La crisis socioeconómica que asfixia a los cubanos empeora cada día que pasa, pero el dictador Raúl Castro y toda la casta político-militar que lo mantiene en el poder se siguen negando a liberar las fuerzas productivas para que haya más alimentos en el país, que ya es el más pobre de Occidente si se excluye a Haití.
Los cuentapropistas cubanos, así bautizados despectivamente por el Partido Comunista para eludir lo de negocios privados, son tolerados (es la palabra correcta) por el general Castro solo como un mal necesario, transitorio, que sirva de complemento al sector estatal. La propia Constitución, por él “trabajada”, prohíbe que acumulen capital, lo inviertan y crezcan, algo que no ocurre en ninguna otra parte del mundo salvo en la extraterrestre Corea del Norte.
Además, el poco espacio que se le ha abierto al sector privado es básicamente de servicios primarios que existían ya antes de que Da Vinci pintara la Mona Lisa. Los emprendedores cubanos, por ley, son marginados de la esfera de la producción industrial de bienes tangibles para el consumo y uso de la población.
Prácticamente no producen bienes y riquezas materiales propiamente, o muy pocos. Salvo algunos cuentapropistas que de forma artesanal producen zapatos u otros bienes (pocos, por cierto), generalmente prestan servicios con poco valor agregado que no aportan mucho al Producto Interno Bruto (PIB).
Cuba está imposibilitada de aumentar la producción agropecuaria, la industrial, la de construcción, la del transporte, la de las comunicaciones y la de los servicios tecnológicos profesionales productivos. Encima, a los campesinos y usufructuarios de tierras estatales les quitan el 80% de lo producido y les pagan precios miserables.
Pymes de Lenin y el “comunismo de guerra” raulista
Todo esto muestra que el general Castro es más retrógrado y menos astuto que Vladimir Lenin. El misántropo fundador del primer Estado comunista de la historia se percató de que lo que mataba de hambre en Rusia a millones de personas era el “comunismo de guerra”, o sea, la colectivización forzosa de las tierras; que la escasez de artículos de primera necesidad se debía a la estatización de la industria, y que si no se tomaban medidas drásticas la “revolución” iba a fallecer.
Por eso en marzo de 1921, luego de cuatro años de devastadora hambruna, Lenin puso en marcha la Nueva Política Económica (NEP), que autorizó la producción libre de los campesinos y la creación de pequeñas y medianas empresas privadas, tanto agropecuarias como industriales y comerciales, en la construcción y la minería, etc. Es decir, lo que hoy llamamos pymes.
Surgieron pequeñas y medianas empresas en sectores clave. El Estado tomaba muy poco de las cosechas de los agricultores privados, que vendían hasta el 90% y más de su producción en el mercado a precio de oferta y demanda. Esos agricultores también arrendaron tierras y contrataron trabajadores por su cuenta.
El hambre y el desempleo desaparecieron. Se duplicó la producción de alimentos y la extracción de petróleo; se multiplicó por siete la producción de acero; se triplicó la de carbón; aumentaron los salarios. Los técnicos extranjeros contratados fueron la base para la modernización de la industria. Se desarrolló el sector financiero, con una moneda estable y creíble. La vida cultural y artística se benefició de una relativa libertad.
Pero al morir Lenin, en 1924, el troglodita Stalin calificó a la NEP de “traición al comunismo” y luego de tolerarla por tres años más dado el gran auge económico que generaba, en 1928 la suprimió. Volvió a estatizarlo todo. Se derrumbó la producción agropecuaria y en los nueve años siguientes (hasta 1937), murieron de hambre 12 millones de personas, según los investigadores históricos rusos y extranjeros.
Y mucha hambre habrá en Cuba si no se libera el campo como hicieron los bolcheviques, y no se crean, sin regulaciones que impidan su crecimiento, pequeñas y medianas empresas privadas en la industria, el comercio, la construcción y servicios tecnológicos, o sea, las pymes que hasta leninistas fueron hace un siglo.
¿Qué son las pymes, y por qué los “duros” se resisten?
Las características pueden ser varias según las leyes de cada país, pero por lo general se considera que una pyme es mediana si tiene entre 51 y 200 trabajadores y un volumen de negocios de diez millones de dólares anuales; pequeña es la que tiene entre 11 y 50 trabajadores y dos millones en negocios; y las micro cuentan solo con diez empleados o menos y 500.000 dólares de volumen de ventas.
En Costa Rica, por ejemplo, la pyme más pequeña, la micro, no puede tener más de cinco empleados. Hoy en Cuba hay muchos negocios privados en ese mismo caso, pero la dictadura no los reconoce como empresas. Hace poco se anunció que se van a permitir pequeñas y medianas empresas privadas, pero la línea más estalinista del PCC (encabezada por el propio Castro II, Machado Ventura y Ramiro Valdés), al parecer hace resistencia, tal y como la hicieron Trotski y otros bolcheviques “duros” a la NEP. En este caso no por defender una ideología, sino para que el sector privado no crezca y les haga competencia al imperio económico de las FAR, encabezado por GAESA.
Lo más indignante es que los hijos y nietos de esos jerarcas “duros” y de los restantes de la cúpula dictatorial tienen jugosos negocios privados en el extranjero.
En fin, el 90% de las empresas de todo el mundo son pymes y generan entre el 60% y el 70% del empleo global. Entre el 70% y el 90% de la fuerza de trabajo activa de los países desarrollados labora en pymes, que aportan el 65% del PIB a nivel planetario.
En Cuba, el oficialmente hostigado sector privado, integrado por 590.000 cuentapropistas urbanos, 210.000 campesinos y 247.000 usufructuarios de tierras, apenas aporta el 7% del PIB.
Cualquier campesino cubano con cuatro o cinco caballerías (54-67 hectáreas) de tierra con acceso a créditos y abastecimiento de insumos y equipamiento incluso procedente de EEUU (la Helms-Burton no lo prohíbe), podría crear una empresa agrícola o pecuaria con mucho más de 11 trabajadores contratados. Y si se asocian varios campesinos (no en una cooperativa, que sería un freno) como socios capitalistas, podrían montar una pyme mediana ganadera o agrícola con 150 o más trabajadores, que podría producir y comercializar gran cantidad de carne, leche, quesos, frijoles, arroz, maíz y otros alimentos hoy ausentes de la mesa familiar cubana.
En tanto, si los cuentapropistas urbanos pudiesen pasar a ser pymes, contratar trabajadores, importar insumos, equipos y materias primas, podrían cubrir muchas necesidades de la población y producir embutidos, pan, repostería, jugos de fruta, ropa, zapatos, muebles, bicicletas, productos de aseo y limpieza, crear brigadas de construcción de viviendas, de productores de materiales de construcción, y de muchos otros bienes de consumos.
Pero el general no lo permite, y además le echa los esbirros del MININT encima y mete en la cárcel a los campesinos y cuentapropistas más exitosos por “enriquecerse”. Todo lo contrario de lo que hizo Deng Xiaoping en China cuando lanzó la consigna más anticomunista de la historia: “enriquecerse es glorioso”. Y hoy esa nación tiene la segunda economía más grande del mundo.
Conclusión: solo con libre empresa, y con la creación de pymes, se puede acabar con la escasez, evitar la hambruna que le viene encima al país, y poner fin a la pobreza en que fueron sumergidos los cubanos por el sistema estalinista, trotskista y castro-guevarista de planificación estatal centralizada. |
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