No recuerdo ningún caso en que un ministro y dos viceministros de cultura, seguidos por una pequeña tropa de burócratas incondicionales, arremetieran en un espacio público contra dos decenas de artistas que realizaban una protesta pacífica recitando versos del fundador de la República por su natalicio.
¿Quizás sucedió alguna vez bajo Trujillo o Somoza? No lo sé. De lo que estoy seguro es de que se trata de uno de los actos más obscenos que pueda esperarse de un funcionario en el terreno cultural. Podrían ahora cambiarse las estrofas del himno nacional para que dijesen: “La patria os contempla avergonzada e indignada”.
¿Tan bajo se ha caído? Lo peor es que sospecho que ni siquiera se trató de una iniciativa de ese salvaje al que llaman ministro, sino de la orden recibida del Ministerio del Interior increpándolo por su pasividad. A los militares les gusta que sean civiles los que salgan repartiendo palos en las fotos y videos. Ellos manejan a estos cobardes a distancia, les ordenan actuar y se lavan las manos interviniendo después como “fuerzas del orden”. Y el ministro y sus súbditos saben bien que de ellos —no de Díaz-Canel— depende que sigan en sus cargos.
Los artistas aprendieron lecciones básicas el 27N. Al poder no se le puede permitir que seleccione sus interlocutores y excluya los que no les gustan. Tampoco deben ser ellos los que seleccionen el lugar de la interlocución, manejen desde una mesa presidencial los micrófonos, el tiempo de la reunión y la lista de oradores. Mucho menos se les puede tolerar que sean los únicos que levanten acta de las conversaciones y los acuerdos, si se llega a alguno. Se puede conversar siempre sobre cuestiones puntuales, pero no es posible dialogar ni negociar —que no son la misma cosa— asuntos de fondo cuando el poder mantiene rehenes de la contraparte, detenidos o desaparecidos, bajo su control.
La treta de que pasen a mi cueva solo las personas que yo apruebe, nos reunimos bajo nuestra dirección, el resto dispérsense y más tarde les informamos, no funcionó esta vez. Tampoco les ha funcionado seleccionar a un grupo de personas y hacerles alguna concesión simbólica de forma aislada a fin de dividir al 27N.
Menos aún les ha resultado exitosa la salvaje campaña de asesinato de la reputación contra estos creadores y los periodistas independientes que reportan su lucha. Los han convertido en héroes. La ciudadanía les agradece su valor cada vez que son reconocidos en las calles. Los tiempos han cambiado. Mucho. ¿Quién cree hoy día al Partido, al Granma, al Noticiero Nacional de TV? Ni siquiera a Díaz-Canel y a su ministro de Cultura.
Concluyo esta nota y no he mencionado una sola vez el nombre del miserable ministro. ¿Para qué? Ni siquiera merece ese reconocimiento. Pero sus víctimas no lo olvidarán. En el futuro no habrá amnesia. Gima de pavor porque en Cuba se puede estar viviendo el preámbulo de una situación revolucionaria.
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