April 20, 2024

Cuba: un barco a punto del naufragio  

Cuba: un barco a punto del naufragio

Cuba es un desastre, un Titanic, donde también se chilla aquella orden que advierte a los pasajeros desesperados: “Mantengan la calma”.

Balseros cubanos (Foto: EFE)

LA HABANA, Cuba. – Me acosté anoche repasando algunos naufragios y hoy me levanté pensando en islas olvidadas en medio de algún océano, y también en un mar breve. Pensé en islas que tienen la misma apariencia de las víctimas de un naufragio. Hoy estuve pensando en una isla errante, en una isla sin rumbo, en esta isla que me acoge y me rechaza, en esta isla que tiene la facha de una sombra. Anoche, esta mañana, y todavía, estuve pensando en el naufragio de esta isla y en sus tantísimos Crusoe. Esta mañana estuve pensando en mi pobre isla tan aislada de tanta tierra firme, y sentí pena.

Esta mañana me levanté pensando en los naufragios, en los muchísimos náufragos que en el mundo real han sido. Hoy pensé también en los náufragos del cine y en los que aparecen en los libros. Estuve cavilando sobre esas islas que tienen la misma apariencia de un naufragio, y en las víctimas de esas desgraciadas islas. Hoy amanecí pensando en los que nunca llegan a ser náufragos, en esos que andan vagabundos por los mares, como aquel famoso holandés errante, el de la leyenda, ese que se haría más visible luego con la ópera de Wagner, ese que me sedujo tanto que hasta lo convertí, hace ya algunos años, en personaje de uno de mis libros.

Hoy amanecí, como desde hace ya mucho, errante, pensando en quienes se procuran navíos seguros, convincentes, para procurarse otras vidas, otras realidades, otras bonanzas, y también en los que ni siquiera se asoman a los mares. Hoy amanecí buscando un asidero, pero apareció un desastre en la pantalla del televisor; otra vez Titanic, y otra vez miré en el barco a mi isla, a sus desgracias. Y es que a veces no puedo evitar hacer algunas asociaciones; tanto pienso en mi isla que me sale luego en todas partes, incluso en la sopa, en la pantalla de mi televisor, en una película, en el barco que es protagonista de una película.

Y esta vez tampoco pude evitar las asociaciones, no conseguí evadir los sustos, quizá debí escribir espantos… Hoy he vuelto a ver un barco enorme en la pantalla de mi viejo y descolorido televisor, ese que también parece víctima de algún desastre; y otra vez pensé en mi isla, esa que corrió la misma suerte de aquel buque fantasma de Wagner, y también la misma suerte del Titanic que intentaba surcar el océano para llegar a Nueva York. Yo miraba el Titanic y pensaba en las balsas sobre las que pusieron sus vidas muchísimos cubanos, apenas unos días antes del naufragio.

Hoy miré zozobras y naufragios, que no siempre son lo mismo. Y tampoco conseguí controlarme esta vez; volví a hacer comparaciones, volví a relacionar un viejo y triste suceso, real y ficcionado, con la historia de un país, el mío. Hoy miré al Titanic con apariencia de caimán, y vi a toda su gente a bordo de aquel barco. Vi un país desangrado, un país repleto de “abandonos”, de escapadas, una isla que vive peligrosas travesías; algunas de lujos y otras de penurias, de excesos y escaseces. Vi a esa Cuba de lujos, de hermosos camarotes, con comodidades que tanto hacen pensar en Zona Cero, y vi copiosas lámparas colgando de los techos, alumbradísimas, con incandescentes fulgores, pero también miré sótanos oscuros y de bombillos “ahorradores” y eternos apagones, de vida triste, de casi muerte.

Hoy miré Titanic otra vez y me pareció ver la película de Cuba. Hoy vi Titanic y, no lo pude evitar, pensé en Cuba todo el tiempo, y mucho más en ese instante en el que el barco tropieza con un iceberg descomunal, pensé en Cuba mientras sufría por lo que pasaría, en la película tras aquella colisión. Hoy miré el Titanic y pensé en nuestros múltiples tropiezos. Vi el barco y sentí el golpe, el choque descomunal contra una masa de hielo también gigante. Vi la colisión, el desastre, y todas las calamidades que acompañaron, sucedieron, al desastre, armando un desastre mayor, una hecatombe. Y es que Cuba, mi Cuba, es también un Titanic en medio del océano. Un Titanic donde los poderosos, como en la película, serán los primeros en abordar los botes de rescate, mientras la mayoría espera por la muerte, por el ahogamiento.

Cuba es un desastre, un Titanic, donde también se chilla aquella orden, esa que advierte a los pasajeros desesperados, a los pasajeros pobres: “Mantengan la calma…, los mataré a todos como perros”. Y eso siempre ocurre en medio del desespero, en medio de las adversidades, en los momentos más trágicos, y también cuando están llegando a su fin las dictaduras. Solo que las dictaduras no tienen un trío de cuerdas para poner música al final, a la debacle. Eso, en este Caribe, deberá tener fanfarria, quizá sea mejor una conga. ¿O será que tendremos luto? ¿Un luto largo y doloroso? ¿Un conteo de muertos y de vivos?

Y no sé qué pasará, me gustaría creer que Cuba podría lucir un buen final, de salvación, sin muertos. Me gustaría ver alguna vez la historia de amor entre un “pobre diablo” y una mujer que disfruta la vida del establishment, pero acá eso no sucede, acá las mujeres cercanas al poder no se juntan con plebeyos. Acá esas mujeres escogen muy bien a sus partidos, esos que son “mejores” porque tienen propiedades en alguna península europea. Yo miré en la televisión el desastre del Titanic, y pensé en los desastres que vivimos, en habitaciones lujosas y en muy pobres camarotes. El desastre me recordó a Cuba, es que la veo en todas partes.

Yo miré al Titanic hundirse mientras sonaba un trío de cuerdas, vi a los malos siendo malos y a los desamparados siendo más desamparados. Miré a una madre que contaba historias de hadas a sus pequeños, miré desesperos y traiciones, gritos, llantos sin sofoco. Yo vi a Rose suplicando a Jack que respondiera, pero él no respondió, se quedó mudo, muerto para siempre, y entonces escuché otra vez a Celine Dion, mientras todo terminaba, mientras se divisaba la Estatua de La Libertad. Yo miraba, y creo que también lloraba y me preguntaba, quería reconocer en la película alguna clave, alguna señal que me permitiera divisar la libertad, que me insinuara cómo será el final, porque sin dudas llegará, y ojalá no tenga que hundirse la isla para que desaparezcan tantos males.

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Jorge Ángel Pérez

(Cuba) Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas