Yo tengo más que el leopardo… porque tengo un buen amigo
Ángel Santiesteban es hoy aplaudido por nosotros, los amigos, los que antes lo leímos y fuimos a su encuentro cuando estuvo preso
LA HABANA, Cuba. – Antes de sentarme a escribir estas líneas miré muchas veces esa foto que quizá fue la última para la que posó mi madre. Recuerdo lo difícil que resultó convencerla para que se quedara quieta, y sentada, en uno de los sillones de la sala; cuando se fue poniendo vieja comenzó a rechazar, y con mucha vehemencia, las fotografías, y mucho más si tenía que posar delante del lente de una cámara fotográfica, y peor aún si el “artefacto” que fijaría su imagen era un celular.
Mi madre no podía entender que el “fotógrafo” no pusiera el ojo en un visor. Silvia, mi madre, solo se dejó retratar por mi padre, quien tuvo desde niño una gran pasión por la fotografía, cuidada hasta el final de sus días. Quizá por eso ella odió, después de la muerte de su marido, ponerse delante de una cámara fotográfica, incluso cuando se trataba de una foto de carné, y peor le pareció luego un “selfie”, donde el “fotógrafo” no tenía que poner el ojo en el visor. Y aquella noche de cumpleaños, aquel 4 de noviembre último, mi madre dijo que no, pero mi amigo terminó convenciéndola para que se sentara en el sillón y se dejara fotografiar.
Fue Ángel Santiesteban, que le decía mami, quien la persuadió, quien la sentó en el sillón, quien guió al celular para atraparnos a todos en un selfie en aquella tarde de cumpleaños, el último que celebró mi madre. Creo recordar que luego se rió de la “foto”, dijo que había quedado espantosa y pidió que no se la mostraran a nadie, sin saber que esa imagen, aquel selfie, sería la última de todas, ni que su último fotógrafo sería Ángel Santiesteban, a quien tanto ella quiso. Mi madre no pudo negarse al selfie que él le proponía. Ella dejó que él fijara aquella imagen de cumpleaños, la última, como antes le permitiera a mi padre.
Ángel había nacido, como su hijo, un dos de agosto, el día de “Nuestra señora de los Ángeles”, de ahí nuestros nombres angelicales. Ángel quiso mucho a mi madre, y ella a él. Ahora estoy recordando la tristeza de mi Silvia cuando lo supo en la cárcel, y recuerdo su llanto y también la preparación de cada jueves; resulta que ese día, el quinto de la semana, dejaban al escritor preso acceder al teléfono, y él la llamaba siempre, y ella se preparaba cada vez para esperarlo. “Hoy llama Angelito”, decía y se bañaba más temprano, para esperar el timbre del teléfono, para responder enseguida, para colgar entre sollozos y pedir a su virgen que lo pusiera en libertad.
Recuerdo muchas cosas de Ángel y de mi madre, recuerdo el abrazo en libertad y el llanto de ella. Recuerdo también el abrazo del hermano en la funeraria cuando mi Silvia, a quien él le decía mami, se fue para siempre. Recuerdo su cercana compañía en el cementerio. Recuerdo sus llamadas telefónicas, sus presencias, sus acompañamientos. Y recuerdo ahora cada libro de Ángel, entre los mejores de toda nuestra generación, entre los mejores y más atrevidos de los que se han escrito en los últimos sesenta años en esta isla. Ángel es, sin dudas, uno de los mejores prosistas cubanos. Y es en su prosa de ficción donde primero advertimos sus muy agudas miradas a la patria, a ese desastre en el que unos pocos convirtieron a esa patria de él y de mi madre, esa patria mía y de tantos otros.
Quizá por eso, cuando supe la noticia de que Ángel recibió el Premio internacional Václav Havel 2020, volví a pensar en mi madre, y la imaginé exaltada, contentísima, aunque no supiera de Havel ni de todo lo que significaba el premio. También imaginé la alegría de muchos de esos que fueron acompañados por Santiesteban, y que debieron celebrar como si, también, el premio fuera a parar a las manos de ellos. Confieso que me divertí, después de la noticia, imaginando a los que antes celebraron su encierro y las golpizas que el poder le dedicara con frecuencia, y hasta les dediqué algunas muecas, y celebré de nuevo.
Y es que Ángel, el más valiente de entre todos los escritores de mi generación, el más impetuoso y osado, recibe ahora los aplausos de muchos de sus colegas por su vocación democrática, por su valor, porque fue el primero, de entre muchas generaciones, que enfrentó al poder y no se dobló cuando decidieron castigarlo. Ángel vio como se cerraban las puertas de las editoriales cubanas para él y quizá debió angustiarse un poco sabiendo que los nacionales, por mucho tiempo, dejarían de leerlo.
Ángel Santiesteban, quizá el más premiado de todos los escritores de mi generación, miró como se cerraron para él las puertas de todas las casas editoriales cubanas, aunque esos editores reconocieran en silencio la grandeza de su obra, y supongo que algunos se vieron obligados a hacer balance de los muchos premios que distinguen su prosa para siempre. Y ahora es reconocido también el hombre valiente que se enfrentó, que se enfrenta todavía, a un poder dictatorial, lo que sin dudas resulta muchas más arriesgado y peligroso que escribir piezas de ficción.
Angelito, que así le decimos sus hermanos, quienes lo acompañamos en aquellos días de encierro, los que fuimos a darle un abrazo a la prisión, también hacemos reverencias a este premio que desde ya lo distingue. Ángel Santiesteban es hoy aplaudido por nosotros…, los amigos, los que antes lo leímos y fuimos a su encuentro cuando estuvo preso. Y desde ya suponemos que quizá mañana, y sin nombrarlo, la policía política podría pretender aguarnos la fiesta, y llamarlo traidor, y advertir que recibió un reconocimiento sin importancia por sus traiciones a la “revolución”, y quien duda que tratando de desacreditar este nuevo y bien merecido reconocimiento, intenten también vilipendiar en el Granma su obra literaria, aunque hagan el ridículo.
Y ahora mismo, en este instante en el que escribo, en el que casi termino, me gustaría escuchar el claxon de un auto debajo de mi balcón, para comprobar luego que Ángel Santiesteban está al timón, allá abajo, y me conmina para que me apure, para que baje rápido, y yo correspondo, y salgo a la carrera y me montó en el auto que finalmente se pone en marcha y desandamos el camino que nos separa de la casa de Rafael Alcides y Regina Coyula, y allí nos abrazamos todos, como tantas veces, y celebramos el premio a Ángel Santiesteban, y nos reímos de las vilipendios que podrían estar por llegar.
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