San Isidro y el principio del fin del sistema totalitario
A la postre, los gobernantes castristas debieron negociar con los que hasta ahora consideraban “sus artistas”
LA HABANA, Cuba.- Es indudable que la protesta cívica escenificada en el barrio habanero de San Isidro por artistas independientes y activistas de la oposición, así como la irrupción de otros jóvenes artistas frente a la sede del Ministerio de Cultura (MINCULT), en solidaridad con los primeros, constituyen sucesos que marcan el presente, y sientan las bases para el futuro de la nación. Es como si la historia de estas seis décadas del castrismo se dividiera en un antes y un después de ambos acontecimientos.
La propaganda oficialista, como sucede casi siempre en estos casos, ignoró por varios días lo que sucedía en el interior y en torno al inmueble de Damas 955, en el referido barrio de La Habana Vieja. Y cuando finalmente se decidió a mencionar el asunto, sin dudas debido a la preponderancia que tomaba el hecho en las redes sociales y otros medios internacionales, arremetió contra los activistas en los términos que nos tiene acostumbrados: que eran unos mercenarios, pagados por el imperio, y que no representaban al sector artístico nacional.
Sin embargo, sucedió lo que no previeron los jerarcas del castrismo. Porque la llegada de esos cientos de jóvenes —y algunos no tan bisoños— al Ministerio de Cultura, muchos de los cuales pertenecían a la oficialista Asociación Hermanos Saíz (AHS), e incluso a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), le dio un giro a la situación.
Ese grupo de artistas, que no podían ser acusados de mercenarios por las autoridades, mostraban preocupación por el estado de salud de los activistas de San Isidro, pero además reclamaban libertad de expresión y de creación artística. También solicitaban ser recibidos por el titular de ese ministerio para expresarle sus demandas.
En esas circunstancias, y en un acto casi inédito, los directivos del Ministerio de Cultura dieron la cara para conversar con los manifestantes. Mas no lo hizo el ministro Alpidio Alonso, sino el apagafuegos viceministro Fernando Rojas. Un hombre al que le ha tocado exponer ante la opinión pública los aspectos más peliagudos del sector artístico y cultural —entre ellos el famoso Decreto 394—, y que por una misteriosa condición nunca ha sido promovido a ministro.
Los que tuvimos la posibilidad de presenciar a través de la televisión cubana la explicación brindada por el viceministro, apreciamos un lenguaje poco esclarecedor de su encuentro con una representación de los jóvenes manifestantes. Mas fue inevitable que trascendiera que se trató de una negociación entre las partes, y que las autoridades se comprometieron a estudiar las demandas de los jóvenes artistas.
Y he ahí la importancia del suceso. Se rompe la supuesta unidad monolítica de los artistas en torno a la revolución. A los gobernantes no les ha quedado más remedio que aceptar que un grupo nada despreciable de los que hasta ahora consideraba “sus artistas” se haya convertido en una contraparte con la que se deba negociar.
Hay que destacar que tal hecho se enmarca, además, en el contexto de crecientes expresiones de insatisfacción por parte de personalidades del mundo del arte hacia la política cultural del castrismo. A los artistas de San Isidro se unen las voces de otros que no fueron al Ministerio de Cultura, y de los que desde el exterior han manifestado sus críticas por el estado de cosas en la isla.
Por supuesto que las autoridades culturales podrían incumplir con las demandas hechas al viceministro. Y claro que también continuarán los actos de repudio hacia los sucesos de San Isidro, como el efectuado en el habanero Parque Trillo, con la presencia del mandatario Díaz-Canel, ataviado rimbombantemente con la bandera cubana.
Lo esencial, en el fondo, es que San Isidro y la reunión en el MINCULT han creado una fisura en el armazón totalitario de la sociedad.
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Orlando Freire. Matanzas, 1959. Licenciado en Economía. Ha publicado el libro de ensayos La evidencia de nuestro tiempo, Premio Vitral 2005, y la novela La sangre de la libertad, Premio Novelas de Gaveta Franz Kafka, 2008. También ganó los premios de Ensayo y Cuento de la revista El Disidente Universal, y el Premio de Ensayo de la revista Palabra Nueva.
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