December 22, 2024

La mano dura está llegando al límite Policías, “chivatos” e inspectores están en la calle en son de guerra. Son los guardianes de la nueva cruzada contra las ilegalidades que parió y amamantó el sistema  LUIS CINO

La mano dura está llegando al límite

Policías, “chivatos” e inspectores están en la calle en son de guerra. Son los guardianes de la nueva cruzada contra las ilegalidades que parió y amamantó el sistema

Cuba coronavirus COVID-19
La escasez crónica de alimentos en Cuba se ha agravado en medio de la pandemia de coronavirus (Foto: tomada de ABC)

LA HABANA, Cuba. – En 1934, en el XVII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, Stalin criticó ásperamente el desempeño de Serguei Kirov, el secretario del Partido en Leningrado, y lo acusó de “oportunista”. El regaño del dictador sobrevino después que Kirov utilizara las reservas de comida del ejército para mejorar la alimentación de los obreros de Leningrado, en medio de la hambruna causada por la colectivización.

Según explicó Kirov: “Ya es hora de alimentar como es debido a los trabajadores. Si el Politburó quiere que produzcan más, es necesario alimentarlos mejor. Cualquier mujik sabe que debe dar comida a su caballo para que pueda soportar la carga”.

Varios días después del regaño, Kirov fue asesinado en su oficina. Stalin, que organizó un sepelio grandioso, se inclinó sobre el féretro para besar la mejilla de Serguei Mironovich. Después, ordenó a la GPU emprender una nueva purga.

Es una de las tantas tristes historias del comunismo que me vienen a la mente por estos días, cuando los mandamases de Cuba, en plena pandemia de la COVID-19, exigen más sacrificio a un pueblo hambreado, descontento y desesperanzado, sin que aparezca un Kirov que les advierta del peligroso error que cometen.

Más carga, poca comida y nuevas restricciones. Sin blandenguerías. Pólvora, vinagre, sal y ají guaguao en las lastimaduras. Como hacían en la finca de Birán con los caballos y las reses con mataduras. O en los campamentos guerrilleros de la Sierra Maestra, donde fusilaban por el robo de una lata de leche condensada.

Tal vez los mandamases, con el rebrote de la epidemia en Cuba, hallaron el momento ideal para ensayar, en La Habana, el estado de sitio que planearon para cuando, como dicen los guajiros, “la caña esté a tres trozos”.

Si no es así, han exagerado con este cierre de la capital, o más bien encerrona, con toque de queda nocturno de 11 horas y las calles tomadas por policías y militares.

Policías, “chivatos” e inspectores están en la calle en son de guerra. Son los guardianes de la nueva cruzada contra las ilegalidades que parió y amamantó el sistema. Antes, entre una temporada de caza y la otra, las toleraban y hasta se nutrían de ellas algunos pejes de altura. Ahora, los mandamases recordaron que existían leyes y regulaciones ocultas entre las telarañas de su burocracia, y ordenan a sus secuaces ser combativos e intransigentes.

Los guerreros de la legalidad socialista, aplicada estricta y exclusivamente a los de a pie, escarban y olfatean con renovado celo. Todos los de abajo pueden ser enemigos: los “coleros” y los revendedores, esos pobres diablos a quienes culpan por la escasez de comida. El régimen de Cuba los pone en el mismo saco que al embargo estadounidense, los campesinos que se resisten a entregar su cosecha a la empresa estatal de Acopio, el fabricante de quesos y el propietario de la pizzería que se los compra…

Los mandamases, que de tan panzudos, ya no caben en la pantalla del televisor, exhortan a desterrar las indisciplinas, el egoísmo y la avaricia. A “pensar como país”. A trabajar más y aumentar la productividad. Y no faltara más, a “confiar en la Revolución y en sus líderes, que a nadie dejarán desamparado”.

Luego de reiterar sus consignas, los jefazos montan en sus carros y parten, veloces y escoltados, hacia otra reunión, a repetir el mismo estribillo. Y todo sigue igual, o peor.

No sé qué hará pensar a los mandamases de la continuidad que van a conseguir precisamente ahora, cuando tan mal marcha todo, en el peor momento posible, lo que no lograron en más de 60 años: construir un socialismo próspero.

En vez de liberar “las fuerzas productivas” ―ese término marxista que tanto les place emplear pero que en los hechos no acaban de destrabar― hacen todo lo contrario.

Confiscan los medios y las propiedades de los que producen, y con calidad, lo que el Estado es incapaz de producir, y los meten en la cárcel. Cargan, en nombre del socialismo ―o de lo que ellos consideran como tal― con todos los hándicaps de un burdo y abusivo capitalismo de estado monopolista y mercantilista. Prefieren ignorar las leyes del mercado y mantener su terca apuesta por la desastrosa planificación económica centralizada y las harto ineficientes empresas estatales.

Y con tal de seguir aferrados al poder y de no ceder un ápice del control absoluto que detentan, refuerzan la mano dura contra la población.

Prefiero creer que, por muy faltos de iniciativas inteligentes que estén, entiendan que han llegado al límite y no recurrirán a apretar todavía más. No es aconsejable recargar demasiado a caballos mal alimentados. Suelen ponerse roñosos y patear. Aunque los muelan a golpes.

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ACERCA DEL AUTOR

Luis Cino

Luis Cino

Luis Cino Álvarez (La Habana, 1956). Trabajó como profesor de inglés, en la construcción y la agricultura. Se inició en la prensa independiente en 1998. Entre 2002 y la primavera de 2003 perteneció al consejo de redacción de la revista De Cuba. Fue subdirector de Primavera Digital. Colaborador habitual de CubaNet desde 2003. Reside en Arroyo Naranjo. Sueña con poder dedicarse por entero y libre a escribir narrativa. Le apasionan los buenos libros, el mar, el jazz y los blues.