Pan con pasta y carne semicruda: la oferta de un “todo incluido” para cubanos
Los turistas, que son cubanos, especulan sobre la merienda de esa tarde: imaginan que sea hamburguesa, salchicha, quizá, con papas fritas, como la imagen que aparece incrustada en la pared del snack bar
VILLA CLARA, Cuba. – A las once de mañana, en la terminal de Cienfuegos, hay parqueados cerca de diez autos de alquiler uno tras otro a la espera de los clientes. Los choferes descansan a la sombra mientras algún buquenque intercede por ellos para realizar la negociación. Un señor se avienta hacia una de las parejas que acaba de hacer entrada a su área de operaciones. Llevan sombreros visibles y una maleta, lo que apunta a que se dirigen hacia la playa.
“Diez hasta Rancho Luna. ¿Hostal? ¿Hotel?”, propone el hombre y ambos se niegan. El calor y las pocas ofertas comestibles en los alrededores hacen que sucumban irremediablemente a la segunda propuesta: 7 CUC hasta el Hotel Rancho Luna, uno para el buquenque, seis para el chofer, que no permite que el pasaje sea dividido entre otros pasajeros que van hacia el mismo lugar. “Esto es un negocio”, se justifica el taxista.
La entrada al Hotel de la cadena Gran Caribe está prevista para las cuatro de la tarde. La pareja ha llegado antes al lobby de la instalación con un papel que les garantiza dos noches en el lugar por el costo de 164 CUC. Tienen la ilusoria convicción de que les darán una manilla para tomarse un café o un refresco, quizá, antes que puedan acceder a la habitación en el horario previsto. El señor de la recepción, sin embargo, les explica que para un early check in deben abonar 22 CUC por cada uno, así podrían entrar al buffet del almuerzo, o “disfrutar en cualquiera de nuestras instalaciones”, alega, pero les recomienda con pena que es mejor esperar.
El bulto de turistas cubanos que han llegado antes de tiempo son confinados en una pequeña sala de espera en la que pueden consumir, de su bolsillo, cerveza a 1,25, café, o refresco Ciego Montero hasta las cuatro de la tarde, la hora en punto a la que podrán saciar su sed o su hambre sin costos adicionales. Hasta el momento, esta pareja y otras familias en el lugar han invertido cerca de 15 CUC adicionales por el arribo y la permanencia en una instalación por la cual pagaron.
La piscina ha sido despejada y rastreados por todo el hotel aquellos que se empeñaban en permanecer hasta el último minuto. En el snack bar se arma en minutos una cola de más de veinte personas a las que se les pide que usen nasobucos para evitar contagios en las aglomeraciones. “En un hotel no deberían armarse aglomeraciones. No es fácil pagar para hacer cola aquí también”, razona una mujer de la fila que ha olvidado su mascarilla en la habitación.
Los turistas, que son cubanos, especulan sobre la merienda de esa tarde: imaginan que sea hamburguesa, salchicha, quizá, con papas fritas, como la imagen que aparece incrustada en la pared del snack bar. Llevan varias horas sin ingerir alimento a la espera de la manilla. El dependiente comienza a repartir cuatro panes con pasta en platos plásticos a cada integrante de la fila. Las madres vociferan para que sus hijos salgan de la piscina y se unan a la distribución normada. Los panes son minúsculos, son cuatro, solo cuatro, el contenido es insípido, poco, y sabe a fideos con puré de tomate.
Una señora discute con el hombre que sirve el refresco de naranja gaseado en los vasos desechables en otra cola paralela a la de los panes. “No le podemos dar el pomo. Los pomos justifican lo que estamos ofertando por día”, le explica el trabajador. La mujer riposta que un pomo tiene ocho vasos y que ella tiene dos manos. “Es para evitar el acaparamiento. Mucha gente los pide para llevárselos para sus casas”.
La mujer le habla en vano de cifras, de lo que tuvo que pagar por la estancia allí de cada uno de sus familiares y que tuviera que consumir muchas cajas de refresco para alcanzar los más de 40 CUC por noche. Al dependiente no parece interesarle la economía de la señora y aparta el pomo hacia una esquina donde hay otros amontonados junto a botellas de ron Mulata que no están totalmente vacías.
A la entrada de la mesa buffet, Anicia Figueroa, de Cienfuegos, dice haber estado hospedada hace poco en el Memories de Trinidad. “La atención fue pésima, parecía un campismo”, asegura. “Pensé que este estaría mejor, pero no. Para las familias lo más importante es la gastronomía. No hay jugos naturales para los niños. Si quieres, tienes que comprarlos en la tienda del hotel. Los cuartos no tienen refrigerador, y te regañan si sacas un termo que te ponen allí, por si te lo robas. ¿Quién se va a robar un termo?”, pregunta en voz alta, para que la escuche el portero del restaurante.
Las ofertas hacia el Hotel Rancho Luna, Hanabanilla y Elguea se agotan fácilmente en las agencias del centro del país. Son muy pocas las instalaciones de este tipo a la venta para los vacacionistas cubanos en estos últimos meses y reducidas las que pueden tildarse de económicas para las familias que logran permitírselas. En las pancartas promocionales de las oficinas de reservas aparece el mismo hotel como un sitio paradisiaco con parrillada, un ranchón en la playa y una barra amplia con coctelería colorida y variada. La realidad: cerveza dispensada en el área de piscina y nada de cocteles, solo ron blanco racionado por consumidor en vasos desechables.
Dentro del propio restaurante los clientes protestan por las moscas, por el racionamiento de los platos fuertes, por la poca variedad de productos y las colas para recibir un pedazo de carne normado. Un muchacho se ha acalorado con una de las dependientas y pide que le llamen al gerente o que le devuelvan su dinero, que viene con un niño y no ha alcanzado pollo para darle esa noche.
“Dicen que los cubanos vamos a los hoteles a hacer estragos. ¿Qué estrago vamos a hacer aquí, si está pésima la oferta? Yo no soy rico, yo ahorré bastante para traer a mis hijos”, argumenta Roberto Amador, que trabaja como carnicero y que sabe reconocer el “picadillo de la bodega” que le ofertaron en el bufett. “Ayer dieron claria y carne a la plancha que estaba cruda y se le salía la sangre en el plato. Además, no puedes coger todo lo que tú quieras, te ponen una persona para servirte que pone mala cara si le pides más. Te sacan de la piscina a las seis de la tarde para no darte más cerveza dispensada. Esto ha sido una estafa. Antes no era así, si hubiera extranjeros sería otra cosa”.
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