo, frijoles varios y otras minucias que brindan estatus a quien puede comprarlas.
Aterrados andan los “segurosos” y deberían estarlo. Sobran razones para protestar. Sería glorioso que hoy ocurriera algo, por lo menos un guiño que devuelva la memoria de los cubanos a aquel verano demencial. Pero 26 no es número redondo; no tiene resonancia bíblica ni fama de atraer la buena suerte. Veintiséis es, de hecho, una horrenda efeméride del castrismo; una cábala osogbo.
La preocupación de los esbirros corrobora, no obstante, la importancia de esta fecha, su peso simbólico. De los cubanos depende reanimar ese significado, sobre todo para devolver a los panzones con guayabera la frase del Zoquete en Jefe y dejarles claro que han cambiado las tornas; que aquí no los queremos, ni los necesitamos.
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