September 27, 2024

Morir en casa: la refinada sensibilidad de los verdugos en Cuba

Morir en casa: la refinada sensibilidad de los verdugos en Cuba

A Miguel Álvarez Sánchez le fue otorgada una licencia extrapenal cuando el cáncer que padecía dictaminaba la proximidad de la muerte. La bondad de sus verdugos se limitó a permitirle exhalar el último aliento de vida fuera del recinto penitenciario…

Miguel Álvarez Sánchez, Ricardo Alarcón
Miguel Álvarez Sánchez junto a Ricardo Alarcón (Foto: EFE)

LA HABANA, Cuba. – Al exanalista de inteligencia Miguel Álvarez Sánchez le dieron la posibilidad de morir en su casa. Fue la única concesión que obtuvo de quienes decidieron llevarlo a cárcel tras un oscuro proceso por el delito de espionaje en 2012.

De nada le valió al funcionario la carta enviada hace dos años al presidente designado, Miguel Díaz-Canel, en la que le recordaba su buena conducta en la prisión, donde extinguía una pena de 30 años, y la invariabilidad de su compromiso en no sacar a la palestra pública los detalles de los hechos por los que fue juzgado junto a su esposa, Mercedes Arce. Ella fue sancionada a privación de libertad debido a sus implicaciones en el supuesto uso de información confidencial, posteriormente usada en informes que, según las acusaciones, fueron vendidos a compañías privadas mexicanas.

La misiva, en tono de súplica, fue quizás el último esfuerzo en busca de clemencia.

Finalmente, a Miguel Álvarez Sánchez le fue otorgada una licencia extrapenal, cuando el cáncer que padecía dictaminaba la proximidad de la muerte. La bondad de sus verdugos se limitó a permitirle exhalar el último aliento de vida fuera del recinto penitenciario. No hubo espacio para una concesión más generosa hacia un hombre que tal vez fue exageradamente sancionado o quién sabe si víctima de algún ajuste de cuentas alimentado por viejos rencores de uno o varios rivales poderosos. Fue un juicio a puertas cerradas y, por tanto, sujeto a todo tipo de especulaciones.

Álvarez Sánchez cayó en desgracia en un entorno dominado por el secretismo, las trampas y los castigos más humillantes, sin descontar las sospechosas muertes, los irreversibles abandonos y el infaltable paredón de fusilamiento.

Basta recordar los casos de los cancilleres, Roberto Robaina y Felipe Pérez Roque, y de Carlos Lage, que llegó a ser el segundo hombre en la escala del poder central. Todos fueron destronados de sus privilegiadas posiciones de un día para otro a causa de sus deslealtades y falta de un genuino espíritu revolucionario, según el canon totalitario. En estos casos, se les permitió seguir vivos, pero avergonzados en los rincones del olvido, sobreviviendo en la inmundicia y entre las ruinas, como cualquier cubano de a pie.

Otro caso emblemático fue el repentino deceso del general de División y ex ministro del Interior, José Abrantes, fallecido de un ataque al corazón en enero de 1991, mientras se encontraba cumpliendo una condena de 20 años por negligencia y mal uso de fondos gubernamentales.

El fusilamiento en 1989 del también general de División Arnaldo Ochoa y el coronel Antonio de la Guardia por su participación en una red de tráfico internacional de drogas, en la que se sospecha estaban implicadas otras figuras de la élite verde olivo y que no sufrieron ninguna represalia, se añade al catálogo de eventos que explican las consecuencias de dar un paso más allá de las fronteras de lo permisible.

En realidad, los límites son siempre borrosos y movedizos, lo cual indica que se trata de un juego del azar. En las cumbres del poder absoluto, basta un chasquido de dedos o un ceño fruncido para que se realice el reemplazo fulminante de un ministro o el arresto y condena de un grupo de altos funcionarios, como le sucedió a Miguel Álvarez y su cónyuge.

Con tantos ejemplos de por medio, no sé cómo este funcionario mantenía la confianza de beneficiarse con alguna indulgencia. Tal vez murió arrepentido de no haber revelado los pormenores del caso. Una actitud que no le reportó ningún provecho y que, en cierta medida, confirma la versión de sus acusadores de haber cometido el delito.

¿Fueron él y su esposa los únicos culpables?, ¿Existieron las debidas garantías procesales en el juicio? ¿Realmente cometieron la infracción?

Por el momento, no hay margen para las respectivas aclaraciones. Álvarez ya está enterrado y dudo que su mujer se atreva a correr las cortinas de la verdad en detalles. Desconozco si ella permanece tras las rejas. De todas formas, sabe que el silencio no conduce a la benevolencia.

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Jorge Olivera Castillo

Jorge Olivera Castillo. Ciudad de la Habana, 1961. Periodista, escritor,
poeta y editor de televisión. Durante 10 años trabajó como editor en la
televisión cubana (1983-1993). A partir de 1993 comienza su labor en las filas de la disidencia hasta hoy. De 1993 a 1995 como secretario de divulgación y propaganda del sindicato independiente Confederación de Trabajadores Democráticos de Cuba (CTDC). A partir de 1995 labora como periodista independiente. Fue director de la agencia de prensa independiente Habana Press, de 1999 hasta el 2003. El Instituto Lech Walesa publicó en 2010 su libro de poemas Cenizas alumbradas en edición bilingüe (polaco-español). También en el 2010 la editorial Galén, publica en edición bilingüe (francés y español), su libro de poemas En cuerpo y alma, editado en el 2008 por el Pen Club checo.